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Un convulso recorrido que culminó hace tres días y cede el protagonismo a la sociedad

Atres días del anuncio de ETA de dar por finalizada su actividad armada, podría parecer que ese momento ha llegado de un día para otro, «en apenas unos días», y que ha sido un recorrido sencillo. Nada más lejos de la realidad; es un hecho que conviene no obviar. Últimamente ha salido a colación el debate sobre el «relato», suscitado precisamente por quienes están acostumbrados a leer y escuchar únicamente su relato. Pretenden escribir también el referido a la historia de los últimos cincuenta años de este país, o al menos los transcurridos desde la llamada transición española hasta el día 20 de octubre de 2011. Ese relato también incluiría, por tanto, las causas y el proceso de finalización de la lucha armada de ETA. El Gobierno español, el francés, el de Gasteiz y el de Iruñea, así como las fuerzas nacionalistas españolas, comprensiblemente, hablan de victoria. «Victoria de la democracia sobre el terrorismo». Sin embargo, en Euskal Herria, donde el cese de la actividad armada de ETA ha sido acogido por una gran mayoría con alegría y esperanza, no se comparte la percepción de gobiernos y fuerzas políticas españolas. Y un relato mínimamente fiel a la realidad debería reflejarlo así.

La histórica decisión de ETA responde a un proceso iniciado por la izquierda abertzale, en primer lugar de reflexión en su seno que, en su fase de maduración, fue objeto de un sabotaje. Afortunadamente no lo impidió, aunque dificultó su desarrollo. Se llevó a cabo un debate profundo y disciplinado, cuyo objetivo era perfilar la estrategia más adecuada manteniendo la cohesión de toda la izquierda abertzale. Precisamente este extremo era el que más preocupaba a los estados y una de las principales razones por las que intentaron abortar este proceso. Un debate que continuó, entre trabas policiales y judiciales, y concluyó decidiendo que la lucha por la independencia y el cambio social de Euskal Herria debía transcurrir por vías exclusivamente políticas, reconduciendo el conflicto a la confrontación democrática, por un lado, y evidenciando la necesidad de acumular fuerzas soberanistas y de izquierdas, por otro. Todo ello quedó plasmado en el documento «Zutik Euskal Herria».

El tesón y el sacrificio de multitud de militantes de la izquierda abertzale y la disponibilidad de otras fuerzas soberanistas y de izquierdas dieron mayor credibilidad al proyecto, pero también provocaron un mayor nerviosismo en los estados, cuya presión no cedió. Tampoco lo hizo la determinación por sacar adelante un proceso que tenía como objetivo alumbrar un nuevo ciclo en el que no tuviera lugar ningún tipo de violencia y terminase con el sufrimiento. El Acuerdo de Gernika reunió a gran parte del espectro político, sindical y social vasco en torno a un programa de resolución del conflicto que aboga por desactivar cualquier tipo de violencia y vulneración de derechos. A esa determinación han de añadírsele las numerosas y masivas movilizaciones de cada vez más ciudadanos, que entendieron e hicieron suyo el papel protagonista que les correspondía. Y esa determinación se vio motivada y reforzada por el masivo apoyo de la ciudadanía en las urnas. Las formaciones que apostaban por sacar adelante el proceso resolutivo y de normalización y por la suma de fuerzas soberanistas y de izquierdas «arrasaron» en las pasadas elecciones.

Podría parecer que ha sido algo sencillo y sin complicaciones. Podría. Lo cierto es que hace dos años nadie imaginaba que tal día como hoy la sociedad vasca y el mundo asistirían al comienzo de una nueva era en Euskal Herria. El dossier que hoy ofrece GARA es un documento que pone en valor la apuesta de quienes, en precarias condiciones, en clandestinidad y, según la propaganda oficial, derrotados políticamente, fueron capaces de andar un accidentado recorrido que culminó el 20 de octubre de 2011 con la apertura de un nuevo tiempo para Euskal Herria. Quiere ofrecer también las claves del nuevo ciclo.

La sociedad vasca, protagonista

Un nuevo ciclo cuyo protagonista principal ha de ser la sociedad vasca. Ayer mismo el ex ministro de Interior español y candidato del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, hacía un llamamiento a quitar los votos al independentismo, apostillando «con la fuerza de la democracia». Un llamamiento legítimo si de verdad están dispuestos a confrontar con el independentismo con procedimientos exclusivamente democráticos. No estaría de más que escuchase a las decenas de miles de personas que llenaron ayer las calles de Bilbo en apoyo a un proceso de resolución. Resulta comprensible que en vísperas electorales todos tiendan a mostrar medallas, pero tras ello no pueden esconder su responsabilidad. Los expertos y líderes internacionales han hablado claro y lo ha repetido el ex primer ministro británico Tony Blair: ETA ha respondido positivamente a las demandas de la Conferencia Internacional, a las demandas de la sociedad vasca, y ahora les toca los estados hacer lo propio.

La fotografía de la inabarcable manifestación de ayer de Bilbo no deja lugar a dudas. En Euskal Herria se ha abierto un tiempo de esperanza, esta vez bien fundada, y la ciudadanía vasca no está dispuesta a que se la arrebaten. Ni la esperanza ni sus aspiraciones.

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