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Carlos GIL I Analista cultural

Propiedades

Aunque el arte no sirviera para nada, sería necesario. El arte toma una dimensión fundamental cuando está relacionado con la sociedad, con su entorno; cuando es capaz de presentar y representar inquietudes colectivas aunque sean expresadas desde la individualidad más exclusiva. No es una aplicación funcional, sino que desde la libertad, abarcando la realidad, por dolorosa que sea, puede servir de detonante, terapia, acumulación de puntos de vista racionales o emocionales que acaben provocando sentido, o sentidos a quienes lo disfrutan en sus variadas formas creativas.

Si enunciamos desde la ingenuidad una posible función del arte como de compromiso con su tiempo por parte de los propios operadores creativos, añadimos a renglón seguido que no es obligatorio, ni se anula cualquier posibilidad de un arte realizado por perversos, egocéntricos, reaccionarios o con ideologías ultras y que sus obras tengan, en un análisis técnico, el reconocimiento de todo su valor artístico.

Las propiedades del arte no pueden ser constreñidas de manera utilitaria, ni sobrevalorando una supuesta capacidad terapéutica o de concienciación, pero tampoco se le debe dejar en el anaquel de lo decorativo o meramente incidental. Influye, crea en el imaginario colectivo una idea de pertenencia. Hasta puede ser identitario, generacional, pero no excluyente, ya que no es salvífico, sino comprometedor. Puede ser retrato, documento, grito, escupitajo o caricia, pero adquiere categoría de imprescindible cuando altera el pulso emocional y vital de quien lo ve, lo escucha, lo lee. Entonces abre los poros, impregna, mueve y remueve y se vuelve subversivo.

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