«Tralas luces» es el primer largometraje documental de la gallega Sandra Sánchez, a quien le fascina buscar historias en la realidad, aunque no descarta la ficción para el futuro. La película se proyecta en Zabaltegi - Nuevos directores y se muestra encantada de estar en Donostia.

¿Por qué le atrae el mundo de los feriantes?

La vida itinerante me parecía una forma de vida que tenía que marcar a las personas. Y, sobre todo, porque es una forma de vida que está prácticamente en extinción.

Mi idea inicial era hacer un retrato de ese colectivo desde un punto de vista coral. Contacté con varias familias y empecé a rodar. A medida que iba pasando el tiempo y descubrí a Lourdes, me di cuenta de que esa no era la película que tenía que hacer, que la película tenía que girar en torno a ella.

Para su primer largometraje ha escogido el género documental. ¿Por qué optó por esa vertiente?

Me interesa contar historias, tanto las que parten de un guión de ficción como las que puedan partir de una realidad. Lo que pasa es que a nuestro alrededor hay grandes historias que no nos paramos a mirar. Además, la experiencia de vivir algo así es irrepetible. Convivir ocho meses con una familia de feriantes y aprender a mirar el mundo a través de los ojos de otros me enriquece a nivel personal. Y, como creadora, tener la libertad y el control sobre todo el proceso, te da una independencia muy interesante.

¿Cómo fue el proceso de rodaje?

No fue fácil. En estos trabajos el aspecto personal es lo más importante; que entiendan lo que quieres hacer. Desde un principio tuve claro que no podía ser invasiva, que no podía llegar el primer día y estar grabando todo lo que les pasaba. Fue gradual; muchas veces estaba allí con la cámara pero no grababa y estaba hablando con ellos. Y poco a poco acabas casi formando parte del paisaje, de su propio entorno.

La principal protagonista de la cinta se Lourdes, y el resto de feriantes quede en un segundo plano. ¿Hay alguna razón especial que le haya llevado enfocar así su trabajo?

Lo que propició que Lourdes contara su historia fue el tener una interlocutora, que en este caso era yo. Es por eso que decidí no ocultar mi presencia. Ella tenía una persona en quien confiar. En ese sentido, la relación entre nosotras tenía esa complicidad y, como quería contarlo a partir de su punto de vista y que ella fuera el eje central, todos los personajes que giran a su alrededor están contados con un poco más de distancia. Además, una de las cosas fundamentales en la vida de Lourdes es que ella se encuentra sola, y una de las cosas que creo que había que contar era precisamente esa ausencia.

¿Cómo realizó el proceso de eliminación del montaje?

Eso fue lo más complicado con diferencia. Fue un proceso larguísimo que me llevó año y medio. El montaje fue muy duro para mí porque lo asumí yo y enfrentarme en soledad a doscientas veinticinco horas de material fue muy difícil, sobre todo con un material con el que yo no tenía ninguna distancia. Fue muy laborioso porque no quería que me quedara nada importante fuera.

¿Sigue manteniendo relación con los protagonistas? ¿Qué opinan del resultado?

Sí, hablo con ellos a menudo. No le dan mucha importancia al hecho de haber hecho esta película, no es especialmente importante para ellos. Casi supone como una especie de recuerdo familiar, que les resulta emotivo por el hecho de que también recoge los últimos meses de vida de un compañero.

Para Lourdes ha sido una autoafirmación que necesitaba y creo que le ha resultado satisfactorio; ver que lo que ella dice y siente puede ser comprendido por los demás. Ella no ha querido ocultar nada y creo que por eso la película te conmueve. Se han mostrado tal como son, no han intentado edulcorar la realidad.