Belén MARTÍNEZ Analista social
Mezquitas
La existencia de un lugar de culto para creyentes de confesión musulmana no es sinónimo de incremento de la inseguridad. Dice el alcalde de Gasteiz que 2.000 firmas «son muchas firmas, para no tenerlas en cuenta». Firmas para ahuyentar los miedos: el problema del orden hobbesiano. Sin embargo, no se tiene en cuenta la macdonaldización de nuestras ciudades, algo totalmente ajeno a nuestra herencia cultural.
Quienes se oponen a la construcción de una mezquita tienen un discurso similar al de las organizaciones fascistas «legales» en Europa: Front National, Partij voor de Vrijheid, English Defense League o grupos neonazis que operan en el Estado español. La misma cantinela: el musul- mán es peligroso, incivilizado; la musulmana está en peligro y debe ser rescatada (por las mujeres occidentales, naturalmente). La comunidad musulmana es desprovista de rasgos de humanidad, y se le niega la ciudadanía que se otorga o «consiente» a otras comunidades.
El mensaje que se vehiculiza contribuye a promover una visión del islam esencialista y totalizadora, en la que todo musulmán (con un generalizado dual árabe y «moro») es machista y retrógrado; toda musulmana -árabe o «autóctona» convertida- está sometida y carece de libre arbitrio, y todas las occidentales -no musulmanas- están emancipadas.
La necesidad de lugares de culto permanentes, o las exequias, son cuestiones que las instituciones deben abordar mediante el diálogo, aunque el islam ocupe una posición minoritaria en el seno de nuestra sociedad plural. Un diálogo que permita acuerdos que legitimen el islam como un hecho social y cultural en el espacio y en la vida pública de Euskal Herria.