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Bermutean... Don Gargantúa

«A mí no me divierte comerme niños y niñas»

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Pablo CABEZA | BILBO

¿Es el Ayuntamiento? «Sí, qué quiere, que me pilla con el bocadillo». Mire, soy Paul Buru, periodista del diario GARA y quisiera quedar con don Gargantúa para charlar con él sobre esto de las fiestas y su curro. «Tendrá que rellenar el documento 213 y poner una póliza de 75 pesetas. ¡Ah!, no que ya no es así, se me ha ido la cabeza. Aguarde y le paso con don Gargantúa si me lo autoriza el superior». Música de fondo: A mí me gusta el pin, piribi, pin, pin, de la bota empinar, parara, pan, pan, con el pin, piriri, pin, pin, con el pan, parara, pan, pan, al que no le gusta el vino, es por no pagar, o no tiene un real.

A los quince minutos: «Sí, quiéeeen meeee llaaaaama», responde una voz pausada, quejosa e impropia de un gigante. ¿Don Gargantúa? «Sí, siiií, soy yooooo». Mire, que soy un periodista del GARA, Paul Buru, y que me gustaría tener un intercambio de opiniones con usted sobre su trabajo, las fiestas... mientras nos tomamos un vermut. «Graaacias, graaacias, ¿que me invita a comer un Mamut, dice?». No, don Gargantúa, un vermut. Bueno, deje (es que ya son muchos años), ¿le parece que podríamos quedar en el muelle de Ripa y charlamos mientras nos damos un paseíto? «Estupendo, que a mí sólo me sacan para lo de siempre. Ahora me voy a lavar los dientes, me llevará una horita». Pues nada, en una hora allí nos vemos, ¡eh, grandote, digo, majote! «Vale, vaaaale...».

Pasada una hora y cuarto, comienza a temblar el suelo. Ya le veo. ¡Joder, la hostia, hasta para un bilbaino de pura cepa es muy grande, colosal! Se ve que por el camino se ha enredado los pies con dos txosnas y se las trae arrastras entre alaridos, imploraciones y espanto general. Él ni se entera. Esto es un horror, pero yo a la exclusiva. ¡Hola, don Gargantúa!. Soy con el que ha hablado antes. ¿Le parece bien que charlemos aquí mientras la DYA se ocupa del asuntillo colateral y le desenreda? «No, no, prefiero desenredar mi mente andando con este fresquito, es que siempre me tienen en el mismo sitio y esta es una gran oportunidad para ver la ciudad y sus amables y queridas gentes». Gargantúa toma la calle del tranvía y pa'lante. En la primera curva aparece el articulado sobre raíles, ya es casualidad. Don Gargantúa cree que es el tren con el que juega en la nave-residencia y de un manotazo lo envía a la ría. «Ahora no quiero jugar, prefiero caminar contigo», me dice repleto de cariño y humanidad. La gente grita alarmada, repleta de pavor. Los damnificados se cuentan por cientos, la escena es terrorífica. Hasta los mubles huyen por el medio de la calle. En un descuido, con la mano golpe a un peatón en la cabeza, dejándolo turulato.

«Es que estoy muy solo, Paul. Yo lo que quiero es que el Ayuntamiento me traiga una amiga. Pero siempre que la pido me dicen que no sería oportuno, que todos iban a preferirle a ella y que, entonces, a mí me dejarían para siempre en la nave solito, y hay ratones, ¿sabes?. Estoy triste, Buru, triste y jodido, muy jodido». En esto don Gargantúa ha girado hacia la calle Ronda. Aún lleva los restos de una txosna entre los pies y yo tengo que ir corriendo por delante, ya que a su paso se va cargado casa tras casa de la angosta calle. El museo histórico de María Muñoz y el Muga se han librado de chiripa.

Ahora lo tengo sentado en el centro de la plaza Unamuno. «Si es que mi oficio no me gusta, a mí no me divierte comerme niños y niñas. Además los de ahora no son como los de antes. Ahora vienen más grandes y no veas las almorranas que tengo al final de las fiestas y el Hemoal no entra por el seguro y no me lo compran». Intento darle ánimos pasándole la mano por la espalda. Tras media hora, le digo en plan colega: Gargan, ¿sabes que a mí también me comiste un montón de veces hace muchos años? ¡Qué miedo me dabas! «Ahhhhhh, ahhhhh, ahhhhhh». No llores Gargan (no debí decir lo del miedo). «Ves, si es que a mí no me gusta dar miedo. Yo quiero ser amigo de todos, tener una mujer y unos hijos para comérmelos... Pero a besos, ¿eh?». Es un cielo. De camino a casa, Gargantúa no mide bien y se carga el BBVA, medio Corte Inglés y parte del Banco de España. Además, se le ha caído la txapela y ha medio asfixiado a veinte peatones. Mientras tanto, y ajeno como un niño a la realidad, llora compungido sentado sobre un autobús turístico de dos plantas que aplasta sin querer. Definitivamente, no hay quien le saque de casa.