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Mikel INSAUSTI | Crítico cinematográfico

Narcos de Hollywood

Hollywood es una fuente inagotable de estereotipos raciales. Allí resulta impensable que un actor procedente de Europa del Este pueda hacer de otra cosa que no sea de espía ruso, o que uno de origen árabe se vaya a salir del actual cliché del terrorista islámico. Por esa misma razón, los alemanes siempre han hecho de científicos nazis, los italianos de mafiosos, los judíos de millonarios, los chinos de tenderos, los indios de médicos, los cubanos de bongoseros y los irlandeses de borrachines.

En la época del franquismo, cuando Samuel Bronston inició las coproducciones, la imagen del españolito era identificada con la del torero. Pero en Los Ángeles, y menos aún hoy en día, no hay toros; así que los actores y actrices que cruzan el charco para hacer carrera en Hollywood se exponen a un nuevo encasillamiento. A ellos les toca disfrazarse de narcos mexicanos o colombianos, y a ellas de sus mujeres.

Eduardo Noriega es el último en sumarse a la lista engrosada por Jordi Mollà, Óscar Jaenada, Luis Tosar, Carlos Bardem y tantos otros. Encarna al jefe de un cartel mexicano en «The Last Stand», thriller fronterizo dirigido por Kim Jee-woon. Debería ser la oportunidad de su vida, no sólo porque supone el debut del cineasta coreano en Hollywood, sino porque se trata además de la película con la que vuelve a las pantallas Arnold Schwarzenegger, circunstancia que provoca una gran expectación.

A Noriega le han cogido de narco por el apellido, ya que no da el tipo. Hace un par de décadas hubiera pasado por un latin lover, etiqueta que a Antonio Banderas le valió para quedarse definitivamente en la meca del cine.

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