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Hollywood: Centenario de la fábrica de sueños

En la llamada Meca del Cine se ultiman los preparativos que darán forma al centenario del nacimiento de Hollywood y que se concretarán en una serie de proyectos que tendrán como referente principal a uno de los pioneros que se instaló en esta localidad, el productor William N. Selig. Entre sus actos destacan la exposición «Movies! Moguls! Monkeys! and Murder!» y la exhibición de diversas películas primitivas que han sido restauradas.

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Koldo LANDALUZE

Al igual que algunas de las mejores historias que han sido narradas o filmadas, la nuestra comienza en un vagón de tren. En uno de ellos, dos hombres perfilan un sueño mientras observan a través de la ventana el paisaje que se expande ante ellos: imágenes en movimiento que, enmarcadas en la ventana del tren, se asemejan al invento del que nuestros viajeros de Nueva Jersey forman parte. David Horsley (productor) y All Christie (guionista) comparten la idea común de que este espacio luminoso es perfecto para iniciar la que consideran su gran aventura. Al contrario de la frenética película que observan a través de la ventana del tren, el cine en 1911 era en blanco y negro, no había aprendido a hablar y su dependencia de la luz eléctrica era casi completa. Horlsey y Christie están convencidos de que la soleada California al menos logrará paliar uno de estos lastres que todavía padece la joven industria: la luz brillante y duradera que ilumina este rincón de los Estado Unidos es perfecta para rodar en exteriores. Nuestros viajeros descienden del tren que los ha conducido hasta Los Ángeles, recorren esta localidad y dirigen sus pasos hacia la calle Gower, un pequeño poblado construido en la periferia de la ciudad. De inmediato topan con el objetivo de su búsqueda y, plantados ante las puertas de su nueva adquisición -una ruinosa cantina llamada Blondeu-, darán inicio a su sueño: crear el Nestor Studio que albergaría el primer plató de cine de la que, cien años más tarde, se convertirá en la mayor fábrica de sueños del mundo: Hollywood.

Pero, antes de llegar a este punto determinante de la Industria, resulta obligatorio lanzar una mirada hacia atrás para comprender las constantes luchas que propiciaron la búsqueda de este nuevo horizonte creativo. A comienzos del siglo XIX los franceses poseían el daguerrotipo, un dispositivo que posibilitaba la proyección de imágenes sobre una superficie blanca y que figura como el primer paso hacia la invención de la fotografía. En 1872, un británico llamado Muybridge -respaldado financieramente por un magnate californiano- dotó de movimiento las fotos de un caballo galopando gracias a la utilización de 50 cámaras. Este encadenado de fotos fijas que cobraban vida propició el inicio del cine.

A medida que este titubeante invento cobraba forma, en los laboratorios de Thomas Alva Edison se descubrió una sustancia sensible a la luz capaz de captar imágenes sucesivas y otro británico, William Kennedy Laurie Dickson, aportaría el invento definitivo: el kinetógrafo, la madre de todas las cámaras de cine. También el fundador de Kodak, George Eastman, aportó su granito de arena con la invención del celuloide (nitrato de celulosa) y en este punto de la historia se desarrolla un capítulo crucial: Eastman concede a Edison el uso exclusivo del celuloide perforado y en 1890 el equipo técnico liderado por Edison pone en práctica su primer experimento visual: «El estornudo de Fred Ott».

Capturada la imagen, Edison estaba completamente obsesionado con atrapar el sonido -una paradoja ya que él era sordo- y decidió registrar el kinetógrafo para su uso exclusivo. El inventor cometió un grave error, ya que la patente únicamente servía para los Estados Unidos, lo que provocó que los avispados hermanos Lumiere adoptaran el invento de Edison y lo patentaran como propio. Mientras los Lumiere entraban en la historia después de provocar la admiración y el pánico entre los parisinos que, en 1895, se acercaron al número 14 del Boulevard des Capulines, el obsesivo Edison perseveró en su empeño por mejorar su creación mediante nuevos artefactos y gobernar en solitario en el imperio de las patentes relacionadas con los aparatos que eran necesarios para la filmación y proyección cinematográfica. Lamentablemente para él, un grupo de empresarios no quiso dejar pasar la oportunidad de encontrar su nuevo filón financiero en este invento que provocaba oleadas de pasión en las barracas de feria y dio comienzo a una auténtica batalla campal relacionada con las patentes y los copyright.

Los cambios se sucedieron rápida y vertiginosamente. Los dueños de los teatros se convirtieron en los primeros empresarios del sector cinematográfico y no tardaron en descubrir las notables ventajas de este invento: compraban películas, se intercambiaban entre salas, y se deshacían de ellas cuando su caudal comercial se agotaba. Estos empresarios aplicaron al máximo el gran potencial del cine y es que, al contrario de otras industrias, ésta no se consumía ni desaparecía, mágicamente se multiplicaba gracias a las numerosas copias que se hacían de las películas.

