El hambre ajena agudiza la desmemoria propia
Dabid LAZKANOITURBURU
Periodista
La fragilidad de la memoria humana, mecanismo sicológico que nos ha permitido medrar como especie al darnos la posibilidad de relegar al olvido experiencias negativas, ha sido elevada por el sistema a la categoría de eje para su propia supervivencia.
Con la sequía informativa veraniega, Occidente se ha acordado de que el Cuerno de África se muere de hambre y sed y ha vuelto a poner sus ojos en Somalia.
Siempre es más fácil hacer digerir la imagen de un bebé desnutrido si va acompañada con la leyenda, implícita, de que si los somalíes no tienen qué comer es porque tienen la mala costumbre de matarse entre ellos.
De ahí que se insista en que el país africano lleva décadas de contienda civil. Pero lo que se obvia es que la guerra civil derivó hace años en guerra impuesta por los mismos que ahora dicen llorar por la suerte de los somalíes.
En 2006, los islamistas entraron en Mogadiscio dispuestos a poner orden -un orden políticamente incorrecto acaso, pero orden- en un país en ruinas.
EEUU reaccionó inmediatamente forzando a Etiopía a que invadiera el país para devolver al centro de la escena a los «señores de la guerra» que medraron, y siguen medrando, en medio del caos.
Un caos en el que la piratería es el único medio para muchos -los que viven en la costa- para evitar los famélicos campos de refugiados.
Un caos en el que la ONU ha confirmado, además, su creciente papel de «policía bueno» y caprichoso en los escenarios mundiales donde interviene Occidente - que se lo digan a los iraquíes y a los afganos-.
¿Y qué tal si dejamos a los somalíes en paz?