Serpientes de verano con un lenguaje envenenado
Entre las diferentes estaciones que la ruta festiva del país ofrece en temporada estival, entre manifestaciones ya clásicas y nuevas convocatorias de ese recorrido, las serpientes informativas del verano están haciendo su agosto. De la mano de un lenguaje envenenado y con políticos incapaces de oxigenar la atmósfera política y de trabajar soluciones racionales, las «polémicas» se van sucediendo unas a otras, saltando del tema de las víctimas al tema de los presos y viceversa, al dictado de un guión orquestado.
En este país de contrastes tan fuertes, con manifestaciones tan dispares, y todas multitudinarias, como las que ayer congregaron a miles de católicos neocon en Loiola y a miles de ciudadanos en Donostia, casi nada es casual ni capricho de la fortuna. Loiola, como símbolo, fue testigo de la apuesta de los obispos en misión que hoy rigen la iglesia vasca. La reconquista españolizante y la restitución de una visión retrógrada, basada en el dogma que exterioriza su poder. En Donostia, por su parte, miles de ciudadanos demandaron todos los derechos para todas las personas, una Euskal Herria libre y legal. En un ambiente de presión y no sin trabas y provocaciones, el esfuerzo ciudadano por una nueva realidad de soluciones definitivas y una normalización radicalmente democrática demostró que sigue sumando gente y que sigue ganando espacios.
Exteriorizó, además, un mensaje de confianza: con el camino ya marcado y llegados a este punto, sólo queda ahondar en la iniciativa y la acción propia, multiplicando protagonismos, traspasando fronteras. También en el tema de víctimas y de presos, anunciar una nueva pedagogía, dar comienzo a una nueva conversación, adulta, sin tabúes, que sume en una dirección constructiva y reparadora.
Deconstruir para construir
La explotación abusiva y la burda sobreactuación de ciertos políticos con el tema de las víctimas, o los presos, tiene un triple objetivo. Pretende llevar un contencioso político a parámetros morales para buscar en ese terreno la superioridad frente al adversario, neutralizar el «factor suma» y someter la acumulación social. Y además plantea una necesidad de primer orden. A saber: la deconstrucción de una política que utiliza el dolor para bloquear soluciones, cuando no el beneficio de intereses y sustentos propios.
El tema de presos se proyecta de la mano del tema de las víctimas. Saludar a los familiares y empatizar con ellos es una «afrenta» a las víctimas. Defender a los presos vascos y reclamar que vuelvan sanos y lo más pronto posible convierte a uno en proxeneta -en palabras de Basagoiti-, o equivale a defender al noruego Breivik, autor de la matanza de Utoya -como sugirió el lehendakari López-. Día sí y día también se presentan «exclusivas» sobre los presos, se anuncia «la madre de todos los debates» para setiembre, todos hablan sobre ellos.
El tema de las víctimas y los presos son demasiado trascendentes como para que sean dejados en manos de unos políticos ensimismados. Presentan a los presos como pistoleros insensibles que no respetan el dolor de la gente que con sus acciones hayan matado. Pero a diferencia de otros incapaces de asumir sus propias acciones, los presos nunca han negado los hechos ni han obviado sus responsabilidades. Tienen sensibilidad y empatía para reconocer el dolor causado, para hacer gestos y gestiones portadoras de esperanza, que faciliten el camino que la verdad, la justicia y la reconciliación deben recorrer en este país.
Acometer el relato multilateral de la historia, asumir las responsabilidades compartidas y, en la medida de lo posible, aportar en un enfoque reparador es un tema de ahora. Incumbe a todos y con él todos serán ganadores. Es hora de hablar, de escribir, de anticipar y de hacer.
En este contexto, la contribución de los presos se presenta decisiva. Y el Acuerdo de Gernika, una oportunidad monumental.
Transparente para ser eficiente
La obsesión de muchos de presentar a una izquierda abertzale incapaz de decidir por si misma qué hacer, por dónde y a que ritmo quiere marchar, que sólo da pasos si lo hace bajo presión, está revelando los miedos frente a todo el potencial que ésta puede desplegar en los próximos meses. Son conscientes de que llegados a este punto, va a seguir con más fuerza si cabe, moviendo y removiendo la cazuela para que ningún arroz se pase y este país siga avanzando.
Las elecciones del 20-N serán un buen test para demostrarlo. A la espera de ver cómo cristalizan las propuestas que se están trabajando, dos son las claves que parecen necesarias atender: Seguir dotando de amplitud e impacto al «factor suma»; e interiorizar que por condiciones estructurales y coyunturales, el Estado nunca ha estado tan débil. Desde el desastre económico a la ausencia de oferta creíble para este país, esa oportunidad debe ser aprovechada.
La «campanada» de Bildu, por otra parte, no puede obviar que ni sus componentes, ni otros aspirantes, están para echar las campanas al vuelo. Los retos organizativos, la compactación de una nueva realidad de izquierdas y abertzale y la implementación de una apuesta independentista concreta y materializable exigen transparencia, honestidad sin adornos, emitir en abierto, entender que lo interno es hoy externo. Invitar a esa tarea a todos, con todos los contadores a cero, sin que a nadie se le coja la matrícula por las posiciones que mantuvo en el pasado.
No es tiempo de cruzar los dedos. Que una mano limpie a la otra y que todas se pongan a la obra.