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ASTEKO ELKARRIZKETA | Petra Elser

«Aquí hay una capacidad muy grande de creación, de recoger la tradición y transformarla»

Nació en Alemania y participó en el movimiento alternativo.  Los deseos de conocer otras experiencias y otras lenguas la condujeron a un país que la cautivó por su dinamismo político y cultural. Y lo hizo suyo. Conoció sus expresiones más creativas y también más amargas. Hasta la cárcel. Aprendió euskara, idioma en el que vive y en el que pidió responder la entrevista; aceptó hacerlo en castellano para que su voz llegue a quienes lo desconocen y sepan que una vasca de Frankfurt enseña euskara a inmigrantes. Porque es una hermosa puerta para descubrir otro mundo. Traduce literatura vasca al alemán.

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Texto:  Fermin MUNARRIZ

Dedica su tiempo al proyecto Banaiz Bagara, dirigido a integrar a los inmigrantes en la cultura vasca y el euskara. Usted misma llegó un día de Alemania. ¿Cómo es la experiencia para alguien que se sumerge en Euskal Herria a través del euskara?

Es una especie de objetivo que aprecias en el entorno. Ves gente hablando en euskara, haciendo actividades y viviendo en euskara, y es algo que te genera una especie de envidia, de ganas de pertenecer a esa comunidad. Luego, en la realidad, el camino no es fácil; cuesta empezar a hablar en euskara mientras no lo haces bien porque la gente no te responde enseguida.

Usted ha conocido Euskal Herria a través de dos idiomas. ¿Se descubre de manera diferente un país? ¿Que aporta de especial el euskara que de otra manera no se alcanza?

En principio aporta una sensación de pertenencia a algo, a una cultura que no conocías de antemano. Las culturas española, inglesa o alemana son conocidas en el extranjero, pero la que vive en euskara no es tan conocida y, al aprender el idioma, descubres una serie de cosas que son nuevas; obviamente, depende siempre del entorno en que te integras. Si te gustan las fiestas y la vida de la calle, descubres eso; si te gusta la literatura o la vida más intelectual, descubres otros aspectos; si te gustan otros tipos de actividades, descubres esos campos...

Sin embargo, hay personas que dan la espalda a la propia cultura del país por desconocimiento, desinterés o, incluso, beligerancia política... ¿Conviven mundos diferentes en un mismo territorio?

Sí, y con poco conocimiento uno del otro. Sobre todo el mundo que vive en castellano conoce muy poco la cultura en euskara; por un lado, por no tener acceso a través del idioma, pero también por falta de interés.

Sin embargo, los euskaldunes sí conocen las otras partes...

Sí, porque la cultura del castellano está más presente. Aunque no pongas mucho interés, te la encuentras en todos los sitios: escuchas música en la radio, hay más cadenas en la tele, más revistas... Inevitablemente conoces la cultura en castellano mientras que la cultura en euskara tienes que buscarla mucho más.

¿Cuál es su primer recuerdo de Euskal Herria?

Creo que las referencias que aparecían en los periódicos de Alemania en torno a la violencia política; como para mucha gente.

¿Y cuando llegó aquí por primera vez, cuáles fueron sus vivencias?

La primera ciudad a la que llegué fue Donostia en el año 1984, en plenas fiestas. Las calles estaban repletas de gente, todo lleno de banderas y de pancartas... Era algo que no conocíamos para nada en Alemania; aquí el ambiente estaba muy politizado, muy vivo, con gente de diferentes generaciones implicada. Recuerdo que había una campaña contra las primeras extradiciones de refugiados; nosotros no sabíamos que existían refugiados vascos en Francia... También conocimos el diario «Egin»; para nosotros fue un descubrimiento que hubiera un periódico que hablaba de presos, donde se anunciaban las manifestaciones... Era muy interesante.

Usted venía de una Alemania también muy agitada políticamente aquellos años. ¿Qué le cautivó de lo que conoció aquí? ¿Qué había de diferente?

