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Antonio Alvarez-Solís Periodista

Los dos dineros

La situación económica y política de Estados Unidos, salvada «in extremis» por el acuerdo entre demócratas y republicanos, guía el análisis de Álvarez-Solís. Éste compara la desaparición de «los derrotados mastodontes de la especulación» que vaticina con la de los dinosaurios: «por la depredación del entorno», y cree que la lección a obtener de la grave situación de Estados Unidos es que el choque de los dineros real y financiero ha producido «una colosal destrucción de la vida ciudadana».

Habrá que reconducir los estudios de economía desde su fase actual de saberes contables a su principio de ciencia moral; es decir, tendremos que regresar del dinero como cifra inmaterial  a las cosas como referencia viva, del dinero a la sociedad, de la manipulación de los números a la posibilidad de sobrevivir, del dinero que no existe al dinero fruto de la producción que da de comer a las masas cotidianas. En resumen, los derrotados mastodontes de la especulación perecerán como perecieron los dinosaurios: por la depredación del entorno. No inventemos más cuerpos celestiales como responsables de la catástrofe. Hay pesos y volúmenes que producen su propia muerte. Los dos dineros -el real y el financiero- han chocado produciendo una colosal destrucción de la vida ciudadana. El papel ya no es el material más resistente en la construcción social. Esta es, a mi juicio, la lección básica que cabe deducir de la gigantesca catástrofe norteamericana fruto a la vez de la tormenta que nos arrasa y del incómodo amanecer que nos fustiga. Alrededor de Estados Unidos el mundo del liberalismo burgués aparece desértico, agostado por una plaga bíblica y sólo se sostienen a flote por el momento, aunque ese momento sea confuso, las potencias que se aferran a su economía de las cosas: Alemania, China -con el bloque asiático que encabezan India y Corea- y un Japón que conserva a duras penas su esquema social psicológicamente militarizado. Lo demás es ya tierra quemada.

Hace ya muchos años -otra cosa que habrá que ralentizar y adaptar a un ritmo humano es la medida del tiempo, que finge dinámicas donde nos las hay- asistí a una conferencia, hoy desgraciadamente olvidada, que el Sr. Galbraith profesó ante lo más florido de la «inteligencia» económica catalana. Dijo cosas de un magnífico y sugestivo cinismo, como siempre en él, pero una me quedó especialmente grabada en la memoria, la que resumía, me parece, la esencia de su disertación: «Ustedes a sus frutas y a su aceite, Francia a sus vinos y a sus quesos, Italia a su historia y a su turismo, porque nosotros y Alemania nos podemos encargar de fabricar todas las demás cosas que el mundo necesita para vivir diez veces mejor». Se equivocó gravemente sólo en dos asuntos que no previó: que Norteamérica sería devorada por la especulación con el dinero convertido en una primordial e insolvente mercancía y que el Oriente del gran sacrificio humano empezaba a orientarse hacia el sol. Todo lo demás fue magnífico en boca de aquel gurú que dijo de la India, cuando fue embajador americano allá, que no había que darle un pez sino enseñarla a pescar. Olvidó que por bien que uno se adiestre en la captura de peces nada adelanta, en el marco del neoliberalismo -fase final y venenosa del liberalismo-, si luego un mercado que vive sumergido en la dictadura de la manipulada Bolsa impone sus férreas reglas de corso en el comercio, que ya no consiste en el tantas veces aclamado libre cambio. A los países emergentes habrá que comprarles bien el pescado si aspiramos a una economía mundial equilibrada y humana; por tanto, preñada de posibilidades. La globalización útil va a consistir en una conjunción de pueblos con derechos semejantes y abiertos a un intercambio real y justo.

Y al borde del precipicio estamos, contemplando el suicidio de los viejos y poderosos occidentales que han decidido arrojarse por el despeñadero con su perversa teoría del pez, esa gran falsedad consistente en facilitar consuelos transitorios -no hay nada tan avieso como la caridad para que subsista el pobre- o en crear desarrollos sobre el papel que se convierte en ceniza tan pronto lo incendian los especuladores con un dinero que funciona como el boomerang, que regresa tras haber matado.

