La muerte de Félix de Luis en el encierro de Lodosa ha vuelto a poner sobre el tapete el tema de la seguridad de los encierros en los pueblos de Nafarroa.

Es cierto que no parece normal que en un mismo pueblo los novillos rompan el vallado día sí y día también, pero, del mismo modo, también es verdad que la seguridad total no existe en ningún ámbito de la vida y los encierros no son una excepción.

Los encierros y las vaquillas, que son el principal ingrediente de las fiestas de multitud de pueblos, son una actividad de riesgo y quienes participan en los mismos tienen que ser plenamente conscientes de ello. Tienen que tener muy claro que correr en los encierros supone jugarse la vida. O al menos la posibilidad de caerse, de que te pase por encima un morlaco o que alguien que corra al lado te atropelle y te arruine las fiestas con un esguince que no te deje andar durante una semana.

El riesgo de los encierros, en cualquier caso, es su principal atractivo. Dicho de otra manera, si no existiera el riesgo de recibir una cornada, los encierros no serían más que una carrera aburrida. Muy aburrida. Y encima de par de mañana. Como para levantarse a verlo en plenas fiestas. «Ha sido soso» es el comentario habitual de un encierro en Iruñea que dure unos dos minutos y en el que ningún astado se haya separado del resto de la manada.

Más allá de los planteamientos éticos de utilizar los animales para la diversión humana, los encierros son parte integrante de muchas fiestas navarras. La flipada de Yolanda Barcina llegó a decir que son parte de «la identidad navarra». Las instituciones los usan para atraer el turismo y planean macromuseos que dejarán las arcas públicas con telarañas.

El debate sobre el doble vallado puede ser positivo si sirve para mejorar la seguridad de los encierros, pero algo huele raro cuando se apunta al Ayuntamiento de Lodosa como único responsable, cuando desde las pasadas elecciones está gestionado por una candidatura progresista que ha desbancado a una UPN que parecía sempiterna en la Alcaldía.