Había un movimiento que aglutinaba a una parte amplia de la población, con personas de diferentes edades y de diferentes niveles sociales. Existía una fuerza organizada y partidos de distintos colores. Había un proyecto de sociedad y con una visión política de futuro que no existía en Alemania; allá se trataba más bien de pequeños grupos y movimientos sociales que se juntaban en torno a determinados temas, como la energía nuclear, las casas ocupadas...

Supongo que otro aspecto diferencial era la existencia de un movimiento de liberación nacional... ¿Cómo fue su impresión con este aspecto?

Era algo que nos llamaba la atención, que no conocíamos, porque en Alemania todo lo que era «nacional», sobre todo para la izquierda, tenía una connotación negativa; se consideraba algo de derechas. Aquí conocimos esto con un planteamiento de izquierdas que era nuevo, y nos interesó mucho entenderlo.

¿Experiencias de aquí se transmitían luego a Alemania?

En aquella época había un intercambio entre barrios y grupos de izquierda; en Alemania se organizaban viajes que eran medio turísticos y de intercambio de información y experiencias. Y había siempre un gran debate en torno al nacionalismo; en Alemania mucha gente veía eso muy criticable.

¿Se sigue manteniendo hoy algo de aquel espíritu de los años 80 que conoció usted en la sociedad vasca?

Creo que sí. Se nota todavía, aunque menos que en aquella época. En algunas partes está un poco fosilizado. Se mantiene el espíritu por no pasar a otra cosa porque no se sabe muy bien qué otras cosas hacer. Tiene su lado positivo y su lado negativo.

El lado positivo es que todavía hay una fuerza de movilización, de implicación, de mucha gente alrededor de temas de las sociedad, pero al mismo tiempo las consignas se repiten un poco. Es un poco como si el conflicto fuera una cosa en sí mismo, como si no tuviera luego otros campos en la sociedad donde se manifiesta. Creo que todo se ha centrado mucho alrededor del conflicto y eso ha impedido que se trabajen otros temas también importantes, como la convivencia en la sociedad.

¿Cree que se están abriendo puertas a esos nuevos campos?

Se ha acelerado. Veo muy importante que el conflicto termine con un acuerdo político, pero que esto dé paso a otro espacio y no se considere solución, sino una base de trabajo para poder desarrollar otras temas como la cultura, la salud, la educación, el medio ambiente, el idioma... Se tienen que elaborar y debatir opiniones entre diferentes corrientes y grupos dentro de la sociedad.

¿Sigue la política activamente?

Creo que todo lo que haces en tu vida es, en cierto modo, político, porque se persiguen objetivos y se toman decisiones. Puede ser comprar una casa, conseguir un trabajo interesante u organizar las fiestas de tu barrio... Según lo que te planteas. En este sentido, yo sí me veo como actor político, pero lo hago a través del trabajo con el que intento desarrollar un proyecto que me parece muy importante, la incorporación de los inmigrantes al euskara.

¿Por qué inició ese proyecto?

Por un lado, pienso que es algo que puedo aportar yo porque siempre me han gustado los idiomas, siempre me ha parecido muy importante poder comunicarme donde vivo con la gente de mi alrededor. Por otro, quiero transmitir la importancia del euskara como instrumento de comunicación dentro del ámbito en que vivimos.

Además de en su Frankfurt natal, ha vivido también en Madrid, en París, en Euskal Herria... ¿Los lugares en que habitamos forjan también nuestra identidad personal?

Creo que sí, pero en la medida en que nos abrimos a ellos. Hay gente que puede vivir 20 años aquí como si viviera en otro país. Si no sales de tu grupo, de tu entorno, puedes dejar fuera todo lo que es propio de un espacio...

En ese caso, ¿qué le ha aportado Euskal Herria?

La gente que se siente euskaldun, que se siente de Euskal Herria, tiene un espíritu muy fuerte por mantener su propia identidad; eso lleva a mucha gente a implicarse en la cultura popular. Me parece muy positivo no esperar a que la cultura te sea traída, por ejemplo, por una empresa que organiza conciertos o espectáculos. Aquí hay un espíritu de organizarnos en torno a nuestros propios rasgos culturales, a nuestra música, a nuestra dantza o a otros tipos de expresiones culturales. En algunos ámbitos no había nada o eran cosas que venían de cientos de años atrás; era importante crear eso de nuevo. Y creo que aquí hay también una capacidad muy grande de creación, de recoger la tradición y transformarla a los nuevos tiempos.

