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La Declaración de Aiete marca los temas de una agenda real para una paz justa y duradera

La creciente exigencia de la ciudadanía de este país y sus representantes políticos para superar el conflicto mediante el diálogo, la democracia y la completa no violencia ha creado esta oportunidad». Así explica el momento político que se está viviendo en Euskal Herria la Declaración de Aiete, promovida por líderes mundiales de la talla de Kofi Annan, Bertie Ahern, Gerry Adams, Jonathan Powell, Gro Harlem Bruntland y Pierre Joxe, y compartida por una representación amplia, plural y mayoritaria de la sociedad vasca. Por lo tanto, no se trata de una demanda de parte, de una propuesta de unos pocos ilusos, de una misión de unos «profesionales de la paz» -curioso insulto cuando proviene de «profesionales del odio»-. Se trata del respeto a la voluntad de la sociedad vasca. En adelante todo aquel que apele a ella la debería respetar en toda su dimensión, en todas sus expresiones, en relación a todos los temas. Para que todas las propuestas se puedan defender sin violencia, democráticamente, pero con la garantía de que esa voluntad será respetada. Ése debe ser el objetivo, ésa es la solución.

Porque si algo deja claro la Declaración de Aiete es que la resolución del conflicto político vasco no se reduce a que ETA declare el fin definitivo de la violencia política. No al menos si lo que se busca es una paz estable y duradera. Ése es un primer paso, aquel que desde el punto de vista de la comunidad internacional es condición indispensable pero que, a su vez, debería dar pie a otros. Los más obvios, los encaminados a resolver en la medida de lo posible las consecuencias directas del conflicto. Se le suele llamar la parte «técnica», pero trata sobre injusticias, sentimientos, heridas... en definitiva, sobre personas. Por eso esta parte es tan complicada, pero a la vez tan urgente, necesaria, vital.

En este terreno la Declaración insta a los gobiernos español y francés a responder positivamente a la petición de ETA si ésta se da, entablando negociaciones para tratar «exclusivamente las consecuencias del conflicto». También establece como objetivo la reconciliación y no oculta que para ello debe tenerse en cuenta a «todas las víctimas».

Si la paz ha de ser estable y duradera -y resulta lógico buscar que así sea- no se pueden obviar las cuestiones políticas que subyacen al conflicto. Estos expertos, partiendo de su experiencia en conflictos de naturaleza similar pero sin caer en comparaciones estériles y sin ánimo paternalista, sugieren un método que implica que los representantes políticos discutan las cuestiones políticas y, posteriormente, consulten a la ciudadanía. Para terminar, muestran su disposición a seguir colaborando y a hacer seguimiento de las recomendaciones expuestas.

Ni despreciar ni despiezar, respetar

Nada de lo dicho resulta sospechoso de algo que no sea el más puro sentido común. Decenas de casos de resolución de conflictos les avalan y, por si eso no fuera suficiente, decenas de conflictos sin resolver por no seguir esos consejos dan aún mayor peso a sus argumentos. Asimismo, todos y cada uno de los firmantes de la Declaración están avalados por experiencias de éxito en la resolución de conflictos si cabe más enquistados y complicados que el vasco. Su participación e implicación personal en esos conflictos, en el caso de alguno de ellos primero desde un lado de la trinchera y posteriormente como sujetos del cambio y del acuerdo, les confiere un especial valor político. Su talla diplomática y política internacional resulta incuestionable.

Por todo ello, es evidente que no se puede despreciar la Declaración de Aiete. Pero tampoco se puede despiezar. Es decir, del mismo modo que no se pueden borrar de las fotos algunos de los protagonistas del histórico acto de ayer, no se puede elegir las partes del texto consensuado que nos agradan y descartar el resto. Resulta un ejercicio pueril, además de ser de muy mal gusto.

Los firmantes de la Declaración de Aiete han sido testigos estos días de la beligerancia que despierta cualquier intento de solución en un sector que, si bien en Euskal Herria es minoritario -aunque en ningún caso despreciable-, en el Estado español tiene incluso opciones de gobernar. También han podido comprobar la tibieza del PSOE y sus gobiernos, tanto en Madrid como en Gasteiz, incapaces de ejercer el liderazgo ni siquiera en un momento crucial para sus expectativas. Incluso los representantes del Estado francés se muestran sorprendidos ante semejantes actitudes, poco inteligentes cuando además se ostenta el poder. Son consecuencia de una tradición política con un espíritu democrático muy débil y peligrosamente arisco ante situaciones como la que ha abierto la Conferencia Internacional. Una de las consecuencias del apoyo de la comunidad internacional a la resolución del conflicto vasco debe ser que, en este contexto, la impunidad deje de ser moneda de cambio. La unilateralidad ha terminado, pero es que además ya nadie puede decidir unilateralmente que todo va a seguir igual.

En definitiva, líderes mundiales han venido a Euskal Herria para ahondar en un mensaje de esperanza. No es un mensaje cualquiera, es cualificado y realista. Es parte importante de una estrategia eficaz para la paz y la democracia.

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