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Fede de los Ríos

Hiru hiru hiru lerrotako titularra rra rra rra

 

Nada más conocerse el anuncio del cese definitivo de la actividad armada de ETA, como setas, aparecen individuos reivindicando el papel de víctimas. Ocurrió algo parecido tras la muerte de Franco. Fue morir en la cama y plagarse de antifranquistas a estrenar relatando vivencias por todos desconocidas.

Dicen los escribanos de la historia oficial, los que nos relataron la transición del franquismo a la democracia, aquellos que informaron de que el artífice de la democracia fue el Borbón, que ahora lo importante es el relato de los últimos cincuenta años bajo el terrorismo (de ETA, se entiende). Que ese relato debe ser escrito al dictado de las víctimas (de ETA), tanto da si la víctima hasta antes de morir fue un colaborador de la Gestapo, un torturador, un explotador, un traficante, un proxeneta o, simple y terriblemente, un individuo que pasaba por allí ajeno a todo. El hecho de la victimación lo vuelve a uno unidimensional, absolviéndolo de toda culpa. La víctima no puede ser mala persona, pues de lo contrario el tranquilizador relato de buenos y malos se complicaría de tal manera que resultaría inservible a sus propósitos. Toda biografía se vuelve hagiografía, de humano a santo pasando por mártir en un tris.

La última hornada de rezagadas víctimas, algunos artistas del celuloide. Según relataba Ramón Barea en Radio Euskadi, «la presencia de ETA flotaba en la vida cotidiana, en la vida social» y «existía temor en el mundo de la creación cinematográfica de Euskadi que impedía tratar el tema del terrorismo de manera crítica como se hacía en otros lugares fuera de Euskadi». Entrevistaban a quienes habían intervenido en películas en las que apareciese ETA. El concepto «crítica» (del griego kritikós-, «capaz de discernir»), si lo entendemos como un discernimiento objetivo a través de un análisis de algo, está claro que en «La muerte de Mikel», efectivamente, brilla por su ausencia a lo largo de una colección de tópicos y prejuicios que dan cuerpo al relato. En el que una Herri Batasuna de embrutecidos portadores de camisas de cuadros y pantalón mahón expulsa de sus filas a un sensible Mikel por ser homosexual, para después sacar provecho de su muerte reivindicándolo como mártir. ¿Se puede ser más cabrón? En ese momento intervino por antena otro protagonista de la película, la Otxoa, ratificando que lo dicho era verdad porque a él el único medio que le criticó alguna de sus actuaciones fue «Egin». De todos conocida la homofobia de «Egin» y de la izquierda abertzale; así pues, no es de extrañar el cierre de aquél y la ilegalización de ésta. A quién se le puede ocurrir criticar el arte de la Otxoa.

Dicen que lo importante ahora es que el relato de los últimos 50 años lo escriban ellos. Lo harán, no tengáis duda alguna, como lo hacen siempre. Tienen los medios suficientes y la cantidad de apesebrados necesaria.

Hemos vencido, se repiten una y otra vez. Están necesitados de victorias. Por eso elaboran un relato acerca de una historia en la que sólo ellos se reconocerán.

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