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Raimundo Fitero

Por cojones

La diferencia entre «Ratón» y «Afligido», dos estrellas bovinas de la televisión es que el primero lleva muescas en sus cuernos que le confieren mayor categoría de mercado por haber llevado al hule de la morgue a dos o tres, según versiones, seres humanos que corrían delante o al lado suyo para vacilarle, y que el segundo fue torturado de manera vil por cientos de seres humanos armados de varios instrumentos de producir dolor y que acabó muerto y con sus cojones exhibidos por la plaza de Tordesillas en la lanza del que se supone fue el macho que le dio matarile.

La diferencia entre la muerte de «Afligido» y de los miles de otros toros de raza brava que mueren en ruedos y plazas de carros por toda la península ibérica, es que este ha tenido sus minutos de gloria televisiva, y los otros, son la materia prima con la que se fraguan currículos, leyendas y mitología taurinas que acaparan portadas, interiores y crónicas del corazón, además de fomentar una profesión atípica. En todos los casos, la diversión se basa en la tortura de un animal vivo, que tiene unas defensas naturales, en la casi totalidad de las ocasiones mermadas por la mecánica, o la química, frente a una serie de individuos que usan arpones, lanzas o espadas para dar con su belfos en la arena y hacer una papilla sanguinolenta donde acuden las moscas a reivindicarse.

Entre las criadillas y los cojones en la gastronomía de solanera existen unos matices que simplemente retratan las circunstancias. Se buscan firmas para acabar con el desafortunadamente famoso toro de la Vega, que está considerado como asunto cultural, por el simple hecho de pertenecer a una tradición mantenida en el tiempo porque se trata de asuntos de cojones, algo que rotundamente se debe hacer porque siempre se hizo, sin pensar en nada más. Seguramente los que de verdad se enfrentan a esta aberración popular, lo hacen con fundamentos, son vilipendiados in situ, sufren agresiones y vejaciones, pero he notado una corriente oportunista con «Afligido», que no se corresponde con el resto de sesiones sangrientas de tortura que sufren los otros miles de cornúpetas menos mediáticos sacrificados públicamente cada año.

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