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Y de Quico, ¿qué?

Marino MONTERO

En vida, el único reconocimiento que se le tributó a Juan Carlos Eguillor en Bilbao fue la concesión, en el marco de la Fiesta de los Txikiteros de 2003, del Txikito de Honor. Lamentablemente, ha debido acaecer su temprana muerte para que hasta los sinsorgos (a los que tantas veces supo poner en solfa con su peculiar ingenio) se hayan aprestado a homenajear al más lucido y lúdico bilbaino que nos haya podido dar Donosti. Y sin embargo, hasta después de muerto ha seguido prestando su apoyo a la causa del bilbainismo, que siempre defendió haciendo gala de su innata condición de trasgresor de la cotidianidad y de sus ganas de vivir como si siempre fuera fiesta; pues no cabe duda de que la reedición, propiciada por Bilboko Konpartsak, de las primigenias pañoletas (de tres puntas) de color azul Bilbao serigrafiadas con el logo que él diseñó en 1978 para las primeras fiestas de Bilbao Aste Nagusia ha supuesto una revitalización de este símbolo externo de participación, que viene a ser como santiguarse para entrar en una iglesia o descalzarse para hacerlo en una mezquita.

Pero hay otro gran bilbaino, afortunadamente todavía vivito y coleando, que fue fundamental para el advenimiento de la explosión festiva astenagusiera, que ha trasformado para siempre jamás el devenir de nuestra Villa, al que se le sigue ninguneando el reconocimiento debido. Me refiero a Quico Mochales, el carismático relaciones públicas de El Corte Inglés en los tiempos difíciles de su implantación en la Villa, que fue quien dio el primer paso efectivo para la puesta en marcha de nuestra brillante Aste Nagusia con la organización de un concurso de ideas para hacer «populares» las fiestas, cuya convocatoria debió pelear arduamente con la alcaldesa Careaga; y que, no contento con esta encomiable contribución, en 1981 se las arregló para poner en pie el Concurso de Fuegos Artificiales, al que en 1990 aupó a la categoría internacional. Desentrañar la sinrazón por la que todavía no se le ha rendido reconocimiento excede los límites de esta reseña. Pero bueno sería, para la mejora de la cohesión social de nuestra colectividad, que fuéramos capaces de enfrentar los fantasmas que nos han llevado a obviar sus innegables meritos, pues ya me jodería que, por los tontos prejuicios y la falta de coraje de unos y otros, se nos acabe pasando el tiempo y que el merecido homenaje a Quico Mochales no le sea tributado en vida.

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