Al igual que antes del anuncio de adelanto de las elecciones generales españolas, la economía y la situación política de Euskal Herria centran, y centrarán, la atención del debate preelectoral.

Carlos Cuesta, el moderador que opina más que todos sus tertulianos juntos, disparaba, en «El Mundo», su escopeta nacional contra Rodríguez Zapatero para explicarnos por qué el presidente español adelanta las elecciones generales, empezando por enumerar las calamidades en que el inquilino de Moncloa ha dejado sumido al Estado español: «Un ejemplo de patriotismo difícil de creer procediendo de un presidente que ha puesto en duda la misma idea de España; ha destrozado la unidad legislativa; ha acabado con el derecho al uso del español en todo el territorio nacional (...)». Al parecer, se refiere a la obligatoriedad del castellano y la no obligatoriedad de las lenguas propias de cada pueblo. Si fuese cierto lo que afirma, si zapatero hubiera acabado con esa situación, sería un verdadero mérito a reconocer. Y continúa Cuesta con su lista de desgracias en la que, por supuesto, no podía faltar que «ha sembrado los ayuntamientos de proetarras». Y dale, se les olvida que sembrar los ayuntamientos con plantas procedentes del semillero del régimen está muy feo, que los ayuntamientos los forman aquellas personas a las que eligen los ciudadanos.

La preocupación por el hecho de que cualquier opción política pueda ser representada en las instituciones es compartida en otros medios; por ejemplo, el «Abc» de Vocento editorializaba ayer sobre el llamado caso Faisán y aseguraba que ese asunto «va a convertirse en la marca distintiva de la campaña del candidato socialista, coronando así una historia de despropósitos y polémicas que nace, como otros tantos males que ahora se dan -el éxito electoral de ETA, a través de Bildu, ya a las puertas del Congreso de los Diputados-, del proceso de negociación que el Gobierno mantuvo con los etarras». Sólo que el éxito electoral al que se refiere no es mérito del Gobierno de Madrid, sino de la coalición abertzale y de izquierdas y de las miles de vascas (y vascos, claro) que le confiaron su voto. Pero la derechona insiste, y es que su modelo político idóneo sigue siendo aquella democracia orgánica que tan plácidamente vivieron.