«Me ataron a un tanque y me utilizaron como escudo humano»
Detenidos encadenados a carros de combate durante un bombardeo de la OTAN, quemaduras provocadas por cigarros y mecheros incandescentes o cuerpos abrasados por el uso de electrodos. Los presos de Abu Salim, en Trípoli, han padecido todo tipo de torturas. Tras la irrupción de los rebeldes unas 3.000 personas fueron liberadas de una prisión a la que su fama le precede. Durante décadas, los opositores a Gadafi fueron encerrados tras sus muros.
Alberto PRADILLA | TRÍPOLI
«Me detuvieron en Bir Ghanan (a 80 kilómetros al sur de Trípoli). Me ataron a un tanque con una cuerda. Me usaron como escudo humano. Permanecí amarrado durante todo un día. Ni siquiera me dieron agua». Tajouri al-Hash, argelino de 57 años, descansa en la bajera de una familia de Zintan a la espera de ser evacuado hasta Ras al-Oued, su localidad de origen.
«Nos encerraron a 60 presos en el interior de una celda de ocho por cuatro metros. Estábamos sentados, unos encima de otros. Algunos murieron y solo podíamos llamar a los guardias para que se llevasen el cadáver». Mahmud Naji Mbeida, de 23 años, se saca tres de sus dientes de la boca y los muestra, queriendo dejar claro que ese hueco artificial en las encías se lo perforaron a golpe de fusil Kalashnikov.
«Me tumbaron en el suelo. Los guardias saltaban encima de mí. Si no decía lo que ellos querían, me golpeaban. Escupía sangre y no podía respirar». A Mbarak Abenabi Marchani, marroquí de 67 años, la piel se le ha quemado de tal manera que si se levanta la ropa, parece un dálmata enrojecido.
«Me abrasaron con cigarros encendidos, con mecheros incandescentes. Lo hacían todos los días». Abdultawar Jumah, de 26 años, enseña su espalda, un torso escaldado a base de contacto con el metal hirviendo.
Al-Hash, Naji Mbeida, Marchani y Jumah están unidos por haber permanecido los últimos meses en Abu Salim, ese agujero negro que durante décadas se ha tragado a los opositores a Muammar el-Gadafi.
Solo se diferencian por las circunstancias de su arresto. Únicamente el segundo de ellos empuñaba un arma. A los otros, trabajadores en Bir Ghanam y Misrata, los agarraron en el sitio equivocado en el peor momento posible. Desde el pasado martes, todos ellos son libres. La irrupción de las milicias rebeldes en Trípoli abrió las puertas de unas celdas que pensaron que permanecerían clausuradas para siempre. Ahora, exhaustos tras meses de cautiverio, solo quieren volver a casa.
«Trabajaba en un taller mecánico. A finales de junio comenzaron los combates y los bombardeos de la OTAN, que golpeó muy duro», relata Tajouri al-Hash. No le dio tiempo de dar explicaciones. Primero, fue utilizado como escudo humano. Los bombardeos aliados dejaban vía libre al avance desde Nafusa y los tanques gadafistas eran uno de sus principales objetivos. Después, fue entregado a la Policía Militar. Finalmente, terminó en Abu Salim. La misma historia, con sus diferentes matices, se repite con otros trabajadores extranjeros a quienes la guerra les pilló en el fuego cruzado.
El marroquí Mbarak Abenabi es uno de ellos. «Estaba empleado en una fábrica del centro de Misrata. El 22 de marzo fui detenido. Me metieron en una tienda durante tres días. De ahí pasé a un contenedor. Dentro estábamos 41 personas, 20 egipcios, 20 africanos y yo», relata este hombrecillo menudo y con voz apagada.
«Yo les decía que no sabía nada, pero ellos estaban convencidos de que ayudábamos a los rebeldes a fabricar armas», explica. En la ciudad asediada, los trabajadores de cualquier industria se convirtieron en ingenieros armamentísticos cuando los rebeldes todavía no contaban con los suministros que llegaban desde el puerto de Bengasi. Así que se colocaron en el punto de mira de los lealistas.
