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CRÓNICA | EL CLÁSICO DE LAS DOCE

La rivalidad bien entendida presidió otro derbi más entre enemigos íntimos

Fue un derbi atipíco, por la hora, por el estilo de juego de ambos equipos, pero no por la intensidad vivida fuera y dentro del estadio. Una rivalidad que sólo aquí se entiende, de amores que matan; de amor-odio; de contigo, pero sin ti... de enemigos íntimos.

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Joseba VIVANCO

«En ningún otro campo pasan cosas tan elementales y al mismo tiempo tan diferenciadas con medios tan sencillos en un espacio tan reducido. El fútbol es el teatro de la vida», dijo el historiador Horst Bredekamp. Y lo que envuelve a un derbi como el de ayer, por mucho que a Marcelo Bielsa le parezca que «los factores de alrededor cada vez son menos influyentes» en partidos como éstos, es el teatro de la rivalidad, entre sana e irreconciliable, de dos aficiones que ayer volvieron a proyectar sobre el césped de un estadio algo tan simple como quién aguantará a cada cual a lo largo y ancho de esta semana.

El Early Kick Off de la Premier League es el famoso encuentro que se disputa a eso de las doce del mediodía inglés. Dicen que uno de los motivos originarios tenía que ver con el intento de evitar que los hooligans beban más de la cuenta. Ayer, no faltaron ni los tragos de cerveza ni sidra, ni el kalimotxo, ni los katxis y botellones de Keler, aunque el ambiente pre-derbi se trasladara al entorno de Anoeta y a una hora que ayer sólo agradecieron los hinchas vascos de ambos equipos reunidos en la Euskal Etxea de Shangai.

Dos horas antes del encuentro, camisetas de ambos equipos empiezan a salpicar la zona colindante al estadio. Los termómetros callejeros marcan ya veinte grados. La boca de Euskotren comienza a desagüar aficionados realistas y algún rojiblanco al que menudo viaje le debieron dar. Unos chiquillos enfundados en la txuriurdin gritan incomprensiblemente ¡Athleti, Athleti! El trajín se hace cada vez más notable. Y con él las estampas de lo que es un derbi entre enemigos íntimos.

La madre va de blanquizual mientras el niño viste de rojiblanco, bandera incluida. Una pareja acude al campo con sus dos hijos pequeños, uno lleva la de Griezmann, el otro la de Muniain. Parejas cogidas de la mano, la novia es de la Real y el novio del Athletic, o al revés. La cuadrilla de jóvenes realistas que acude en pleno al partido, pero en la que hay uno que siempre tiene que dar la nota y tiene que ser `athleticzale'... Así es el puzzle del derbi vasco por excelencia. Dos amigos caminan hacia su entrada al campo, enfundado uno en la camiseta de Kovacevic, el otro en la de Julen Guerrero.

Recibimiento hostil

En la zona de taquillas, un grupo de hinchas bilbainos pregunta por el precio de las entradas. Entre 50 y 80 euros. «Por 50 pavos nos vamos a verlo al bar y luego al Spa de La Perla», objeta uno. Katxi en mano, con ellos se ha mezclado un veterano seguidor realista con ganas de charla. «Te apuesto mi carnet del Athletic a que al final de temporada estáis por detrás de nosotros», le dice uno. Y visto que el rival insiste en que los de Bielsa bajarán a Segunda esta campaña, el otro sube la apuesta: «Te apuesto mi vida a que termináis por detrás». Suerte que la discusión es amistosa.

Ni siquiera se inmutan cuando unos jóvenes realistas entonan el cántico de «No son leones, son maricones». Están en territorio hostil y toca aguantar. Algunos seguidores de los de San Mamés se citan en la puerta por la que accederá el autobús rojiblanco. «¡El que no vote, del Athletic de Bilbao!» les gritan sus rivales. «¡Athletic beti, beti zurekin!», les responden.

