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Víctor Esquirol | Crítico de cine

Testigos de excepción

¿Qué tienen en común un grupo de ciudadanos chinos en un campo de trabajo, un anciano y una adolescente desnudos en un cuarto de baño y dos estudiantes que se enamoran perdidamente en Barcelona?

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BLOG(EROA)

23 de setiembre de 2011


Atención, pregunta: ¿Qué tienen en común un grupo de ciudadanos chinos en un campo de trabajo, un anciano y una adolescente desnudos en un cuarto de baño y dos estudiantes que se enamoran perdidamente en Barcelona? Dos cosas. Primera, que todos ellos sirven para despedir este blog dedicado a descubrir los sabores más extraños de este Zinemaldia. La segunda, a continuación y por partes, que un poco de suspense nunca sienta mal.

Para empezar, la sección Sombras Digitales sacó por fin la artillería pesada con el título «The Ditch», última obra de Wang Bing. Este documentalista de dotes más que contrastadas, decide pasarse ahora a la ficción, eso sí, narrándonos una historia -desgraciadamente- verídica, y de una forma muy cercana al documental. A saber, en la década de los años sesenta, el gobierno chino dio con la brillante idea de «reeducar» a todo aquel que se desviara del dogma marcado. El castigo consistía en ayudar a la construcción de infraestructuras en el desierto del Gobi. Uno de los peores destinos sobre la faz de la Tierra, no sólo por las inclemencias climáticas, sino por las condiciones de vida en las que el régimen obligaba a vivir a sus ovejas descarriadas. Así, no sorprende ver a gente alimentarse de las sustancias recién vomitadas por compañeros suyos, para llevarse algo a la boca, o a una mujer luchar contra los elementos para poder desenterrar el cuerpo de su marido, muerto pocos días antes. Un fresco aterrador, testigo de la brutalidad y el abuso de poder, que se nos muestra con frialdad y sin ningún tipo de adorno, porque a veces la verdad no necesita nada para impactar; porque a veces la realidad supera a la ficción.

En el siguiente escenario, mucho más agradable, pero también más claustrofóbico, nos encontramos una imagen inquietante. Un periodista veterano y una joven estudiante encerrados en un cuarto de baño; ambos están desnudos. ¿Cómo han llegado a esta situación? Poco importa, ya que la prioridad es salir de la habitación, o mejor aún, conocer mejor a la persona con la que se comparte tan reducido espacio. Este es el modo que tiene David Trueba para hacer avanzar su nuevo proyecto «Madrid, 1987». ¿Por qué esta fecha? Por ser el año en el que entró en la universidad, y por ser el año en el que España culminó la transición. Momento confuso (¡Jesús Gil y Gil era el nuevo gurú del mundo del fútbol!), en el que los jóvenes se preguntaban «¿Y ahora qué?» y los viejos «¿Y a mí qué?». Habemus choque generacional. Un tema sobadísimo, pero que si se exprime bien, todavía da jugo, y mucho juego. Más aún si la propuesta está tan bien escrita y los actores están tan entonados, especialmente un José Sacristán que a ratos se come la pantalla a base de frases lapidarias y de un curioso y muy contagioso (el público se entregó totalmente, doy fe) sentido de la comicidad. Una velada tan atípica como divertida, a cargo de dos testigos de excepción de una época que marcó el presente en el que, para bien o para mal, estamos viviendo.

Por último, una historia de amor partida en trece partes; escrita y dirigida por trece directores/guionistas, todos ellos alumnos de la ESCAC. Sí, son estudiantes y su película fue concebida para verse sólo en casa de ellos, a modo de divertimento, y de trabajo final de vaya-usted-a-saber-qué asignatura. De modo que cebarse con «Puzzled Love» sería digno de un abusa enanos, y como esto se acaba, vamos a mantener las formas. Lo cual no quita que la película sea un suplicio. Un ejercicio insufrible de estilo que ignora todo lo demás, y que sin quererlo, se convierte en testigo de excepción de lo imbéciles y creídos que hemos sido todos en nuestros años mozos. Que sirva al menos de recordatorio, muy guay, eso sí.

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