¿Qué es lo que más le atrajo del país?

Es difícil decirlo porque no hay un solo carácter vasco, hay mucha gente diferente. Por ejemplo, hay intelectuales euskaldunes a los que no les gusta la cultura tradicional popular y basan su creación en otras corrientes culturales del mundo, o también hay un movimiento trans-lesbo-homosexual que es muy adelantado y que es euskaldun, o también otra gente que se basa en valores del caserío, de la cultura agrícola de hace cientos de años... Sin embargo -y eso es algo que me atrae- hay un nexo entre esas culturas y gentes diferentes; el euskara es el lazo. Una persona euskaldun de identidad urbana tiene mucho que ver con un baserritarra de identidad rural que vive en un pueblo pequeño. Hay una identidad común basada en el idioma. Eso me atrajo mucho; creo que es una riqueza que tiene mucho valor para todo el que viene de fuera, porque el idioma te abre una puerta para pertenecer a este pueblo y poder aportar también tu propia identidad.

Antes hablábamos de que los lugares contribuyen a crear la identidad personal. Usted pasó 6 años en cárceles francesas y españolas. ¿Qué huella le dejó aquello?

Es una experiencia más en la vida. Con eso no quiero minimizar esto para nada, pero yo lo he vivido de la mejor manera que podía, he intentado aprovechar el tiempo para estudiar, para leer, para el contacto con la gente que he conocido ahí, gente que a lo mejor no habría conocido en otros lugares. Eso también es un factor que hoy me ayuda mucho en el trabajo con inmigrantes; he conocido gente de diferentes países y he convivido con ellos de forma muy cercana.

La detuvieron en Baiona con su entonces pareja -un militante vasco- y el hijo común, que entonces tenía 18 meses... ¿Qué fue lo más duro de aquella experiencia?

Sin duda alguna, la separación de mi hijo y de mi pareja. Nuestra vida en común terminó de un momento a otro. Eso es, sin duda, lo más duro.

¿Cómo reaccionó su familia en Alemania cuando tuvo conocimiento de que usted estaba detenida en el Estado francés acusada de pertenecer a ETA?

Fue un golpe muy duro, sin duda alguna. Para ellos era algo desconocido y algo muy grave. Mi madre murió mientras yo estaba en la cárcel. Nunca llegamos a arreglar esa situación. Con el paso de los años el resto de mis familiares, en cierto modo, lo llegaron a aceptar, empezaron a comprender algo más. Antes de morir, mi madre también llegó a venir aquí y vio que la gente no anda con capuchas y con la pistola en la mano, sino que es una sociedad como muchas otras. Llegaron a comprender algo de las circunstancias.

¿El paso por la cárcel le repercutió luego en su vida?

No quería vivir de eso, de contar esa historia, sino volver a una vida normal. Siempre te queda la duda de si tal persona sabe que he estado en la cárcel y me trata por ello de una manera u otra. Con el tiempo eso se queda ya un poco atrás...

¿Qué le llevó a implicarse políticamente en Euskal Herria?

Un poco lo que he descrito antes. Vi un movimiento muy vivo, mucha implicación de la gente, y que había un proyecto común entre diferentes sectores de la sociedad y diferentes generaciones. Entonces en Alemania el movimiento político era en gran parte un movimiento juvenil, un movimiento con reivindicaciones muy radicales que después de un tiempo se difuminaban en la nada, no se llegaba a concretar. Aquí vi un planteamiento progresista para un pueblo entero.

¿Le resultó difícil adaptarse a una nueva cultura?

Sí, porque al principio es descubrir algo nuevo. Tienes que encontrar tu sitio en diversos sentidos, tanto en el laboral como en el social, ver en qué rincón de la sociedad te sitúas. Eso lleva unos años hasta descubrir cuál es mi lugar aquí. Además, la gente tiene su vida hecha, tiene su cuadrilla, su familia, sus círculos de años, y tú aterrizas como alguien nueva. No se entra de la noche a la mañana.

