Los atentados de Oslo y Utoya han puesto de manifiesto que el auge de la ultraderecha en Europa, que hasta ahora hab�a sido tratado como un fen�meno de segundo orden, es realmente un problema de primera magnitud, no s�lo por el modelo de sociedad totalitario y antidemocr�tico que propone, sino tambi�n porque tiene expresiones violentas que pueden desembocar en masacres como la del viernes pasado. Aupado en un discurso populista y demag�gico, y gracias al l�bel dem�crata que le han concedido las fuerzas pol�ticas tradicionales, la extrema derecha ha alcanzado cotas de penetraci�n social y representaci�n institucional insospechadas hace apenas unos a�os.

Hay, por tanto, motivos para la preocupaci�n, y la tentaci�n de presentar al autor de la matanza de Noruega como un desequilibrado solitario, minimizando la importancia de su ideolog�a, constituye un ejercicio de irresponsabilidad, en algunos casos premeditada, que no ayuda a articular las medidas necesarias para hacer frente a este peligro. La ultraderecha est� cada vez m�s presente, es por definici�n violenta y constituye una amenaza real para la convivencia.

Sin embargo, no hay que confundir preocupaci�n con psicosis. La estaci�n central de Oslo ha sido desalojada hasta en tres ocasiones al detectarse objetos �sospechosos�, y la polic�a, objeto de cr�ticas por su respuesta al tiroteo de Utoya, ha protagonizado en los �ltimos d�as episodios como operaciones �antiterroristas�, detenci�n y posterior puesta en libertad de varias personas y registros masivos, que no han hecho sino mantener un estado de alarma est�ril tras los atentados. Noruega, tanto la sociedad como el Gobierno, respondi� de forma serena al ataque fascista, defendiendo con �mpetu su sistema social espetuoso con todos los derechos. Ese debe ser el camino. Caer en la trampa de los secur�cratas y de quienes desde fuera no entienden la mentalidad democr�tica noruega es hacer el juego a aquellos que piensan como Breivik.