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Incertidumbre

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Galileo y Copernico nos empujaron a la periferia: no éramos ni mucho menos el centro del universo sino que dábamos vueltas alrededor del sol. Siglos más tarde entre la revolución francesa y Nietzsche se cargaron al mismísimo Dios. Darwin nos arreó otra patada en el culo: ni siquiera éramos el centro del planeta, sino una especie animal más sujeta a la selección natural. Marx nos desveló que el capital nos había desposeído de nuestro propio trabajo. Nuevo empellón el de Freud: ni dueños de nosotros mismos éramos, una potencia desconocida, el subconsciente, gobernaba desde el fondo más oscuro casi todos nuestros actos. Y Einstein hizo temblar de nuevo el suelo: ni siquiera el tiempo es de fiar. Pero es que tampoco lo era el lenguaje, una impostura que suplanta la realidad, las cosas, siempre concretas y singulares, por los conceptos, siempre generales, abstractos. Esto lo fue desmenuzando toda una caudalosa corriente de crítica del lenguaje surgida curiosamente en medio del hundimiento del imperio Austro-Húngaro -la Kakania de Musil-, y que va de Hugo von Hoffsmanthal a Wittgenstein, pero que irradia mucho más allá alcanzando a Sam Beckett o al poeta Francis Ponge, que nos invita a tomar partido por las cosas y no por el lenguaje.

Alcanza esta corriente a lo mejor del arte del desconfiado siglo XX, desde las vanguardias hasta hoy; hasta por ejemplo el escritor argentino Damián Tabarovsky, quien ha retomado esta rebelión recordándonos que solemos tratar al lenguaje como a una especie de empleado doméstico, olvidando que más que el criado, es el patrón: «Y frente al patrón, siempre, hay una sola salida: la lucha de clases», concluye.

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