Guillermo Paniagua Askapena
Erase una vez el imperialismo
La cuestión crucial es que bajo ningún punto de vista, ni teórico ni histórico, las potencias capitalistas intervienen militarmente para defender algo parecido al bienestar general, la democracia o los derechos humanosEn una reflexión fechada al 23 de febrero del 2011 y con la clarividencia usual que caracteriza su aporte a la Batalla de las Ideas, principal frente en el que vierte actualmente su meticulosa comprensión de la lógica depredadora del imperialismo, el compañero Fidel se había adelantado, una vez más, al guión: «Los medios masivos del imperio han preparado el terreno para actuar. Nada tendría de extraño la intervención militar en Libia, con lo cual, además, garantizaría a Europa los casi dos millones de barriles diarios de petróleo ligero, si antes no ocurren sucesos que pongan fin a la jefatura o la vida de Gaddafi». Un desenlace cuya anticipación por parte del revolucionario cubano no descansa en revelación divina alguna sino a un guión que la historia del capitalismo no cesa de escenificar y cuyos mimbres dramáticos, la acumulación de plusvalía y la competencia por las ganancias, enmarcan el juego de los actores dominantes imponiendo el criterio de la rentabilidad sobre cualquier otro orden de prioridades.
El capitalismo se plantea funcionalmente como un proyecto de carácter global y violento, combinando relaciones de dominación internas de clase con relaciones de dominación externas entre el centro imperialista y la periferia. Es un modo de producción que necesita irremediablemente de la conquista de nuevos territorios sociales (mercantilización intensiva) y geográficos (mercantilización extensiva), y en el que el aparato estatal cumple un papel decisivo como facilitador ideológico y garante político-militar de la reproducción de dichas relaciones socio-económicas, más aún cuando el sistema atraviesa, como lo hace actualmente, una crisis estructural.
Este es el marco teórico en el que nos tenemos que ubicar junto al compañero Fidel para no caer en planteamientos ingenuos y debates estériles.
Más allá de las dudas sobre la existencia de los ya famosos bombardeos a civiles efectuados por el gobierno libio que ni periodistas acreditados ni radares rusos pudieron detectar, la cuestión crucial es que bajo ningún punto de vista, ni teórico ni histórico, las potencias capitalistas intervienen militarmente para defender algo parecido al bienestar general, la democracia o los derechos humanos. Nunca lo hicieron y nunca lo harán por la simple razón de ser los principales beneficiarios de un sistema que se asienta, a pesar de los cantos de sirenas de la ideología dominante, en una lógica de explotación y dominación inherentemente contradictoria con los nobles valores que dicen defender.
Por eso y por ninguna otra razón, a pesar de que a partir del 2003 el gobierno libio aceptó alinear parcialmente su agenda económica y de seguridad con las doctrinas neoliberales y antiterroristas del imperio, apartándose de un largo historial marcado por una postura antiimpe- rialista, Muhamar al Gaddafi seguía siendo una pieza demasiado indisciplinada, estatista y nacionalista panafricano, para colmo, en un país con las mayores y mejores reservas de crudo del continente africano. Más allá del malgasto de dinero que a los ojos del imperio significaba la apuesta de su gobierno por financiar potentes servicios sociales públicos haciendo de Libia un país que, antes de la intervención de la OTAN, osten- taba el primer lugar en el Índice de Desarrollo Humano de África y la más alta esperanza de vida del continente, lo que quizás más interesa a los recientemente reunidos en la vergonzosa «Conferencia de Apoyo a la nueva Libia» son aspectos menos ligados a un justo reparto táctico del botín que a las consecuencias geoestratégicas de la premeditada caída del líder libio.
En efecto, al diseñar un nuevo gobierno compuesto por neoliberales de pura cepa, antiguos funcionarios corruptos y personajes cínicamente reclutados en el supuestamente tan temido entorno islamista radical, las fuerzas imperialistas apuestan por afianzar sus intereses no solamente inmediatos (petróleo) sino a largo plazo.
Por un lado, desactivando el papel que seguía teniendo Libia como impulsor económico y político de la unidad africana (inversiones en países subsaharianos, impulsor de una moneda única, del banco africano, de un satélite propio, etc.); por otro, controlando e incidiendo políticamente en el escenario de cambio abierto en la región tras las revueltas populares que sacudieron los países vecinos de Egipto y Túnez y finalmente, introduciendo un enclave militar para que el Africom pueda intervenir directamente en el control del tan preciado continente africano.
Esa es la película que nosotros y nosotras, internacionalistas, antiimperialistas, independentistas estamos cansadas de padecer y que no cesará por el mero hecho de taparnos los ojos ni tras el próximo corte publicitario. No. Hay que cambiar de guión y rescribir uno entre todos y todas, única salida a nuestra de condición de pueblos y personas explotadas, oprimidas, ninguneadas. Por eso, cuando se cumplen 6 meses de intervención militar en Libia, salimos de nuevo a la calle a denunciar este nuevo atropello imperialista. Escribir nuestra historia. Es lo que toca. Aquí, allí y ahora.