Crítica | Teatro
Arroba punto amor
Carlos GIL
Un correo electrónico equivocado desata una historia de amor. Una historia de amor que se convierte en una historia sicológica, donde existe una sombra de tristeza y desazón, de soledades compartidas, en vivo o a través de la mediación electrónica, digital. Una historia sicológica que se expresa en mensajes cortos habilitados para la escena a partir de una dramatización de baja intensidad, con unos personajes que se nos hacen irreconocibles tanto por su actitud cotidiana como por la verbalización de su propia biografía. Unos personajes que toman vida de manera muy esforzada por dos actores que deben jugar al aislamiento y la simulación de un espacio delimitado, pero transitable.
Que llegan a enamorarse a través de la palabra escrita, aquí sonora, llegan a la dependencia de ese correo que les une a un ser invisible, imaginado en su identidad física que va invadiendo su existencia más habitual, jugar a los encuentros por descripciones vagas en lugares públicos, con una dramaturgia lineal que desemboca en una situación muy poco asimilable.
El espacio se recoge en una escenografía leve en su significancia, aunque se reconvierte y reforma constantemente a través del vídeo y los dibujos, como creando una piel superpuesta que activa un campo semántico diferente al meramente escénico, donde los actores no tienen otra acción que vestirse, desvestirse, simular escribir en el ordenador y beber o fumar. No puede haber más, estamos mirando la intimidad de dos individuos que apuran su ansiedad compartiendo su soledad con una relación distanciada.
Todo está bien encajado, todo funciona, los actores defienden sus personajes, se mantiene una unidad y coherencia, lo que sucede es que la anécdota puede a cualquier otra virtualidad comunicativa, lo que nos deja demasiado ajenos a este amor punto com tan encantador y aislado de toda realidad.