El «affaire» L'Oréal tiñe de escándalo a un Sarkozy cada vez más desilusionante
Tras intentar armar y defender hasta el último instante al autócrata tunecino Zine al-Abidine ben Ali, caído éste en desgracia a consecuencia de la rebelión del país norteafricano, Nicolas Sarkozy se apresuró a liderar la guerra que Occidente emprendió en Libia parapetado en un mandato de la ONU con un objetivo tan noble como a la postre falso, cual era proteger a la población civil. El presidente francés tomó partido por uno de los bandos, lo armó, se convirtió en su fuerza aérea y situó las compañías francesas en pole position para los jugosos contratos de la era posterior a Muamar al-Gadafi. Sin embargo, todavía resuena la acusación del hijo del líder libio, Saif al-Islam, quien afirmó que fueron ellos quienes financiaron la campaña electoral de Sarkozy en 2007. Nunca pudo establecerse con métodos forenses la verdad de tal acusación, pero resulta sospechoso que el otro frente de financiación irregular y oculta que perseguía al presidente francés -y que siempre negó con vehemencia-, el llamado affaire L'Oréal, conociera ayer un nuevo capítulo que bien podría calificarse de dinamita política.
Según publica en un libro la juez Prévost-Desprez, retirada bajo presión del caso, la enfermera de Liliane Bettencourt -la mujer francesa más rica y dueña de la mayor y más poderosa marca de cosméticos del mundo- confesó que vió cómo Sarkozy recibía dinero en metálico antes de las elecciones de 2007. El hecho de que una juez en lo más alto de una institución judicial haga tales revelaciones supone poner en entredicho a todo un presidente de la República en ejercicio. Su recaudador de campaña -y que posteriormente sería su ministro de Trabajo-, Éric Woerth, cayó en desgracia por este caso. Sarkozy consiguió capear el temporal utilizando los servicios secretos para espiar a periodistas y apartando a jueces incómodos, pero la sombra del escándalo es larga y amenazante, como se acaba de comprobar, si bien a unos meses de las elecciones parece improbable que ni siquiera se abra un nuevo sumario judicial.
La desilusión social con Sarkozy es hoy evidente, incluso entre sus adeptos. Y aunque, quizá estereotipadamente, siempre se ha dicho que los franceses tienen el corazón a la izquierda y el bolsillo a la derecha, hay posibilidades reales de que caiga en desgracia. Vistos los turbios métodos de un político que no ha tenido escrúpulos a la hora de hacer la guerra para su propia gloria y negocio de quienes lo sostienen, los ciudadanos del Estado francés tienen esa decisión -y esa responsabilidad- al alcance de sus manos. Oxigenaría una atmósfera cargada de políticos ensimismados. Y la decencia política lo agradecería.