Lo que cuenta el documentalista Mike Cahill en su primer largometraje de ficción no es ni mucho menos nuevo, pero ha sabido presentarlo en un envoltorio diferente y atractivo. Es un drama existencial parecido al que nos legó el maestro Kieslowski hace veinte años en «La doble vida de Verónica», pero trasladado a un cruce de géneros entre la ciencia-ficción y el romanticismo juvenil. La protagonista es una futura astrofísica frustada por culpa de un accidente, el cual le sitúa en una extraña encrucijada espacio-temporal. El mismo día en que ese terrible suceso cambió su vida los observatorios descubrieron un nuevo planeta, bautizado con el explícito nombre de Tierra 2.

Eludiendo la base científica, Cahill juega con el poder simbólico de un mundo paralelo, consistente en otro planeta igual al nuestro donde cada persona encuentra a su doble. Esta imaginaria posibilidad permite a la heroína del relato encontrar su segunda oportunidad en la vida, suponiendo que al otro lado del espejo no hayan sido cometidos los mismos errores.

Lo más discutido de la película, tanto entre entusiastas como detractores, ha sido el final. Sin desvelar demasiado, se puede adelantar que se produce un cruce de destinos en una y otra dirección. Todo ello es fruto de un concurso en el que participa la chica de la tierra primitiva, deseosa de ganar un viaje al nuevo reverso. La cuestión a debatir es si su doble de Tierra 2 también ha podido participar en un concurso paraleo y ganarlo.