La última vez que la Orquesta Filarmónica de Rotterdam actuó en la Quincena Musical fue en la edición del 2004, junto a su anterior titular, Valery Gergiev, quien dirigió un «Romeo y Julieta» de Prokofiev maravilloso. Al buscar la crítica que publiqué en su momento, sin embargo, me encuentro con que hice afirmaciones bastante negativas sobre la orquesta holandesa:«El rendimiento justito para cubrir las exigencias de la obra», «falta de precisión y múltiples errores técnicos», dije en aquella ocasión. Y siete años más tarde no me queda más que reafirmarme en aquellas opiniones. «Ma Mére l'oye» de Ravel es una de las piezas más accesibles del catálogo orquestal de Ravel, pero sigue requiriendo unas cualidades orquestales, como equilibrio instrumental, calidad de sonido y una cierta exquisitez, que estuvieron ausentes en la interpretación de la de Rotterdam.

La cosa mejoró un poco con el «Concierto para piano» nº2 de Liszt, pero los vientos metal seguían estando completamente fuera de la sonoridad general, aportando un punto ligeramente grotesco a las fanfarrias que dominan esta obra completamente transgresora de Liszt. Menos mal que el pianista, Nicholas Angelich, realizó un trabajo sobresaliente, compensando en sus actuaciones las estridencias de la orquesta y logrando ese clima entre épico e íntimo tan característico de este concierto.

El rendimiento orquestal mejoró muchísimo con el «Concierto para orquesta» de Bartók, o seguramente fue la partitura la que se adaptó mejor a las cualidades de los músicos holandeses, muy extrovertidos a la hora de tocar.

Hubo imprecisiones, pero fue más fácil ignorarlas al tratarse de la obra que gozó de un acercamiento artístico más convincente, pues Nézet-Séguin optó por presentarla de una manera llana y espectacular, sin adentrarse demasiado, eso sí, en los maravillosos misterios que esconde esta obra maestra.