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Amparo LASHERAS | Periodista

Se me ha paralizado el corazón

Cuando escribo esta columna, las excavadoras, escoltadas por la Ertzaintza, se disponen a derribar Kukutza. En twitter alguien ha escrito, «se me ha paralizado el corazón». A mí también. Mañana cuando lean esta columna amanecerá un día menos libre y más triste. Me es imposible aplacar la ira que siento ante el brutal ataque contra el proyecto de autogestión popular en Errekalde. Y aunque suene violento apelar a la ira para expresar un descontento social, la utilizo, porque la palabra indignación es otro de esos vocablos que han comenzado a cansarme y que, como democracia y paz, han perdido su fuerza y se han diluido en los controlados lenguajes socialdemócratas. La ira puede que no sea políticamente correcta, pero expresa el doloroso hartazgo que me invade al escuchar las mentiras de Azkuna o al ver las violentas actuaciones de la Ertzantza. Los gestores del neoliberalismo, por muy tontos y bravucones que sean, saben que un proyecto popular, organizado con creatividad y solidaridad, cala en la gente, en los pueblos o en los barrios donde se desarrolla. Marcan una pauta de actuación social diferente y, en momentos de crisis, hasta pueden ser contagiosos porque demuestran que son posibles. Constituyen los miedos ocultos del capitalismo, el enemigo incipiente y certero que es necesario abatir. Según escribo, recuerdo una canción de Silvio, de 1972, y me emociona la claridad con que las ideas recobran su sentido. «Siempre tendré un enemigo/ con el semblante arrugado/ y más cansado que yo. /Los que a lo largo de su sombra/ quieren cortar la medida/ de toda revolución».

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