En las últimas semanas estamos viendo muestras evidentes de lo que muchas personas llevan décadas anunciando: una crisis energética que por las buenas o las malas obligará a que la humanidad tenga que ajustar sus consumos a los límites del planeta.

Los problemas sociales, económicos y ecológicos asociados al petróleo obligan a repensar el modelo. Se insistió en que el despliegue de la energía nuclear era la solución. El gran desastre de Japón vuelve a mostrar de forma clara que no es el camino. En Japón, segunda economía del mundo y potencia nuclear, sucedió lo que se catalogaba como imposible, demostrando que es acientífico defender la seguridad incuestionable de esta tecnología.

Si generan residuos peligrosos y activos durante miles de años, si además el uranio es también un recurso no renovable, si sus costes de instalación son enormes, si requieren unas medidas de seguridad costosas... ¿Por qué mantenerlas si existen otras alternativas?

Recientemente han sido publicados en el estado español varios informes que proponen modelos energéticos alternativos y viables basados en las energías renovables y en una importante reducción del consumo. ¿Por qué se sigue insistiendo en que no hay alternativa?

Es necesario un profundo debate en torno a la energía, para qué la queremos y cómo queremos obtenerla. Las guerras por el petróleo, el cambio climático y la situación a la que se encuentran sometidas las personas en Japón, después de sufrir un terremoto brutal y un tsunami, nos hacen ver claramente, que el modelo energético no puede ser decidido sólo por expertos y mucho menos por empresas.

El objetivo principal de quien deciden en muchas ocasiones es la rentabilidad económica, y no el bienestar y la seguridad de las personas, que pasa a ser una preocupación secundaria. Es imprescindible y urgente generar un gran debate social que permita poner las bases de una sociedad sostenible y justa.