Conozco muy bien las filias y fobias que despierta el cine de Sofia Coppola, incluso ella misma, por ser quien es. La clase intelectual la ve como la Paris Hilton del arte, pero es que en ese mundo hay tantas envidias como en cualquier otro. «María Antonieta» es la película sobre la que más me ha tocado discutir, seguida de «Lost in Translation». Así que no me pilla de sorpresa que «Somewhere» vuelva a provocar airadas críticas, mientras otros la disfrutamos al máximo.

Su cuarto largometraje es más Sofia Coppola que nunca, porque la cineasta ya se dedica a hablar de lo que mejor domina sin ningún tipo de disimulo ni complejo. Y yo, como mortal de clase obrera que soy, le estaré eternamente agradecido por descubrirme las interioridades de una aburrida vida de lujo que nunca conoceré.

Es algo que prefiero ver en una pantalla de cine, desde una prudencial distancia, pues no deja de ser tristemente decadente. Crecer como ha crecido ella, de hotel en hotel, no es lo ideal para una niña.

El Hotel Chateau Marmont

Es muy posible que el rodaje de «Somewhere» sólo fuera una excusa para filmar en el Chateau Marmont, que es el hotel preferido de las estrellas de la pantalla en Los Ángeles desde los tiempos del cine mudo. Sus paredes tienen tanta historia mitómana que es imposible que esas presencias fantasmales, como la de Marilyn Monroe, no condicionen a los vivos que hoy en día residen allí.

No obstante, Sofia Coppola en ningún momento intenta identificarse con ese rutilante Johnny Marco incorporado por Stephen Dorff, sino con su hija, por ser ella también hija de. La cineasta dice haberse inspirado en «Luna de papel», y el papel de Elle Fanning viene a ser como el de la Tatum O'Neal de Peter Bogdanovich. Otra influencia muy fuerte es la del cine italiano, palpable en una felliniana escapada a Milán, donde el protagonista recibe un premio honorífico. En «Somewhere» hay mucho, asimismo, de Paolo Sorrentino y «Las consecuencias del amor», obra maestra sobre la solitaria vida de hotel.