Antonio Alvarez-Solís Periodista
La pistola en la nuca
«Bildu vive con la amenaza de la pistola en la nuca», afirma el veterano periodista, que circunscribe los ataques a esta coalición -y los que él mismo recibe- al intento de despojarla de la palabra libre, de la libre decisión, de la libertad de acción y pensamiento. Afirma que Bildu quiere la paz y ha nacido de un rechazo general a la violencia, es apuesta abierta y entendible por la libertad. Explica por qué entiende que la reiterada petición de perdón no encierra sino un acto de violencia más, un esquema de vencedores y vencidos. Y concluye defendiendo que la exigencia de un perdón, además de indebida, no persigue sino crear «un culpable que intoxique la opinión pública».
Siempre estremece la imagen de un ser humano con la presión de una pistola en la nunca. No se trata solamente del daño físico que pueda causarse, con ser tanto, sino de la distorsión brutal de la libertad, que nos hunde e indigna al mismo tiempo. Privar de libertad equivale a una muerte prolongada. La venganza que implica en buena parte la pena de prisión está fundamentada en esa clase de privación. El ser humano vive de la libertad mucho más que de la seguridad. Y se es libre si se posee una palabra libre, una decisión libre, un bienestar que no haya de conmoverse ante la violencia o la amenaza.
En el mundo actual se vive muy mal. Cuando se escriba la historia de nuestro tiempo se hará con relatos propios de una era de barbarie. El ciudadano de hoy está cohibido por lo conminatorio, que no debe reducirse al único uso de la pistola en la nunca, tan abundantemente usada en tantos lugares y ocasiones. Al ciudadano se le amenaza con el uso constante de una fuerza múltiple protagonizada de diversas formas y desde distintos planos. El bajo nivel del pensamiento en nuestro momento está producido por el riesgo que conlleva la práctica del pensamiento libre. Díganme los trabajadores si pueden plantear enérgicamente su petición o su protesta sin miedo inmediato al despido -algo que también significa la pistola en la nuca-; confiesen los periodistas e intelectuales si su tarea es libre -algo que asimismo significa la violencia implícita en la pistola-; declaren las mujeres si manifestar activamente su identidad no las amenaza con males físicos y psíquicos tantas veces -¡ah, esa pistola!-; cuenten los pueblos si son soberanos de sus Estados o víctimas de las instituciones -la pistola, la pistola-...
No basta que el terror quede fijado en la estampa de un muerto. Se trata del terror social, que reduce el ser humano a un despojo de vida. Ni siquiera la visión de la muerte alecciona en torno a lo que significa la opresión porque los escenarios, todos los escenarios, incluso las fantasías cinematográficas elaboradas para los niños, están repletos de una normalidad de sangre y de cadáveres. Vivimos en un mundo donde el gran papel a representar es el de muerto o el de matador. El matador suele ser el héroe, el que impone una justicia sumaria que se encarna cotidianamente en personajes siniestros. Estos días de naufragio político, económico y social los héroes lo son merced al trabajo lacerante. El abuelo de Heidi hoy sería culpable de su libertad y un campeador encaramado en la cumbre le quitaría la pensión. No sigamos. El resto correrá a cuenta de los historiadores.
Desde hace días vengo anotando las amenazas de los jerarcas que gobiernan en Madrid o en Euskadi contra la coalición que trata de ejercer la libertad. Indudablemente me refiero a Bildu ¿Por qué no he de referirme a Bildu aunque un correo publicado en una emisora digital me califique de criminal? Es decir, que invita implícitamente a mi eliminación. Bildu vive con la amenaza de la pistola en la nuca. Una pistola cuyos componentes son, repetidamente, dirigentes políticos que detestan la democracia, leyes hechas con voluntad de herida, policía teleprogramada, tribunales acuciados a cumplimientos normativos inicuos, informaciones periodísticas relamidas por la ignorancia que son manejadas con pasmosa simplicidad. Esa pistola no deja muertos, sino inválidos espirituales para ejercer la libertad a poco que no les funcione el resorte del heroísmo.
