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Josu Iraeta Escritor

El final del camino

La Unión Europea lo es de banqueros y mercaderes», pero los conflictos sociales y las dificultades están poniendo en cuestión el modelo Nadie asegura la justicia, puesto que los órganos democráticos de decisión son sustituidos por grupos de presión. Es lo que está ocurriendo aquí entre los vascos

Aunque en este artículo la intención era limitarlo al período de tiempo presidido por Rodríguez Zapatero, lo cierto es que desde el punto de vista económico la división es artificial. Sería erróneo afirmar que los gobiernos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) hayan tenido una política económica propia. Todo indica, más bien al contrario, que la mayoría de sus actuaciones han estado presididas e inspiradas por la misma cultura económica que rigió en épocas anteriores, incluso los últimos años de la dictadura.

Causa estupor contrastar lo que el partido socialista propugnaba en 1976 como programa de gobierno en materia económica y los criterios que aplicó tan sólo seis años después, en 1982 al llegar al poder. Ya entonces se daba un divorcio claro entre teoría y práctica, que de hecho supuso una tensión dialéctica entre diferentes grupos. Porque lo cierto era que mientras la elaboración del programa teórico permanecía en manos del partido, las decisiones en materia económica se gestaban en ámbitos ajenos al PSOE. Es decir, igual que ahora. En la primera etapa de gobierno, esta especie de esquizofrenia política se racionalizó desde el PSOE como exigencias de las condiciones económicas mundiales. Exactamente como ahora.

Se suponía que era un fase provisional, necesaria en primer lugar por las dificultades en que se encontraba en aquellos momentos la economía española y, en segundo lugar, porque dado el grado de internacionalización de la realidad económica, un solo país no podía adoptar posturas discrepantes de las políticas instrumentadas por otros gobiernos del area de influencia. También igual que ahora.

Es evidente que no era ésta la opinión de los rectores e inspiradores de la política económica. En su estrategia no encajaba la provisionalidad. Estaban completamente convencidos del sistema económoco que querían. No se trataba pues, de medidas coyunturales impuestas por la realidad económica y el contexto internacional, sino que esa política era plenamente coherente con una ideología liberal -la que ha dominado el mundo desde la década de los ochenta- con la que se sentían identificados, y de la que han sido y son, fieles y esforzados «paladines».

Con un mínimo de honradez intelectual no puede negarse que la realidad económica internacional tiene sus exigencias, y que los cambios en un sistema no pueden -no deben- hacerse de la noche a la mañana. Pero tampoco puede negarse que la mayor virtud en economía es la prudencia, y eso es sin duda, lo que de siempre le viene faltando al gobierno de Zapatero.

Cierto que no todo es culpa suya o de su gobierno, pero no puede negarse que las tropelías del sector financiero y su fracaso «compartido» han servido de pretexto para secar de raíz casi toda las reformas progresistas en materia económica.

Desde lo que se ha venido en llamar «transición», la historia económica del Estado español no ha tenido solución de continuidad. Entonces -en los ochenta- como ahora, los poderes económicos aprovecharon la situa- ción política para imponer sus condiciones. Primero fueron los Pactos de la Moncloa, más tarde el Acuerdo Marco Interconfederal, después el Acuerdo Nacional de Empleo y el Acuerdo Económico y Social. Ahora y desde hace tres años, la Recesión, la gran crisis, la quiebra. En mi opinión, de alguna manera, intentaron comprar libertades y democracia a cambio de lo que eufemísticamente denominan «moderación salarial». Ahora ni a eso se puede optar, los sacrificios exigidos ya no computan.

Desde hace prácticamente cuarenta años, las recetas han permanecido constantes e inamovibles. Son muy simples. Objetivo primero; controlar la inflación a cualquier precio, deprimiendo los salarios y manteniendo una política monetaria restrictiva con altos tipos de interés. Segundo; reducir el déficit público, a través de limitar el crecimiento del gasto.

Todo esto sumergido en una filosofía que nada tiene de «socialista»; el desprecio hacia todo lo público, calificándolo por principio de ineficaz, y que lleva aparejado lo que llaman «liberalización de la economía», que no es otra cosa que primar todo lo privado frente a lo público.

Europa está sirviendo de excusa y pretexto al gobierno del PSOE para practicar la política que siempre ha querido aplicar. Le permite adoptar medidas duras y antisociales, escudándose en las necesidades de convergencia con Europa. Un gobierno que exibe la mayor tasa de paro de Europa, y a pesar de ello continúa impertérrito en su política de «ajustes», puede lograr que la convergencia que persigue, incremente la divergencia real.

El gobierno de Zapatero parece ignorar que está situado en el núcleo de la crisis, y que aunque él defienda lo contrario, Europa sigue siendo una convergencia puramente nominal. La Unión Europea lo es de «banqueros y mercaderes», pero los conflictos sociales y las dificultades que afrontan los estados más pobres están poniendo en cuestión el modelo. La historia nos está demostrando que dando «vía suelta» a los intereses privados no se consigue que la sociedad se organice de modo y manera que los individuos tengan asegurado un marco de relaciones en el que puedan desarrollar su diferente identidad todas las personas y todos los pueblos. De este modo nadie asegura la justicia, puesto que los órganos democráticos de decisión son sustituidos por grupos de presión de carácter económico-político. Es lo que está ocurriendo hoy, también aquí, entre los vascos. Y si la inteligencia no lo impide, el bloqueo económico-político puede ser prolongado.

Recuerdo que recién muerto (en la cama) el dictador Franco, Antonio Gala escribió aquello de «muerto el perro se acabó la rrabia». Sin embargo, por las mismas fechas José Bergamín hacía notar su disconformidad escribiendo: «muerto el perro, se murió el perro, eso es todo». José Bergamín, un hombre inteligente con visión de futuro.

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