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CRíTICA Quincena Musical

De mucha a demasiada alegría

Mikel CHAMIZO

Uno de los platos fuertes de esta Quincena Musical, cómo no, la emblemática “Novena” de Beethoven; volvió a engatusar al público donostiarra. Pero dentro de la gran respuesta que siempre genera esta obra, los aplausos y los bravos no fueron tantos como cabría esperar. Es más, se escucharon bastantes comentarios muy críticos con la versión que dirigió Jukka-Pekka Saraste. Y es que volvió a suceder algo parecido a lo que pasó con “El castillo de Barbazul” dos días antes: Saraste parece ser el tipo de director que, en vez de gestionar gota a gota la energía, arranca la partitura al cien por cien y aplica más y más tensión para que la estructura musical siga adelante con una fuerza arrolladora y sin decaer. Esta táctica, que no funcionó en absoluto en “Barbazul”, podría haberle ido muy bien a la “Novena” si no fuera porque el asunto se le fue a Saraste de las manos y en el cuarto movimiento todo sonaba ya excesivamente ruidoso y frenético, y eso, claro está, a costa del fraseo, el color orquestal y la emisión y dicción del coro. Afortunadamente, los dos primeros movimientos de la sinfonía gozaron de una dirección épica que les sentó muy bien y unos instrumentistas que conocían perfectamente los códigos del espectáculo orquestal beethoveniano. En el aspecto vocal, el cuarteto de solistas funcionó correctamente en los concertantes, a pesar de los desmanes del tenor, y el Orfeón Donostiarra, que antes había firmado un Schoenberg realmente flojo, sacó toda su imponente presencia para una “Oda a la alegría” que, incluso en una interpretación no muy lograda como ésta, siempre es capaz de remover conciencias y conmover corazones.

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