Los Sres. Ares, Blanco y Jáuregui se levantan todos los días con la advertencia de que alojarse en Bildu equivale a instalarse en la muerte política. La violencia multifacial de cerco es el marco ideado para reducir una libertad de acción que sólo dejan funcionar en una estancia angosta, de paredes móviles que se estrechan cotidianamente con una plasticidad desconcertante. No; no puede reducirse Bildu a nueva patria de unos nuevos agotes o gente maldita, pero lo intenta ¿Cabe esperar que en un ambiente de este carácter se produzca la libertad democrática en que las ideas puedan asomarse a la luminosa ventana de las propuestas concretas? Una vez más: la libertad es una sustancia que sólo tiene el límite de la libertad. No es posible la libertad en un ambiente poblado por el despreciable magisterio de la violencia. Ni siquiera en lo religioso el hombre es libre si se le administra un Dios tonante, al que se carga de anuncios tempestuosos.
Bildu quiere la paz y ha nacido de un rechazo general de la violencia. Solamente con este espíritu se explica su masa electoral en un país donde ya sobran las pistolas, sean del genero que fueren. Bildu es la apuesta abierta y entendible por la libertad de un pueblo que piensa que solamente en él mismo ha de encontrar su destino ¿Eso es lo que debe ser amenazado tan reiteradamente? Dicen los que manejan esa pistola política que la inmensa mayoría de los españoles -y dan por supuesto que la inmensa mayoría de los vascos se sienten españoles- rechazan la independencia de Euskadi. Sofisma tan liviano como burdo. Porque el problema, llegados a tal punto, no es lo que piensa la mayoría de la ciudadanía estatal dominadora sobre la independencia de Euskadi sino lo que la mayoría de la ciudadanía de Euskadi piensa sobre la España que les domina ¿Por qué no aceptar limpiamente este debate sin anteponer condiciones a la dialéctica necesaria? La consulta ha de hacerse a los vascos y a quienes viven con plenos derechos en Euskadi, ya que consultar a los españoles que se asientan más allá de la muga constituye una tarea absurda, puesto que ha sido respondida en la Constitución y en la postura habitual del resto del Estado.
Bildu lo entiende así, pero acepta, y ahí están las manifestaciones de sus dirigentes, que se abra un proceso suficiente para sentar las bases de esta negociación a mesa puesta con manteles limpios. Mientras tanto, haya libertad para las partes; una libertad sin condiciones impedientes y, mucho menos, dirimentes. Libertad sin amenazas porque la soberanía vasca no se gana corriendo con suerte por la calle de la Estafeta.
Hay algo que encarna también una especie de constricción que de alguna manera pesa asimismo sobre la nuca. La reiterada solicitud de que por parte de los seguidores de Bildu se pida perdón por la victimas habidas a manos de ETA. Petición absurda, ya que esos acosados por tan radical solicitud no han empuñado el arma que ha producido las muertes ni han contribuído a su exterminio. Por lo tanto esa petición de perdón no encierra sino una violencia más. Me explicaré. Estoy harto, como ciudadano, de ese juego retórico de solicitud de perdones. Solicitar y conceder un perdón, sea el que sea, entraña un acto de soberbia por parte del solicitante, que con esa recepción del perdón se ensancha y engrandece, mientras el perdonado se empequeñece y procede como el esclavo que se manumite. Cuando realmente se ama la paz uno no quiere que le rindan la pleitesía del perdón sino que le basta con que se obre por parte del ofensor, en este caso inexistente, de manera que garantice la libertad y el respeto. Se trata, pues, de demostrar que se quiere andar por el camino de la fraternidad y de la igualdad, en este caso para el logro de la democracia verdadera. Jugar a perdones mutuos solamente conduce a que se prolongue una existencia en que únicamente haya vencedores y vencidos ¿Es eso lo que pretenden los que acosan a Bildu con el uso permanente de la pistola imaginaria que amenaza constantemente la libertad de pensamiento y de su correspondiente expresión?
Vamos a ser francos: la exigencia de un perdón, además indebida, no persigue sino crear un culpable que intoxique la opinión pública.