Son las 10.30 y los más enfervorizados seguidores de la Real reciben la llegada de sus jugadores. El grito de «¡Erreala, ale!» se convierte en himno improvisado, mientras los futbolistas saludan de uno en uno para regocijo de la afición. «¡Zuru, zuru!», animan. Quince minutos más tarde, les toca a los leones de Bielsa. Pero el recibimiento no es tan bienvenido. «Puto Athletic» o la consabida «No son leones, son maricones» suenan entre una sinfonía de abucheos y silbidos. Carlos Gurpegi es el primero en desfilar; Iker Muniain, más chulo que un siete, el último. «ETB, Bilboko Telebista!», es la última factura que pasan los realistas.

Los alrededores de Anoeta van cogiendo color y calor. Multitud de camisetas blanquiazules, pero también una nutrida representación vizcaina, entremezcladas ambas como un colage. El Jon Ander, La Venta del Curro, Txamarta, Arkupe, Maite, el Atano III, son los centros neurálgicos donde se van citando los hinchas y entrecruzan sus cánticos. Los «¡A segunda, a segunda!» o «No son de Lezama, son de Tajonar», son contrarrestados con la clásica tonadilla rojiblanca que acaba ahora con el «... y Muniain lo prepara y -toma ésa- Gabilondo mete gol».

En un campo de futbito próximo, se dirime un derbi en miniatura, pero protagonizado por Beñat, Sara, Ekai, Oier, Gorka... Más próximo al estadio, el puesto de venta de bufandas y banderas apura sus últimas ventas. «Flojo, flojo. Es mala hora», se lamentan. ¿Quién compra más? «Parejo, de uno y otro equipo. Hay buen rollo entre aficiones».

El mediodía se acerca y con él la hora del partido. En la zona de acceso de personalidades aguardan su entrada caras conocidas como la de Javier Clemente, y también se deja ver el entrenador del Valencia, Unai Emery. No falta tampoco a la cita el diputado general de Gipuzkoa, Martín Garitano.

Anoeta se vuelca y se hiela

Dentro de Anoeta, sobre el césped, ambos equipos calientan. La temperatura allá abajo supera los 30 grados. «Euskal derbia ez da saltzen. Futbol modernoari ez», reza un lema en la zona de la Peña Mujika. Sendas pancartas de apoyo al gaztetxe de Kukutza se hacen notar. Silbidos para los rojiblancos que se conjuran en el centro del terreno de juego. Buena entrada, unos 29.000 espectadores. La mayoría txuriurdin se hace notar en cuanto arranca el partido, pero a los pocos minutos el kalimotxo mañanero casi se les cae a los pies con las dos oportunidades de los leones. «¡Bilbaino el que no bote!», replica la grada. Pero son ellos los que saltan de alegría con el gol de Llorente.

Llega el descanso y se echa en falta la ausencia de bocatas. Lo dicho, no son horas. Así que a falta de hambre, buenas son emociones. Como las de los dos penaltis que reclamaron en la reanudación los locales y que llevó al público a corear el manido «Manos arriba, esto es un atraco». Con el Athletic enjaulado en su área, Anoeta se vuelca.

Y en eso llega la jugada del partido. Javi Martínez cae lesionado tras un golpe de Griezmann, Iraizoz lanza el balón lejos, pero en lugar de echarlo por banda lo deja dentro del campo, con lo que le cae la bronca de Amorebieta. Bote del árbitro, el balón se lo queda la Real y el más listo, Iñigo Martínez, el mismo que confesaba que de pequeño era del Athletic, se la lía a Gorka. Golazo. Gritos de «¡Erreala, Erreala!», que se quedan helados cuando Llorente repite y hace el segundo.

Marcelo Bielsa, en cuclillas, no lo ve claro; Montanier, sentado, acata el voto popular de la grada y tras unos sonoros ``¡Llorente, Llorente!'', que rápidamente fueron cambiados por unos mejor definifidos «¡Joseba, Joseba!», da entrada al `8` realista, que recibe la ovación del partido. Pero éste ya no da más de sí. Muniain se atreve con un córner para último desahogo de una de las curvas de Anoeta. Eso le pone. Minutos finales de nervios. Y se acabó. Abrazos en el campo, desilusión en la grada, cánticos entre los hinchas rojiblancos. El derbi ha muerto, viva el derbi. A partir de hoy, semana soñada para unos, dura, muy dura para los otros. Por cierto, sólo espero que el policía municipal que me puso una `receta' en el coche sea de la Real...

 

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