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¿Qué somos y dónde estamos los autores?

Sombra.- (leyendo el periódico) ¿Y no dice usted nada de todo esto? Sastre.- ¿A qué te refieres, maja? Sombra.- A todo lo que está cayendo sobre la SGAE. Sastre.- Puedo decir que yo pertenezco a esa Sociedad desde hace más de cincuenta años. (Duda un momento) Bueno, sí, puedo decir también que no estoy tan seguro de que ella me pertenezca a mí, si es eso lo que quieres oír; pero tampoco vas a oír ni una sola palabra mía en ese coro vocinglero que tanto la ataca. Y yo no quisiera que me defendieran a mí muchos de sus enemigos actuales, que se proclaman partidarios fervientes de los derechos de autor y de la libertad intelectual para encubrir lo que en realidad son: enemigos de nuestras libertades desde las filas o los aledaños del siniestro Partido Popular, que es ni más ni menos que el portavoz actual de la España de los Reyes Católicos, de infausta memoria. Para ellos la libertad de crítica nos sitúa directamente en lo que la derecha española siempre ha llamado la anti-España: Comunistas, judíos, masones y demás ralea, como le hizo decir el fascista Ernesto Giménez Caballero al pobre Pío Baroja, en la posguerra civil... ¿Qué íbamos diciendo?

Sombra.- Usted ha empezado a escribir un artículo bajo el título de: «¿Qué somos y dónde estamos los autores?», a propósito del lío que se ha formado con la famosa SGAE. Sastre.- Mira, mira. Para responder a estas y otras preguntas de índole semejante, yo veo que hay que empezar por desmontar algo que ahora tengo muy claro; y es esa opinión errónea que pretende situarnos a los autores en el campo de los rentistas de capitales obtenidos en el ocio, o sea, en el trabajo de los demás: me refiero, claro está, a la plusvalía de trabajo ajeno, negando así nuestra propia condición de trabajadores, eso sí, sui géneris.

Ahora mismo trataremos de dilucidar esto, empezando por referir las palabras muy claras que dedica a este tema Michael Parenti en el apartado «Teoría Política y consciencia» de su brillante libro, recientemente vivo entre nosotros, «Sucias verdades», del que aquí vamos a reseñar brevemente un pasaje referido a nuestro tema.

Parenti reflexiona sobre esto y así descubre una falacia: la de quienes estiman que «los escritores son capitalistas porque cobran derechos por sus libros». En su libro define a quienes «ponen su dinero a trabajar», y a los autores nos aleja justamente de ellos. Nosotros no pertenecemos a ese mundo, y para ello tiene que quedar muy claro que «los dividendos no son derechos» (de autor). Yo creo que lo diría mejor formulando esta idea así, al revés: que los derechos de autor no son dividendos, en la medida en que, como acabamos de decir, éstos son rentas de capitales obtenidos extramuros del campo del trabajo. Sobre esa base, Parenti rechaza la opinión, aceptada por observadores superficiales de los hechos sociales, de que «los dividendos son a la Bolsa lo que los derechos son al escritor», lo cual significaría que la tesis que nosotros negamos sería sin embargo, cierta: la que considera los derechos «como una renta» y al accionista y al escritor como pertenecientes a la misma familia económica.

Ciertamente no es así, sino que son -somos- trabajadores a quienes se paga de un modo diferido -y a veces ni eso, cuando el escritor o el músico no consiguen que sus obras se representen, se editen o sean ejecutadas por otros medios-; por eso se da la figura social del escritor o el artista muerto de hambre o empleado en una oficina que termina siendo la tumba de su vocación, mientras en su casa guarda numerosos manuscritos de trabajos que nunca fueron dinero para él. Además, por si quedara alguna duda sobre nuestra condición, recuérdese que unos años después de nuestra muerte, los derechos de autor pasan al Dominio Público. La versión romántica de todo esto está en la bohemia del siglo XIX, anterior por cierto a las primeras fundaciones de sociedades de autores en Europa. ¡Y bienvenidas -aunque entonces no lo fueron, incluso por muchos autores- aquellas sociedades! Pero hubo autores musicales, como Ruperto Chapí, y dramáticos, como Sinesio Delgado, que se pusieron decididamente a la tarea y llevaron su gran propósito adelante.