Lo que está claro en todos estos agudos disturbios económicos es que no han sucedido sin un agente provocador, que es el mismo que ahora, cínicamente, se queja de haber sido sorprendido por la gran y poderosa ola de destrucción. Todo organismo internacional o todo gobierno que alegue ahora la sorpresa o contraiga en origen la situación a un puñado de falsarios hábiles miente a conciencia de que miente, si es que pueda existir una mentira inconsciente, lo que constituiría una contraditio in re. No se hable, pues, de errores sino de delito gravísimo contra la humanidad, para juzgar los cuales existe un tribunal específico, con alcance mundial, en la ruinosa Comunidad Europea. La responsabilidad de la clase dirigente del neoliberalismo es, por tanto, muy grave y la condena a ser aniquilada. Más aún: un error de tal naturaleza, de haberse dado, cosa que niego, tendría, no obstante, un alcance punible, pues como escribió Condorcet, «los errores, cuando nacen, no infectan más que a un pequeño número de hombres, pero con el tiempo el número de imbéciles aumenta». Esto es, que la principal acusación que puede hacerse a los delincuentes que han arruinado al mundo presente -gobiernos, expertos y demás poderes fácticos- es que han imbecilizado a masas muy amplias de ciudadanos, lo que dificultará mucho el nacimiento más o menos normal de una nueva sociedad. No hay que olvidar que una de las grandes mentiras que han calado en sectores muy extensos del mundo del trabajo consiste en afirmar la capacidad reformista del Sistema. Sobre ello escribía Rosa Luxemburgo algo que me parece muy razonable: «Sabemos desde hace tiempo que el reformador pequeño-burgués encuentra aspectos `buenos' y `malos' en todo. Mordisquea un poco en cada hierba. Pero esta combinación afecta muy poco al verdadero curso de los acontecimientos. La pilita tan cuidadosamente construida de `todos los aspectos buenos' de todas las cosas posibles se viene abajo ante el primer puntapié de la historia».

De momento Estados Unidos ha decidido corregir, con ánimo reformista, su gran déficit público, consciente de que la ruina del dólar por impago de la deuda le alcanzaría en la propia santa bárbara ¿Mas cómo proceder sin tocar a la gran clase explotadora que constituye la base del modelo social americano? Al parecer los acuerdos alcanzados en el Congreso y en el Senado americanos consisten en el recorte del gasto público, en primer lugar en la enseñanza y en la atención sanitaria y otros sectores por el estilo. Esto es, serán los ciudadanos menos relevantes los que nutrirán con su esfuerzo y su desprotección esos recortes. Quizá para dar a la maniobra un aire de justicia distributiva, o sea, social, se rebajará el gasto militar en quinientos mil millones de dólares, cosa que evidentemente no se podrá mantener porque el gasto armamentístico es el único, con el mundo de las energías, que sostiene la inmensa fortuna de los poderosos, comprometida en la gigantesca industria bélica. Es más, dudo mucho que la reducción del volumen armamentístico sea posible sin producir una debilitación de la capacidad de imperio de Washington, que en estos momentos se apoya casi absolutamente en su poder de agresión.

La situación es tal que el único parche posible para ir tirando dentro del sistema es volver a una colonización pura y dura, pero en este caso lo colonizable con algún rendimiento -por ejemplo, la compraventa de la deuda- es ya la parte más débil del mundo antes dominante. De ahí proviene la petición alemana de que los estados europeos en situación de precariedad o degradación soberana cedan parte de su soberanía, ya tan irrelevante, a Bruselas, que es lo mismo que cederla a la propia Alemania. Esto es a lo que Rosa Luxemburgo llama el «puntapié de la historia». Se trata de mantener la vida del dinero teórico frente a la desaparición del dinero real.

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