«Te decían que si confesabas no te pegarían más. Pasábamos todos los interrogatorios con los ojos vendados», señala Abenabi, que relata una de las prácticas más repetidas por los capturados. «A muchos les llevaron a la televisión pública para decir que habían saqueado las ciudades y violado a las mujeres». No deja claro si él también terminó en pantalla. Y no parece muy dispuesto a confirmarlo.
Torturas a prisioneros
Cada uno de estos ex prisioneros tiene su ración particular de torturas. Aunque casi todos recuerdan a una persona como su principal responsable: Milad Jouelli Zargani Warfalli, uno de los oficiales a cargo de Abu Salim y que, según relatan los represaliados, presumía de «ser capaz de matar a sus padres» por fidelidad a Muammar el-Gadafi.
Ese mismo oficial se vio las caras con el egipcio Abdultawar Jumah, originario de Fayoum, en el sur de El Cairo. Regentaba una tienda en Misrata junto a su hermano Handawi, de 22 años, cuando se iniciaron los combates en la ciudad costera. Los dos fueron arrestados. «Era 17 de marzo. Comenzaron los enfrentamientos, la calle estaba en llamas. Yo estaba en mi comercio, vinieron los soldados de Gadafi y me detuvieron. Decían que apoyaba a los rebeldes, pero yo lo negaba». Daba igual lo que dijese. Su próxima parada ya estaba decidida: el cuartel de la escuela militar de las Fuerzas Aéreas.
Allí, en menos de 24 horas, sus captores lo molieron a palos. «Estaba aterrorizado, no me controlaba. Terminé orinándome encima», relata. De ahí, en autobús, camino de Abu Salim. En total, 42 personas: 38 nacidos en Misrata, dos africanos y otros dos egipcios: Abdultawar y su hermano Handawi. Todos atados hasta que las bridas les tatuaron las muñecas, donde todavía pueden verse las heridas.
Para los presos nacidos en el país del Nilo, el trayecto penitenciario fue todavía más largo. Jumah y otro centenar de compatriotas pensaban que iban a quedar libres cuando les metieron en un autobús con los ojos vendados. Cuando recuperaron la vista se encontraron en el interior de otra prisión, en Tarhouna, 80 kilómetros al sur de Trípoli.
Algunos, como su hermano, fueron liberados ahí. Pero el tendero de Fayoum tenía reservado un billete de vuelta. Hasta el día de su liberación.
Mahmud Naji Mbeida es el único combatiente de esta conversación que comienza en voz baja y termina convirtiéndose en una especie de terapia, con todos los presos quitándose la palabra.
Necesitan explayarse. A este guerrillero originario de Bengasi le cazaron en una emboscada el 23 de abril en Ben Jawad. En esta guerra sucia donde ha valido prácticamente de todo, camuflarse con la bandera rebelde para lanzar a los insurgentes más allá del frente ha sido una práctica habitual.
Emboscadas
Naji Mbeida y 80 de sus compañeros cayeron en esta jugada y para cuando se habían dado cuenta les estaban disparando desde los dos lados de la carretera. La mitad se quedaron en el camino. El resto, fueron encerrados en Abu Salim.
«Nos pegaban continuamente. Nos colocaron electrodos. A mí me rompieron tres dientes con la culata de un Kalashnikov», asegura este escuálido ex militar que dejó el uniforme gadafista para sumarse a la rebelión desde el 17 de febrero.
Las condiciones a las que les sometían en la cárcel no cambiaban demasiado si el arresto te pilló por sorpresa o si, como en este caso, ocurre en medio de la batalla. «Nos trasladaban siempre tapados y, cuando pedíamos agua, nos daban pis para beber. Fue terrible».
Hasta hace bien poco, las historias sobre Abu Salim eran como rumores antiguos que se relataban en voz baja. En esa misma cárcel fueron asesinados unos 1.200 presos islamistas en 1996. En el momento de la irrupción rebelde, cerca de 3.000 personas se hacinaban en su interior. Ahora pueden relatar qué ocurrió tras esos muros que, como tantos otros lugares de Trípoli, permanecían ocultos para la mayoría de la población libia.
