El presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, decidió ayer acabar con las especulaciones y anunció que las elecciones se celebrarán el 20 de noviembre. En la rueda de prensa que siguió al Consejo de Ministros, quiso aderezar la convocatoria con una serie de datos económicos con los que sostener que se marcha dejando el Estado en la senda de la recuperación y con los deberes hechos, pero no resultó creíble. Zapatero deja un Gobierno totalmente noqueado, sabedor de que quien le suceda deberá capear una situación económica muy delicada. Probablemente, la elección de la fecha tenga que ver con ello, ya que muchos analistas consideran que el fin de año y el inicio del próximo ejercicio pueden ser especialmente convulsos para la economía española.

En este contexto, en las últimas semanas se ha especulado con las consecuencias que una posible victoria electoral del PP podría tener en la situación política de Euskal Herria. Sin embargo, aún está por ver quién sale vencedor de la pugna entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba y, en todo caso, ninguno de los dos ha dado muestras de querer abordar el proceso desde un punto de vista constructivo y con ánimo de encontrar soluciones. Más bien, al contrario. Es por tanto un esfuerzo baldío aventurar qué puede suceder si gana uno u otro, y los agentes políticos vascos deben ser conscientes de que, como hasta ahora, será la capacidad de movilización que demuestre este país el que determine el rumbo del nuevo Ejecutivo.

La sociedad vasca no debe mirar a estas elecciones pensando en si ganará Rajoy o Rubalcaba, sino desde la convicción de que pueden suponer una oportunidad para Euskal Herria, que en este contexto político tiene la opción de hacer oír su voz en Madrid con más fuerza que nunca. Las elecciones municipales supusieron un auténtico aldabonazo, y el 20-N, una fecha marcada a fuego en este país, debe traer un nuevo avance para la consecución de un escenario de paz y democracia.