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REBELIÓN EN LIBIA / LA BATALLA DE TRÍPOLI

Estallido de júbilo en Bengasi, la capital oriental de los rebeldes libios

Bengasi, la capital rebelde del oriente Libio, estalló de euforia ante el avance hacia el corazón de Trípoli. Entre el ensordecedor ruido de fuegos artificales, todos se unieron a la fiesta: los jovenes soldados vestidos de civil apostados en las avenidas de la ciudad, las Toyota pick-up improvisadas en los último meses como vehiculos de combate, hombres sexagenarios que agitaban al aire sus pistolas. El colapso fue monumental.

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Sergi FRANCH i SEGARRÈS

«Se ha terminado, se ha terminado» se decían entusiasmados unos a otros los numerosos hombres que se reunían ante los televisores de las tiendas para comprobar cómo se suceden los hechos. «Dios es grande! Gadafi se ha terminado!» se gritaban mientras se fundían en estremecedores abrazos. Más de seis meses de guerra y una lenta espera se desvanecieron en pocas horas. La gente se dirigía a la Plaza de la Libertad (antigua Plaza Verde) entre gritos. Acudían a pie y en coche para celebrar y seguir de cerca los acontecimientos. Avanzaba la noche entre los últimos himnos popularizados en los especiales televisivos, cánticos a Alá y referencias a Gadafi. Miles de personas pendientes de la pantalla gigante que desde hacía cuatro días se había instalado para seguir las notícias en directo. Preferentemente Al Jazeera. La cadena qatarí ha dado testimonio privilegiado y exclusivo de la revuelta y su posterior guerra.

Un guardia abraza fusil en mano uno de los pocos periodistas extranjeros que pasean a pie por la plaza. Las milicias formadas por voluntarios cambian torpemente las armas de unas manos a otras ofreciendo compartir el vaciado del cargador al aire. Se la ofrecen a una anciana mientras la vigilan de cerca. Una aglomeración de corrillos de adolescentes cantando y bailando, quemando gases de spray, cohetes... la Plaza se va emmudeciendo centrando toda la atención en la pantalla. Manos en la cabeza y gritos «Alá es grande, Alá es grande».

Delante de un antiguo edificio gubernamental, un joven soldado vigila una de las calles. Hace la señal de victoria y intenta explicar que sólo habla árabe. Ni inglés ni nada de nada. Dice que a partir de ese momento, inglés, francés, italiano... lo que haga falta. En Líbia normalmente sólo los mayores de 40 años suelen tener conocimientos de inglés. Los menores que lo hablan tienen que explicar dónde o cómo lo aprendieron. En la escuela no. Gadafi anuló de un plumazo el aprendizaje de idiomas en los planes de estudio.

Apostado en el tejado del antiguo edificio de los juzgados se encuentra Ebraheem, un arquitecto de 32 años con su cámara de fotos. Observa el gentío que apenas puede moverse abajo y saca constantemente fotos. «Soy arquitecto y me atrevo a hacer dibujos, pero no soy capaz de encontrar palabras para explicar cómo me siento. Estamos haciendo historia. Éste pueblo es maravilloso. ¿Habías estado antes en Líbia? Creéme que jamás había visto tanta gente abrazándose, tantas sonrisas juntas». Asegura que se ha descorrido un tupido velo de 42 años de silencio que atenazaba al país. «Líbia no es sólo Gadafi, se ha terminado el tirano. Somos un país riquísimo con sólo 5 millones de habitantes. Tenemos de todo, podriamos ser cómo Qatar, nos faltaba la libertad» dice Walid, un trabajador de una empresa de prospecciones petroleras que se encuentra -como muchos- en el paro.

La libertad, tras la puerta

Distinguidos ancianos con elegantes chilabas y traje tradicional observan el júbilo de la muchedumbre. Observan en silencio. Ebraheem -el fotógrafo improvisado- señala uno de ellos: «Ése es Wanise Mabruk, un buen hombre que vivía en el extranjero y regresó. Le dijo a la gente que la libertad estaba detrás de la puerta, sólo habría que abrirla». Eso sí, con enorme sacrificio. Entre los opositores se cuentan numerosos exiliados que volvieron a Líbia después de varios años. Muchos cuentan que vienen para quedarse.

En los alrededores de la plaza, el caos es monumental. Jóvenes sobre los coches abarrotados en las avenidas agitan banderas y saludan los disparos al aire de los soldados que guardan orden. Parece increible la cantidad de fusiles que simples adolescentes pasean por las calles. Si bien al principio de la revuelta la presencia de civiles armados era constante, el mismo consejo local inició contactos para pedir que fuesen devueltas la mayor parte de las armas requisadas de los arsenales del gobierno.

En los lujosos hoteles de la ciudad numerosos hombres se pasean con telefonos vía satélite(el gobierno cerró las comunicaciones con el exterior) y charlan a todas horas mientras observan el televisor. La mayoria espera volver a Trípoli. «Que detengan a Gadafi». Omar, hijo de un ingeniero de Trípoli, traduce conversación de su padre con sus tíos. «A ése criminal, lo queremos ver cómo Mubarak».

 

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