Aisha, hija de Muammar el-Gadafi, dio ayer a luz a una niña en Argelia, a donde llegó el lunes junto a dos de sus hermanos y su madre, informaron a France Presse fuentes gubernamentales argelinas.
El Gobierno de Zimbabwe dio ayer al embajador de Libia, Taher el-Magrahi, 48 horas para que abandone el país después de que éste reconociera al CNT como la nueva autoridad libia.
El Comité de Sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU acordó ayer desbloquear 950 millones de libras (1.073 millones de euros) congelados al Gobierno de Gadafi en Gran Bretaña y entregarlos a los rebeldes.
El líder de los rebeldes libios lanzó ayer un ultimátum que concluye el sábado a los partidarios de Muammar el-Gadafi, que resisten en zonas como Sirte, para que se rindan, amenazando con nuevas operaciones militares.
Mustafa Abdel Jalil, líder del Consejo Nacional de Transición (CNT), afirmó que están manteniendo negociaciones con dirigentes de estas ciudades, especialmente con los de Sirte, para intentar conseguir que se rindan sin combatir
«Esta oportunidad acabará con el fin del Aid el-Fitr [fin del Ramadán, que en Libia será el viernes]. A partir del sábado, si no se puede lograr una salida pacífica, podremos lograrla militarmente», declaró Abdel Jalil en una conferencia de prensa en Bengasi.
Mientras el CNT hacía estas declaraciones, la OTAN incrementó su presión contra las fuerzas leales a Gadafi en Sirte, informó la alianza atlántica en un comunicado difundido desde Bruselas.
Según un recuento de la OTAN, los aliados destruyeron el lunes 22 vehículos equipados con armas, cuatro radares, tres centros de mando, un sistema de baterías antiaéreas, un sistema de misiles tierra-aire, dos vehículos de abastecimiento militar y un cuartel en los alrededores de Sirte.
Por otra parte, France Presse informó de que los rebeldes libios alcanzaron ayer la localidad de Al-Sadaada, a 150 kilómetros al oeste de Sirte), donde llevaron a cabo tareas de reconocimiento, a la espera de las negociaciones que estaba llevando a cabo el CNT con dirigentes locales. GARA
«Los detenidos tienen que demostrar que no son mercenarios. Si esto se confirma, quedarán libres». Así se expresa uno de los responsables que custodian la entrada de la antigua escuela del barrio de Gorji, en el oeste de Trípoli. El colegio tiene ahora un triple uso. Una de sus aulas aloja a los periodistas que no pueden pagarse una habitación de hotel. Junto a ella, se ubica una oficina del comité local del Consejo Nacional de Transición (CNT). Y el piso de abajo ha sido rehabilitado como cárcel. Nadie dice cuántos presos hay en su interior. Ni de qué se les acusa. Tampoco cuando serán juzgados. Por supuesto, está prohibido acercarse a ellos.
Los presos de esta cárcel improvisada, casi todos de raza negra, son una pequeña proporción de todos los detenidos durante los primeros días de asalto rebelde a Trípoli. Sin embargo, nadie dice dónde se encuentran recluidos. Los insurgentes saben que las vendettas perpetradas durante los primeros días de combates en la capital no ayudan a su imagen. Así que han impuesto el silencio.
Sí se sabe que decenas de personas fueron arrestadas. También que se registraron ejecuciones. La población subsahariana ha sido el principal objetivo, después de que la supuesta participación de mercenarios procedentes de Chad o Níger en las filas de Gadafi se convirtiese en el principal argumento para «justificar» las muertes. «Aquí se está bien, no hay problemas», aseguraba ayer un tendero originario de Chad en la medina de Trípoli. Tras unos minutos de conversación, cambia su discurso. «Sé que ha habido población negra que ha sido asesinada. Especialmente en Zawarah».
El CNT trata de dar la imagen de que no comulga con la represión lanzada por los milicianos insurgentes. De hecho, su líder, Mustafa Abdel Jalil, llegó a asegurar que dimitiría si continuaban las razzias. Pero parece difícil controlar a tantos hombres armados. Contactar con un leal a Gadafi en Trípoli es prácticamente imposible. Y los rebeldes no están dispuestos a admitir que ellos también han cometido crímenes. A.P.