El negocio del nickelodeon recaudaba cifras suculentas que coqueteaban con los 14 millones de espectadores por semana y, en un intento por no perder por completo su batalla, Edison decidió asociarse con Biograph, Vitagraph, Lubin, Selig, Essanay, Kalem, George Kleine y las francesas Pathé y Méliés. Juntos formaron la MPPC (Motion Picture Patent Company) a fin de crear un oligopolio de la industria del cine y acaparar todas las ganancias. Reunidos en torno a una gran mesa, los integrantes de la MPPC enterraron el hacha de guerra, cancelaron los pleitos que tenían entre sí, y establecieron un estricto régimen por el cual productores y exhibidores debían pagar derechos por el uso de sus equipos y la proyección de sus obras. El caballo de batalla que tenían era la patente exclusiva del celuloide perforado de Eastman-Kodak. La MPPC se transformó en un trust, tenía inspectores por todas las ciudades y recurrían a la policía y a la justicia para hacer valer sus patentes. Tal y como suele ocurrir en este tipo de episodios, alguien no se mostró muy de acuerdo con esta dictadura y decidió plantar cara a la todopoderosa MPPC. El exhibidor Carl Laemmle desafió a este oligopolio/monopolio, comprando películas que se rodaban en Europa y auspiciando la exhibición de independientes, así nació la IMPFC (Independent Motion Picture Film Company) que con el tiempo se transformaría en Universal Pictures.

La principal consecuencia de la llamada «guerra de patentes» se tradujo en la creación de nuevas empresas que concretaron su base de operaciones en una ciudad hasta entonces desconocida y que fue bautizada como Hollywood. Este lugar se transformaría en el reducto desde el cual los nuevos magnates de la Industria plantarían cara al trust del MPPC y de esta manera se escenificó la era dorada de Adolph Zukor, William Fox, Louis Mayer, Jesse Lasky, Harry Cohn, Sam Goldfish (Goldwyn) y los hermanos Warner.

Con este nuevo modelo industrial también nació lo que se conoce como el star system, un sello identificatorio para las actrices y actores que surgió en los años diez y como efecto del duelo entre la MPPC y los directores de estudio independientes, los cuales no dudaron en aprovechar al máximo la gran popularidad que despertaban entre la masa de espectadores los nombres de algunas estrellas de cine. Fatty Arbuckle, Harold Lloyd, Pola Negri o la idolatrada Gloria Swanson también unieron sus esfuerzos y, con la creación en el año 1919 de la United Artist, buscaron su particular trozo en el gran pastel de celuloide.

En una sola sala oscura se congregaban inmigrantes europeos, analfabetos y gente de todo tipo de condición que desconocían la lengua inglesa pero que, curiosamente, compartían carcajadas y sobresaltos mientras observaban las mismas películas. Éste fue uno de los grandes aciertos del cine mudo y en este tiempo de gloria silente, reinaron el western, los seriales y, sobre todo, las llamadas «comedias de tartas de crema». Buster Keaton, Harold Lloyd o Harry Langdon son los antihéroes idolatrados por una masa que disfruta con sus constantes acrobacias y situaciones de peligro resueltas de forma rocambolesca. En otro escalafón diferente se encontraban semidioses que, allá por donde desfilaban, congregaban masas de seguidores tal y como ocurría cuando Charles Chaplin dejaba a un lado el desastrado bombín y zapatones de su vagabundo inmortal. Hollywood también se encargó de destronar a sus propios dioses y, mientras la divina Greta Garbo abandonaba su Suecia natal para hipnotizar con su presencia a los espectadores estadounidenses, se estableció la máxima de que una estrella jamás debía estar asociada al escándalo. En la trastienda del Hollywood babilónico se escenificaron miles de pesadillas relacionadas con la caída de la popularidad o el ocaso definitivo de muchas estrellas que, como en el sonado caso de Roscoe Fatty Arbuckle adquirió tintes pesadillescos tras la fiesta salvaje que tuvo como consecuencia la brutal violación y asesinato de una joven aspirante a actriz. Hollywood fue creciendo en su desmesura y en su afán por crear nuevos y más sorprendentes sueños. Muchas estrellas que oteaban el mundo desde su particular Olimpo, fueron expulsados de su reinado porque la propia Industria se encargó de devorarlos y los condenó al ostracismo cuando los magnates pusieron en práctica una nueva invención que consistió en dotar de habla al cine. Pero ésta, es otra historia.

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