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Argentina va a las urnas para darle un triunfo seguro a Cristina Kirchner

La presidenta de Argentina será reelegida hoy con un margen amplísimo con respecto a sus rivales. Una economía pujante y una oposición diezmada son sus mejores aliados para convertirla en la tercera mandataria en la historia argentina en ser votada para un segundo mandato consecutivo.

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Daniel GALVALIZI

La segunda vuelta electoral era el oasis con el que soñaban los líderes opositores de Argentina. A sólo dos años de una dura derrota electoral del kirchnerismo en las parlamentarias de medio mandato, ese oasis se convirtió en espejismo y la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, se encamina a ser la candidata más votada de las últimas cuatro décadas. En las primarias de agosto obtuvo el 50% de los votos y en segundo lugar, con el 12%, empataron el socialdemócrata Ricardo Alfonsín y el peronista conservador Eduardo Duhalde.

La diferencia fue tan grande que desde las primarias la campaña se planchó. La oposición, añeja y desarticulada, con líderes decadentes y otros nuevos improvisados, tardó en acusar recibo y se hundió en la zozobra y la pasividad del proceso electoral. La sociedad, dos meses después, parece dispuesta a repetir un triunfo oficialista arrollador.

Por primera vez, casi 28 millones de argentinos van a las urnas sin la más mínima duda del resultado. Incluso tras el último día de campaña, el jueves, las portadas de los principales diarios otorgaron prioridad al asesinato de Muamar Gadafi o al anuncio de ETA.

Tras varias semanas congelados por el resultado, la mayoría de opositores bajaron el perfil y salieron a pedir el voto a sus candidatos al Parlamento (se renueva la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado), siendo el Parlamento el próximo resquicio de poder donde se refugiarán.

Los cierres proselitistas tuvieron lugar miércoles y jueves. El principal, el de la presidenta, con un teatro colmado y una demostración más de que son los mejores en esta contienda a la hora de montar una escenificación. Parada en el escenario sola ante el micrófono, Cristina Fernández llamó a la unidad y se despidió diciendo que no será «neutral nunca porque ésta no es una lucha para imparciales».

Al rato, el candidato de la coalición progresista, Hermes Binner -a quien los sondeos sitúan en segundo lugar- clausuraba en Buenos Aires (al día siguiente lo hizo en su bastión, Rosario), convocando a los argentinos «a que no se conformen con poco» y llamando a retomar la ética y la transparencia en la gestión pública, su mayor capital dado que es uno de los pocos políticos argentinos que jamás tuvo una denuncia de corrupción pese a haber sido alcalde ocho años y gobernador otros cuatro.

Las encuestas desde las primarias muestran una parábola de todos los pronósticos hasta agosto. La lógica indicaba que el segundo condensaría el voto del electorado más opositor (cerca de un 30%), pero fue todo lo contrario.

Duhalde y Alfonsín, uno desgastado y el otro sin transmitir seguridad ni cautivar, al obtener tan exiguo resultado no pudieron convencer al electorado que podrían despuntar hoy hasta forzar una segunda vuelta. Los votantes adversos al kirchnerismo se percataron de que había que depositar las papeletas en un candidato que tenga un techo menos bajo, sea renovador y atraiga al independiente.

Es así como Binner pasó en un mes del 10% de las primarias a ostentar el 15%, afianzándose en el segundo lugar. Otro que aumentaría su caudal de votos es Alberto Rodríguez Saá, un caudillo peronista con tinte liberal que desbancaría a Duhalde de las preferencias del peronismo no kirchnerista.

Los restantes candidatos, la centrista Elisa Carrió y el trotskista Jorge Altamira, rondarían el 3% de los votos. Ellos y Alfonsín ya apuntan más a convocar al electorado a votar a sus candidatos al Parlamento, dando por hecho que ven la Casa Rosada con una inquilina definida.

Con un ojo puesto en Europa

Uno de los puntos fuertes en los que se asentó la campaña del kirchnerismo fue en la solidez económica. Así como en 2003 y 2007 el caballo de Troya fue el miedo a la inestabilidad política y a no frenar el crecimiento económico, en 2011 la presidenta remarcó la diferencia notable entre las situaciones de los países centrales con la periferia.

En varios discursos aludió a «un mundo que se derrumba» y denostó a los agoreros del Fondo Monetario Internacional, y más de una vez nombró específicamente la crisis en Grecia y el Estado español, ambos cercanos para los argentinos: la primera, por la similitud con la Argentina del 2001, y la otra, por la empatía que genera un pueblo considerado hermano en donde viven cientos de miles de compatriotas y de donde proviene la mayoría.

El fantasma del desequilibrio económico y la vuelta de los altos niveles de paro fue inteligentemente usado por el kirchnerismo para granjearse el voto independiente que no comparte el modelo político pero aprueba varias decisiones económicas, pese al 20% de inflación anual. Los opositores se vieron forzados, así, a centrar su mensaje en la corrupción, en el temor al autoritarismo y al desprecio por las instituciones, todas causas que importan mucho menos que las finanzas al electorado.

Una de las peculiaridades de estos dos meses de relajada campaña fue la irrupción mediática del ministro de Economía y candidato a vicepresidente del kirchnerismo, Amado Boudou, que recorrió la provincia de Buenos Aires con una estética distinta, poco tradicional pero afín a la propaganda oficial: muchas de sus intervenciones contemplaron shows de rock en vivo -toca la guitarra y canta-, ambiente festivo y poco discurso político.

Boudou es un ejemplo del eclecticismo ideológico del kirchnerismo. De pasado neoliberal, viejo militante de la derechista UceDé (fundada por un tristemente célebre ex ministro de Economía de una de las dictaduras, Álvaro Alsogaray), se formó en la Universidad del CEMA, reducto del neoliberalismo más rancio y soporte ideológico de la década que presidió Carlos Menem.

Comenzó en la función pública de la mano del peronismo neoliberal. Su transmutación a un pragmatismo puro la hizo al convertirse en director de la Agencia Federal de Seguridad Social, desde donde cautivó a la presidenta liderando la estatización de los fondos de pensión que ella procuraba para hacerse con recursos frescos en medio de la tormenta por Lehman Brothers. Pronto pasó al Ministerio de Economía, y con muestras constantes de lealtad se ganó la nominación vicepresidencial.

Desde diciembre, será además el presidente del Senado. Su viraje ideológico y su origen partidario despierta resquemores entre algunos barones peronistas, que lo apoyan en virtud del verticalismo de ese partido.

Su rol como vicepresidente -unos dicen que es el elegido para suceder a Fernández en 2015; otros, que permanecerá estos cuatro años al frente de la economía-, es otro de los misterios que la presidenta, reelecta a partir de mañana, desgranará en los próximos cuatro años.

 

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