¿Cómo es esa evolución? ¿Cómo se llega al día en que se dice «me siento de aquí»?

No hace mucho tiempo desde que puedo decir eso; creo que tiene un poco que ver con la entrevista que me hicieron en «Argia» [diciembre de 2009], donde decía «me siento nómada, pero hoy mi lugar es éste». Aquello fue un punto de inflexión. ¿Voy a decir siempre eso? ¿Va a llegar el momento en que me sienta de aquí? Era una sensación de que, al final, me tengo que asentar en un sitio, y también quiero ser una voz o una parte de este sitio donde vivo. Todo esto me llevó también hacia este proyecto de euskara para inmigrantes porque era una manera de decir qué puedo aportar yo aquí realmente y cuál es mi opinión. Llevo muchos años relacionada con este país y, al final, voy a expresar lo que pienso e intentar trabajar en función de eso.

Creo que empezó a estudiar euskara cuando tuvo a su hijo y luego, durante su estancia en la cárcel...

Es el idioma materno del padre de mi hijo y para mí estaba claro que el euskara iba a ser un idioma de nuestra familia, yo quería ser capaz de hablar en euskara en la mesa del desayuno familiar. Era el último impulso que me faltaba para aprender euskara. Para mí era una cosa completamente natural estar relacionada con una persona y aprender su idioma materno.

En la cárcel continué estudiando. Me daba satisfacción además estudiar, aprender y aprovechar el tiempo, hacer algo útil, tener activa mi cabeza, y practicar con las otras presas euskaldunes que estaban, primero, en la cárcel de Fresnes y luego en la de Soto del Real. Empecé a hablar y probar si lo que había estudiado servía o no; era una cosa positiva.

Traduce usted novelas del euskara al alemán. ¿Cómo es el mundo que se refleja en la literatura vasca?

Es difícil concretarlo porque cada libro es diferente. Pero, en cierto modo, se refleja un poco la relación difícil con el propio país; es una relación no resuelta. Se compone de algo de nostalgia, de deseo, de nahi eta ezin (querer y no poder), de buscar también donde está, de la sensación de haberlo perdido o de que alguien se lo ha quitado de alguna manera.

Por otro lado, está el conflicto político, que también se refleja dentro de la contradicción de la relación entre la violencia y, al mismo tiempo, la cercanía con que se vive eso.

Creo que hay también otros elementos que son simplemente de la vida cotidiana, en los que sí hay algo particular, como la cuadrilla, por ejemplo, que no existe en otros países de esta manera, o la relación con la familia, muy cercana y muy importante, el resto de la vida en la calle... Ese ambiente se refleja en la literatura vasca porque es una parte de la vida.

¿Es optimista sobre la resolución del conflicto?

Sí, siempre lo he sido; también hace unos años durante los primeros intentos que ha habido en la última década. Y lo sigo siendo porque pienso que sí existe una voluntad -no sé si se puede decir de ambas partes porque son muchas las partes implicadas en esto-, pero creo que hay ganas de vivir colectivamente, como un pueblo, que es algo positivo, y también que se puede compartir con otro pueblo, que en este caso sería el español. Creo que hay que superar esa visión de «aquí estamos nosotros y ahí está el enemigo». Creo que hay que buscar lugares comunes que se puedan compartir, en los que cada uno respeta el sitio del otro.

¿Cómo es la Euskal Herria con la que sueña?

Creo que no soy de soñar [risas]; soy más de hacer y de tener una visión de algo pero en pequeños pasos. Uno de estos pasos, porque es mi vida diaria, es que todas las personas puedan hablar en euskara, aunque luego se identifiquen con otro idioma -sea el francés, el castellano, el árabe o el urdu-, pero que lo comprendan y sean capaces de hablarlo. En mi opinión, eso crea una convivencia muy importante de respeto de uno al otro, de entenderse mutuamente.

Por otro lado, hay muchos aspectos en los que hay que trabajar y crear en Euskal Herria. Como en todos los países, hay que crear una sociedad justa en la que las diferencias sociales sean lo más pequeñas posibles, con oportunidades para todas las personas y donde se pueda vivir con una base material suficiente.

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