En el cine nunca está todo dicho, y Wim Wenders echa por tierra el escepticismo generalizado ante el futuro del 3D, al demostrar con «Pina» sus todavía infrautilizadas posibilidades creativas.

Da una lección de cómo manejar el espacio escénico, mediante una profundidad imposible de lograr con las cámaras convencionales. Lo único que le ha hecho falta es más iluminación de la habitual, pero el efecto visual permite al espectador introducirse de lleno en las coreografías.

Es el mejor homenaje para su amiga Pina Bausch, a la que inicialmente quería retratar a través de una aproximación biográfica. Fue tras su muerte, hace dos años, cuando decidió concentrarse en sus espectáculos de danza, estudiando sus hallazgos sobre el movimiento corporal.