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Tragedia romántica de posguerra

«The Deep Blue Sea»

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Mikel INSAUSTI

Terence Davies sale airoso del compromiso que conlleva adaptar una obra teatral tan conocida como “The Deep Blue Sea”, que sólo en Inglaterra ya conoció la versión cinematográfica realizada por Anatole Litvak en 1955, junto a la que Karel Reisz hizo para televisión en 1992. No en vano Terence Rattigan es uno de los autores del pasado siglo más llevados a la pantalla, pero la mayoría de las adaptaciones que se hacen de sus dramas responden a lo que se espera del cine inglés de época, y Davies ha escapado, al menos, al academicismo de la media.

El de Liverpool ha sacado partido de la ambientación de la obra original, que transcurre en el Londres de 1950. Para algo es un maestro en la descripción de la Inglaterra de posguerra, que siempre retrata con un aire melancólico. Esa recreación se amolda a su estética de interiores poco iluminados a través de una fotografía con grano, al igual que a su gusto por las viejas canciones populares cantadas a coro en los pubs, y también en los años previos durante los bombardeos en los refugios y en el metro. La película tiene, por tanto, su inconfundible toque, pero siempre al servicio de la historia de Rattigan, que, por ser de dominio público, no puede alterar. De ahí que no posea la misma emoción autobiográfica que sus obras maestras “Voces distantes” o “El largo día acaba”.

Toda la pasión del relato depende de la actuación estelar de Rachel Weisz, sobre cuyas espaldas recae el peso de expresar un sentimiento que ni su marido ni su amante comprenden o comparten. Más difícil es lograr la indentificación del espectador, por lo que de irracional y autodestructivo tiene su enamoramiento. La renuncia a lo material en aras del amor rara vez traspasa la pantalla y se cuela en la vida real, pero la actriz llega a contagiar el tipo de locura que quiere vivir o experimentar, y por la cual está dispuesta a perderlo todo.

Esos instantes de entrega total, nunca correspondida, cobran una total dimensión fou con el Concierto para Violín de Samuel Barber. El efecto es muy melodramático y evita que la tragedia se oscurezca por completo en su irresolución.

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