La última entrega de la saga «Harry Potter», tal como era de esperar, llega a los cines acompañada de una descomunal campaña mediática destinada a redondear las millonarias cifras obtenidas con las siete anteriores películas, aunque el llegar a los diez mil millones de dólares se antoja ya del todo imposible. La respuesta no se ha hecho esperar entre los internautas, que piden a coro una precuela o cualquier otra posible adaptación de nuevos libros de J.K. Rowling sobre el aprendiz de mago. Si la presión sigue creciendo, todo podría ser y la escritora hasta tal vez se replantee el resucitar al personaje. También empujan para que se haga justicia a la franquicia en los Óscar, como si con el éxito comercial no bastara. No tendría mucho sentido, considerando que la tercera entrega dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón ha sido la única de auténtica creatividad fílmica.

Las largas colas de los fans de «Harry Potter» en la presentación mundial, en Londres, de la octava y definitiva entrega no tenían otro objeto que ver el duelo final entre el estelar Daniel Radcliffe y su némesis Lord Voldemort, bajo cuya monstruosa caracterización se esconde Ralph Fiennes.

La responsable de tanta expectación no es otra que J.K. Rowling, que ha seguido una trama novelística alrededor del enfrentamiento central entre el niño de la varita mágica y su máximo antagonista, causante de la muerte de los padres del protagonista. Esa lucha a muerte para vencer a su padre del lado oscuro, parafraseando a «Star Wars», así como para salvar la Escuela de Hogwarts y liberar al Ministerio de la Magia de tan maléfica influencia, se ha servido en plato frío. Ha sido una venganza constantemente aplazada, que se ha hecho esperar a lo largo de varios capítulos.

Se suponía que el meollo del desenlace estaba en el último libro, pero los productores decidieron añadir suspense adaptándolo mediante dos películas en forma de díptico.