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Crónica | Desde Túnez

Ambiente frío en las primeras elecciones de la «primavera árabe»

Los omnipresentes retratos de Zine El Abidine Ben Ali que hasta el 14 de enero dominaban la capital de Túnez han sido sustituidos por pequeños recuadros pintados en la pared en los que cada una de las más de 500 listas que concurren a las elecciones explican su programa. Los primeros comicios derivados de la primavera árabe se desarrollan en un ambiente contradictorio.

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Alberto PRADILLA

Un total de 11.686 tunecinos (en realidad, uno de cada mil) está inscrito en alguna de las candidaturas. Pero, al mismo tiempo, la indiferencia domina las calles de la capital. Ni grandes manifestaciones ni muestras de euforia colectiva. Tampoco pintadas en los muros. Las pancartas decoran únicamente las sedes de los partidos y la mayoría de mítines se desarrollan en locales cerrados debido a una ley electoral que prohíbe las demostraciones de fuerza en la calle. En el centro de Túnez parece como si una barrera imaginaria hubiese separado a quienes se aferran a un juego político recién estrenado y a la silenciosa mayoría que opta por acogerse a las libertades civiles conquistadas durante los primeros meses del año pero sin terminar de creerse que las variopintas papeletas puedan acarrear mejoras en sus condiciones de vida. La victoria de Al Nahda (Renovación, en árabe), partido de inspiración islamista, prohibido durante la dictadura y que está realizando un importante esfuerzo por asimilarse a experiencias como las del AKP turco, se da por segura.

«Vamos a elegir libremente tras 50 años de dictadura. La asamblea será importante para completar los objetivos de la revolución». Ben Abdalah Belgacem, parado con título, es de los convencidos. Atiende una destartalada mesa en la recién estrenada sede del Partido Comunista Obrero de Túnez.

Pero este es un espejismo. Ni siquiera en Habib Bourguiba, la gran avenida que concentró las históricas manifestaciones durante la revolución que tumbó al régimen, se percibe ambiente de victoria. Tampoco de pugna de ideas. Esporádicos equipos repartiendo pasquines con los rostros de los candidatos y los grandes paneles del instituto encargado de regular las elecciones son los únicos elementos que recuerdan que Túnez está ahora en el proceso electoral.

El domingo, los tunecinos elegirán a los ocupantes de los 217 escaños de la Asamblea Constituyente, una de las principales reivindicaciones de las protestas que siguieron a la caída de Ben Ali. Serán las primeras elecciones de este tipo en el mundo árabe. En teoría, los miembros del cónclave tendrán un año para redactar la nueva Constitución antes convocar nuevas elecciones, previsiblemente parlamentarias ya que nadie quiere arriesgarse a que otro presidente acumule todo el poder tras cinco décadas en las que los comicios se ganaban con un sospechoso 99% de apoyo.

Pero el modelo político todavía está por definir. Será la Constituyente quien redacte el texto que rompa con las estructuras del antiguo régimen que aún perviven. Los derechos sociales, el modelo económico o la relación entre el Estado y la religión están por definir. Resulta paradójico que en la cuna de las revoluciones árabes sólo el 50% de los posibles electores se haya inscrito en el censo. «No estamos acostumbrados. Todavía queda mucho trabajo por hacer», constata Faisa Laalai, periodista de la radio pública.

Al Nahda son los favoritos indiscutibles. En febrero, cuando los focos mediáticos ya habían saltado a Egipto y a un Hosni Mubarak que seguía el camino de Ben Ali, todo el mundo apuntaba al bloque islamista como principal partido y al Frente 14 de Enero (alianza de partidos de izquierdas y panarabistas) como su principal oponente. Pero los meses que han transcurrido hasta la celebración de los comicios han dejado a un Al Nahda en trayectoria ascendente como único partido de referencia. Hasta pueden permitirse una campaña casa por casa que nadie tiene fuerzas para igualar.

Religiosos y laicos

En las últimas semanas, las reivindicaciones sociales se han difuminado del debate público, monopolizado por una polarización entre religiosos y laicos. Una discusión que favorece al partido de Rachid Ghannouchi, el líder islamista que regresó de un largo exilio. Su principal baza son los barrios populares como Hay Tadammum, zonas devastadas por el paro en donde están siendo acusados de aprovechar su recién estrenada red de caridad para obtener votos.

Tras al Nahda, diversas formaciones aparecen en un panorama fragmentado: el Partido Democrático Progresista (que formó parte del primer gobierno de transición, lo que le ha provocado el descrédito general), el Polo Modernista Democrático (ex comunistas) o Ethhakatud llegan con fuerza. El PCOT es el único que trata de mantener el tipo. Pero con el frente disuelto, el bloque progresista ha quedado representado por diferentes siglas fragmentadas que no han sido capaces de acordar un programa en común.

También hay formaciones procedentes directamente del antiguo régimen, como el partido Al Watan, fundado por Mohamed Jegham, ex ministro de Ben Ali y que no puede presentarse debido a la ley electoral.

 

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