Los últimos ingleses
Un siglo sin extranjeros
La disputa del Campeonato de España del año 1911, en el que la Real Sociedad lideró una revuelta contra los bilbainos por incluir a jugadores de las Islas, determinó la primera normativa limitadora de foráneos.
Joseba VIVANCO
Los 20 clubes de Primera División que acaban de comenzar la temporada cuentan con 500 licencias de futbolistas, de las que 86 corresponden a jugadores comunitarios y otras 40 a extracomunitarios, es decir, 106 futbolistas extranjeros, como antes se decía. Una cifra que sigue un ritmo ascendente desde hace años. En la campaña 2003-04, por ejemplo, los extracomunitarios fueron 68. Datos dignos de analizar justo cuando se cumplen cien años desde que el único equipo que históricamente no recurre al fichaje de `extranjeros', dejó de hacerlo. Sí, fue en 1911 cuando los foráneos alineados por el Athletic de entonces en competición oficial determinaron la primera normativa limitadora para estos jugadores.
El legendario partido celebrado en las campas de Lamiako el 3 de mayo de 1884, entre los tripulantes ingleses de un buque y once muchachos bilbainos, fue el preludio de la impronta que el fútbol británico iba a tener en el futuro club, surgido años más tarde de la fusión entre el Bilbao FC y el Athletic Club. Antes, los MacLenan, Evans, Langford y Davies fueron los primeros futbolistas ingleses en vestirse la camiseta por entonces azul y blanca del Bizcaya.
En el año 1910, «convertido en club rojiblanco y con un fútbol directo, de patadón y carrera desenfrenada, el Athletic continuó bebiendo, hasta saciarse, en fuentes británicas», relata José Ignacio Corcuera en un artículo publicado en la revista digital del Centro de Investigaciones y Estadística del Fútbol Español, donde narra lo acontecido durante aquel año 1911.
La polémica Copa de 1911
La Copa o Campeonato de España era por aquel entonces el único torneo en liza. Meses antes de que el primer entrenador del club -inglés por más señas, Mr. Sheperd- arribase a Bilbo, en 1910, se disputaron dos campeonatos distintos, en uno de los cuales el Athletic se impuso al Vasconia donostiarra.
Este último contaba con el anglovasco Goitisolo y un par de jugadores madrileños, por lo que los rojiblancos decidieron traerse a cuatro british: Cameron, Graphan, Burns y Weith -o Veicth-. Y encima ganaron.
Aquello abrió los ojos a los vizcainos y el Athletic -el Bilbao también participó por separado- decidió dotarse de jugadores de las Islas para el campeonato de 1991, algo que casi todos los equipos habían pretendido, sin demasiada fortuna, al decidir la Federación que sólo pudieran participar aquéllos que llevasen al menos seis meses residiendo en la ciudad del club.
La ventaja obtenida por los bilbainos incomodó de tal manera a sus vecinos guipuzcoanos que abandonaron la competición sin siquiera jugar, y eso que -recuerda José Ignacio Corcuera- «no todo era limpieza en la Real Sociedad, puesto que también ellos habían hurgado por las Islas Británicas a la caza de refuerzos, con menos suerte, es verdad, al gozar de un presupuesto inferior», .
Es cierto, porque los del Botxo, prosigue el artículo de Corcuera, «no sólo hallaron tres jóvenes dispuestos a embarcar (Sloop, Martin y Weith), sino que éstos vinieron acompañados de otros dos meritorios denominados popularmente `baracaldeses', a raíz de que un periodista los bautizase como Aguirre y Baracaldo cuando, aparte de no hablar ni palabra de castellano, sus apellidos respondían a Harrison y Rous».
La desbandada de los donostiarras fue la mecha que encendió una revuelta junto al resto de clubes. El Athletic aceptó excluir a dos británicos, pero no así al tercero, Weith. Pero ni por ésas. Las Academias Militares de Artillería, Caballería e Infantería, que sustentaban a varios equipos, se retiraron, aunque se dice que fue porque se les acabaron sus permisos. Y a éstos les siguió el Barcelona -expulsado por alinear indebidamente a cuatro extranjeros-, también el Fortuna vigués -que se despidió al no serle aceptada la repetición del partido que perdió contra el Athletic-, añadiéndoseles más tarde la Real Sociedad Gimnástica Española, en solidaridad con la Real Sociedad. Al final, ocho de los trece clubes inscritos dieron el portazo, y otros dos ni se presentaron.
Así las cosas, la final la disputaron el Athletic y el Español catalán, si bien a los bilbainos sólo se les permitió jugar con un inglés, el tal Weith, que ya había jugado con ellos el año anterior. 6.000 aficionados que se reunieron en las campas de Jolaseta fueron testigos del 3-1 favorable a los anfitriones, el título que la Federación Española sigue sin querer reconocer a los 'leones'.
El inglés que no se quiso marchar
Aquella esperpéntica Copa supuso un punto y aparte. En cuanto pudo, la Federación decidió que «en adelante sólo se permitiría la alineación de tres foráneos por equipo y partido en torneos oficiales, siempre y cuando jugadores pudiesen justificar, como mínimo, tres años de residencia en nuestro suelo, y hubieran sido inscritos con medio año de antelación».
Una normativa que en los años posteriores muchos equipos se saltaron, incluido el Real Unión de Irun, que fichaba para sus filas jugadores provenientes del otro lado de Pirineos. Pero aquel 1991 resultó clave. «Quede para la anécdota, o incluso para la historia, que el Athletic, hoy decidido defensor de lo autóctono, inspiró el primer cierre de fronteras en nuestro fútbol por su afición a espigar entre los pros de la Gran Bretaña».
Los bilbainos, tocados en su orgullo, se dice que a partir de aquel `escándalo' decidieron jugar sólo con jugadores de su tierra, aunque desde fuera algunos quieran ver aquel episodio como un `borrón' en su historia.
Enrique Terrachet, autor del libro ``Historia del Athletic. Caso único en el fútbol mundial'' (Ed. La Gran Enciclopedia Vasca, 1998), se defiende de quienes critican que, precisamente, fueran los bilbainos quiene primero alinearan extranjeros en sus filas. «¿Cómo va a negar el Athletic haber alineado en sus equipos a jugadores extranjeros? ¿Quiénes, sino ellos, nos enseñaron a atarnos las botas?».
Además, este autor esgrime que aquellos ingleses que llegaban para jugar en Bilbo se convertían en -digamos- `bilbainos' de adopción. Y para abundar en ello narra la anécdota de uno de los primeros en jugar para los bilbainos, Jorge Langford, tripulante de un destructor que llegó a la capital vizcaina para evacuar a la población inglesa de la villa y que, como cuenta la tonadilla, «ya no se quiso marchar». Langford argumentó que en su país natal no había bombardeos, «pero tampoco vino».
Amorebieta ¿extranjero?
Aquel 1991 marcó un antes y un después para el equipo surgido en la capital bilbaina, que le ha llevado a ser hoy un caso único en el panorama futbolístico. Sí que ha seguido fiel durante muchas etapas de su historia a un estilo de juego británico e, incluso, en San Mamés, en 1914, arbitró por primera vez un trencilla inglés, mister Rowland.
Desde entonces algunos entrenadores extranjeros han desfilado por el banquillo de San Mamés, pero la puerta para los jugadores `extranjeros' se ha mantenido siempre cerrada, por mucho que, curiosamente, en algunos foros de internet o en webs estadísticas se pueda leer estos días que el defensor Fernando Amorebieta es «su primer extranjero en cien años, venezolano para más señas».