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Ahora hay que demostrar si sin violencia todo es posible

En una declaración histórica en la que muestra su compromiso «claro, firme y definitivo», ETA ha decidido cerrar su actividad armada. Atendiendo a la petición realizada a través de la Declaración de Aiete por relevantes personalidades de la comunidad internacional, la organización vasca «hace un llamamiento a los gobiernos de España y Francia para abrir un proceso de diálogo directo que tenga por objetivo la resolución de las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada».

Ahora los gobiernos español y francés deben responder, y deberían hacerlo en sentido positivo. Tal y como explicita la Declaración de Aiete, el objetivo es lograr una paz estable y duradera, y para ello urge cerrar cuanto antes las heridas que aún quedan abiertas.

Costará, pero hay que hacerlo. Se cerrará así un ciclo de más de cincuenta años en los que la lucha por la libertad ha estado acompañada de dosis de sacrificio y de sufrimiento incalculables.

Hay dos aspectos que se deben destacar de este ciclo. El primero es el factor humano. Lo que aquí ha ocurrido no se puede explicar sin la implicación de miles de personas que, en medio de Europa, en un lugar que en los últimos años ha desarrollado un nivel de bienestar comparativamente alto, han dado su vida y han puesto en riesgo su libertad por unos ideales. Y cientos de miles de personas de una población de tres millones de personas han apoyado esa estrategia política con todas sus consecuencias.

La opinión ética o política que se tenga sobre todo ello no borra el hecho de que esto ha sido así. Del mismo modo que no se puede negar el sufrimiento que se ha generado en la otra parte. El problema aquí proviene de la negación sistemática de la existencia de un conflicto de naturaleza política, el intento de hacer de lo ocurrido una pura perversión moral e incluso un caso clínico colectivo. Esa estrategia por parte de los estados ha llevado a negar la existencia de partes en liza, de sufrimiento por ambas partes. Pero, sobre todo, ha buscado negar las razones contrapuestas que movían a unos y otros, a negar la legitimidad de un proyecto político con un gran apoyo social que, dentro del entramado institucional y jurídico dejado por la muerte de Franco, no tiene cauce legal por muy democrático que sea.

Aquí entra el segundo elemento a destacar: el factor político. La cultura política generada en torno a la lucha armada trasciende a quienes han apoyado esa estrategia. En contra de lo que defienden quienes pretenden ver una patología social tras lo ocurrido en esta tierra durante más de cinco décadas, la sociedad vasca es una sociedad muy avanzada, progresista, luchadora, crítica y dinámica. Sus gentes son capaces de superar colectivamente la tragedia que han vivido, de construir un futuro compartido siempre que se respete la voluntad popular, lo que la gente que aquí vive decida. Quienes han pasado los últimos años sembrando la desesperanza, el cinismo, el fatalismo, se han encontrado con que cada vez que a la sociedad vasca se le da un poco de libertad la ciudadanía responde. ¿Que no les gusta la respuesta? Es lo que tiene la democracia.

La sociedad vasca debe ser la protagonista

Hace ya más de quince años que ETA anunció a través de la Alternativa Democrática que asumiría aquello que decida libremente la sociedad vasca. Desde aquel momento, la carga de la prueba estaba sobre los gobiernos español y francés. Un pánico similar al que ha desatado primero la Declaración de Aiete y en un primer momento la histórica declaración de ETA se desató entonces en Madrid y París. El encarcelamiento de la Mesa Nacional de Herri Batasuna fue el primer experimento «legal» de lo que después sería una estrategia de segregación política sin límite. París y especialmente Madrid lograron entonces desencaminar lo que entre todos se había encaminado en Euskal Herria. Fue una trampa que se ha demostrado casi mortal.

Primero la falta de cultura democrática de Aznar y posteriormente la necedad estratégica del PSOE cerraron las puertas a una posible resolución del conflicto durante una larga década. Ahora, el debate estratégico de la izquierda abertzale ha reabierto esta posibilidad. La clave ha sido la unilateralidad, pero sobre todo que la izquierda abertzale ha dejado de dirigirse a los estados para dirigirse a la sociedad y que ha buscado el apoyo dentro de la comunidad internacional para reivindicaciones justas y democráticas, luchas que generan simpatía y solidaridad en el mundo.

Durante muchos años el lema de parte del unionismo, e incluso de una parte importante de las fuerzas nacionalistas vascas, ha sido que sin violencia todo era posible. Ha llegado la hora de demostrarlo. Pero que nadie se engañe. No serán los estados los que lo demuestren por propia voluntad, por vergüenza democrática, por inteligencia política. No será por sí misma la comunidad internacional la que lo garantice, la que apueste inequívocamente por los derechos de los ciudadanos europeos que viven en Euskal Herria. Es la sociedad vasca la única que puede garantizar que podrá votar para decidir qué quiere ser en el futuro y cómo quiere construirlo.

Hoy se cierra un ciclo histórico, pero sobre todo se abre uno nuevo. Debemos superar lo sufrido, capitalizar lo vivido y aprender de los errores. No va a ser fácil, pero es vital. Para todos.

 

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