Tampoco la nueva situación -con los autores asociados para la defensa de sus derechos- hizo que éstos se convirtieran en rentistas sino que siguieron siendo lo que eran y aún somos. Aunque también es cierto que se puede dar alguna corrupción en algún sentido, y que personas que en un momento dulce y activo fueron verdaderos autores y que como tales lucharon verdaderamente por los derechos de todos los demás, se dediquen a vivir solapadamente de los que siguen siéndolo (y a quienes les llegan las migajas de las cuantiosas recaudaciones).

Yo no sé nada de lo que ha pasado o está pasando ahora en la SGAE, pero -eso sí- no puedo dejar de decir que mis liquidaciones son muy pequeñas y que ello no se debe, seguramente, a que los descuentos administrativos sean, que sí me lo parecen, proporcionalmente grandes. Pero también reconozco que si la SGAE, aun en su estado actual, no existiera, yo no cobraría ni un céntimo. Desde luego ya no somos los bohemios de ayer y nosotros gozamos de la existencia de una Mutualidad de Previsión Social, aunque también es verdad que la pensión que yo percibo a mis ochenta y cinco años es de 341,80 euros, lo cual no parece una gran cosa en verdad, tratándose supuestamente de un autor destacado en la historia del teatro español.

Sombra.- Oiga, jefe. Le encuentro a usted un poco irónico. Sastre.- ¿Por qué? ¿Porque digo una verdad? Ya lo decía Jardiel Poncela, que la verdad es cómica... Por cierto, que este autor, de quien yo fui amigo, tuvo opiniones muy desfavorables sobre la SGAE de su época, hasta el punto de que en una ocasión se presentó en sus locales con una pistola para reclamar unos derechos que se le debían. Pero déjame que te diga algo sobre la SGAE a la altura de hoy, y es que si se ha producido en ella una degradación o una traición a sus principios fundacionales -que no lo sé-, ello ha podido ser a partir de 1995, cuando se estableció la conversión del significado de la sigla SGAE en Sociedad General de Autores y Editores; así se metieron en la Sociedad los Editores, solapadamente, como una concesión descentralizadora (desaparecía España de la sigla). Esto suena, efectivamente, a infidelidad a los principios, pues las sociedades de autores, en sus orígenes, asumieron la defensa de los derechos de éstos frente a la apropiación de sus derechos por parte de los capitalistas mediante su imposición de los famosos «archivos».

Tendrías que leer el libro de Sinesio Delgado «Mi Teatro», editado precisamente por la SGAE. Esta presencia de los Editores junto a los Autores en la marcha de los destinos de éstos, hace que su parentesco con los «sindicatos de clase» se cambie a ese otro, nefasto, con los «sindicatos verticales» de la dictadura. Ese es, en fin, mi pensamiento, y la verdad es que la actividad pública de la SGAE actual recuerda la de las grandes corporaciones capitalistas, con sus grandes inversiones y manejos financieros; ¿de dónde sale y adónde llega todo ese dinero? ¿Es cierto que la SGAE es una sociedad rica?

En realidad, podría pensarse que una sociedad de autores puede llegar a ser poderosa, pero nunca tiene que dejar de ser pobre, al reservar para su mantenimiento -oficinas, personal, etcétera- sólo el sobrante del dinero recaudado una vez distribuido el grueso entre los autores. Por lo demás, creo que lo más positivo de la SGAE, una vez realizado el paso gigante de su fundación, sería su refundación, que tendría que hacerse en el espíritu de la SGAE que fue definido ya en 1905 por Mª Luz González Peña, y recogido en el libro de Sinesio Delgado que acabo de citar.

«En todo el mundo civilizado -escribe Luz González Peña- suena el clarín de guerra. Los obreros de todas clases (o sea, la clase obrera) van comprendiendo que el trabajo es y debe ser la única fuente de riqueza y atacan al capital, déspota del mundo». ¿Y cómo empezó la rebelión entre los autores? Aquí brillan los nombres antes citados, y Luz González Peña lo cuenta así: «Nos reunimos, pues, unos cuantos ciudadanos libres y de buena voluntad (...) y se organizó una administración nueva, independiente de las casas editoriales, dirigida y servida por nosotros mismos».

Sombra.- ¿Y usted piensa aportar algo a todo este asunto? Sastre.- Por mi parte, modestamente pondría mis treinta y dos votos para un proyecto de radical renovación. Sombra.- ¡Lo he entendido muy bien, jefe! ¡Ahora ponga sus votos a trabajar y que haya buena suerte! Sastre.- Gracias, sombrilla, gracias.

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