El sueño de Manuel, de nueve años, es llegar a ser un gran futbolista. Todos los días juega con sus amigos de la escuela en un improvisado campo de fútbol en la inmensidad de la montaña colombiana. Uno de sus días más felices es cuando su padre le regala un balón por su cumpleaños. Un bien muy preciado entre tanto dolor.

El juego inocente de Manuel, Julián y Poca Luz se intercala con la angustia de sus padres, con el ruido ensordecedor de los aviones y con la constante irrupción de uniformados.

La mala fortuna hará que el balón caiga a un campo minado. En su inocencia harán todo lo posible por rescatarlo. Y mientras diseñan el modo de hacerlo, la escuelita se va quedando vacía, la profesora tendrá que renunciar a sus sueños y abandonar a sus alumnos, y los vecinos del municipio de La Pradera recogen en silencio sus escasas pertenencias.

Con el correr del tiempo, los colores vivos y alegres de la montaña se van apagando, como las vidas de Manuel, Julián y Poca Luz. El primero se verá obligado a subir a un camión junto a su madre, embarazada, y a su hermano de meses tras la muerte de su padre a manos de la guerrilla, mientras que Julián se unirá a la guerrilla después de que el Ejército mate a sus padres. Desde su pórtico, Poca Luz verá partir a sus mejores amigos hacia un destino incierto.

Así son «Los colores de la montaña», un retrato íntimo y familiar de las consecuencias del conflicto armado en las zonas rurales de Colombia y, en concreto, de la huida silenciosa de sus habitantes. Sólo Sudán supera a Colombia en número de desplazados por razones políticas.

Los bombardeos de las últimas semanas en el Departamento del Cauca han recrudecido este éxodo, que el Gobierno de José Manuel Santos había intentado frenar con la nueva Ley de Tierras y la devolución de sus tierras a los campesinos.

Este regreso jamás será posible mientras no haya un verdadero cese de las hostilidades y tanto el Gobierno como las guerrillas cumplan sus recientes propuestas de diálogo y se sienten a conversar de manera honesta y eficaz.