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César Manzanos Bilbao Doctor en Sociología

A las puertas de la sublevación

Comienzan a ser cada vez más amplias las mayorías que no tienen nada que perder: ni propiedades, ni ahorros en el banco, ni la luz o el teléfono. Porque no tenemos con qué pagar su sangría

El poder mide. Estira de la cuerda hasta ver cuándo se puede romper. Cuando se manifiesta el riesgo de romperse, cede un poco y vuelve a estirarla de otra manera, de modo que las masacres, la explotación, los recortes sociales, la suspensión de los derechos, puedan realizarse sin resistencia por parte de una sociedad a la que se le aplican nuevas formas de sedación. Nos opusimos a la guerra en Irak y aprendieron de esa oposición cómo gestionar otra nueva guerra imperialista para apropiarse del petróleo ajeno, pero esta vez sin oposición. Ellos lo saben: en la actual fase del capitalismo de la guerra permanente lo que no se conquista con la guerra comercial, se conquista a base de millones de euros y de muertos, con la guerra militar.

De igual modo ocurre con los recortes sociales aquí en casa. Se gastan en contratar más policías (de «proximidad», de padrón, de fiscalidad), en más carceleros, en construir macrocárceles en Zaballa y Zubieta, y así seguir engordando a gentuza como los Botín, las Koplowitz o los Oreja. En definitiva, en contratar más esbirros para mantener un estado con nuestros impuestos y con la violencia de sus leyes, al servicio del capital, a espaldas de la ciudadanía.

Y ahora, nos convencen de que la culpa de los «problemas sociales» que el poder político ocasiona y la culpa de que el estado se vea obligado a invertir en la industria de la seguridad la tienen los pobres, la juventud, la inmigración y demás grupos vulnerados que son, dicen, los que chupan del bote, los que defraudan, los que no quieren trabajar. Como si ellos, los políticos profesionales, fueran productivos, cuando a lo que se dedican es a poner las cosas cada vez más difíciles a quienes producimos o nos desesperamos buscando un trabajo para servirles.

Pero nuestras propias mentiras nos las podemos creer cuando obtenemos un beneficio de ese autoengaño y nos convertimos en sus cómplices. Ahora también eso es distinto. Comienzan a ser cada vez más amplias las mayorías que no tienen nada que perder: ni propiedades, ni ahorros en el banco, ni la luz o el teléfono. Porque no tenemos con qué pagar su sangría. Llegará un momento que el dinero que poseamos no tenga ningún valor porque el dinero no se come, no te abraza, no te cobija, no se bebe. El dinero se devaluará para quien lo tiene y los créditos se dispararán al infinito para quien vive empeñado.

Entonces, viviremos una economía real, una vida real y no especulativa o deudocrática. Esto no es nuevo. Ocurrió hace 17 años en México con el tequilazo y no hace tanto en Argentina con el corralito. Y esos países son mucho más ricos en recursos y menos superpoblados que el nuestro. Está comenzando a ocurrir en los estados más pobres de la Europa Mediterránea.

Por eso estamos a las puertas de la sublevación, a no ser que la confusión mental y emocional que nos provoque tal situación, sea nuevamente manipulada por quienes manejan la cuerda. Y eso es lo que no podemos permitir y lo que podemos evitar.

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