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Mario Zubiaga Profesor de la UPV-EHU

Marcos de guerra

Dos días tras el cese definitivo de actividad armada de ETA. Portada de la edición digital de «El Correo», diario de mayor tirada en Euskal Herria. Cabecera: foto del funeral del gendarme francés muerto en un enfrentamiento con ETA en marzo de 2010. Líneas de hipertexto en la noticia adjunta: «Francia reclama a ETA la entrega de activistas huidos y arsenales. El frente galo de la lucha contra ETA no descarta el riesgo de escisión por un núcleo duro de irreductibles. La historia no la escribirán los verdugos. El banquillo espera a un centenar de dirigentes de la izquierda abertzale».

Esta es la peor aportación que un medio de comunicación puede hacer en este momento. Y que ese medio no sea un panfleto marginal de la extrema derecha, sino el más difundido en nuestro país es, simplemente, demencial: «ataúdes» en portada, entrega de armas y rendición incondicional más allá incluso de lo ahora acordado entre todos los partidos, «frentes» y otras terminologías bélicas, persistencia hipotética de la amenaza de ETA, historia unilateral, ofensiva y maniquea, amenaza de que la persecución del enemigo político no va a cesar... La mala baba sólo es explicable por la mera rutina, en el mejor de los supuestos, o más probablemente por el hecho de que en los gestores de ese medio es mayoritaria la presencia de los hijos y nietos de aquellos legionarios, alcaldes y fiscales que celebraron el primero de abril del 39. Es el mismo estilo cuartelero que llevó a Unamuno a aquel «venceréis pero no convenceréis», y a su posterior ostracismo y muerte.

Judith Butler nos habla certeramente de esos «marcos de guerra»: es decir, las distintas maneras de repartir selectivamente la experiencia como algo esencial a la conducción de la guerra. Su presencia es constante en los medios de masas: «veinticinco soldados son asesinados por el PKK» mientras el ejército turco invade el estado soberano de Irak y «causa veinte bajas»... «Se ha hecho justicia» con la ejecución extrajudicial de Bin Laden, o «el mundo se libra de Gaddafi»... Los marcos de guerra, por encima de todo, buscan la deshumanización, la insensibilidad que es imprescindible para distinguir la «vida vivible» y la «muerte lamentable», del sufrimiento negado, el duelo inexistente.

En el mundo del homo videns, esos marcos discursivos tienen además una expresión audiovisual en la que la realidad es negada o exacerbada, según el interés de la conducción bélica: la filmación humillante de las detenciones de militantes de ETA o la izquierda abertzale; la inexistencia de víctimas físicas el 11-S; las fotos execrables de Gaddafi asesinado o Sadam ahorcado; el bombardeo visual de los últimos días con los atentados más sangrientos de ETA; o la inexistencia de imágenes de las innumerables prácticas de tortura cometidas en las comisarías o cuarteles.

Las variantes de este enmarque han sido infinitas: desde la manera de entender los debates lingüísticos -«el euskera se verá liberado cuando termine ETA», decía no ha mucho el lehendakari Patxi Lopez-, a la forma en la que se enmarcan las vidas que merecen ser lloradas y las que no lo merecen -la negativa a equiparar las víctimas, cuando no hay nada más equiparable que el dolor y la muerte-, sin olvidar el enmarque, conectado al anterior, que opone sin matices «verdugos a víctimas», y condena a los primeros a «pudrirse en la cárcel».

Especialmente perverso es el enmarque que define a ETA como un ente maligno espectral que todo lo controla y jamás cambiará. Esta es la estrategia discursiva de Mayor Oreja cuando dice que «ETA volverá a las andadas» o de «El Correo», cuando habla de posibles escisiones en ETA. Y es que la violencia (del Estado) sólo puede renovarse frente al carácter aparentemente inagotable de su objeto (ETA). La des-realización del «otro», quiere decir que no está ni vivo ni muerto, sino en una interminable condición de espectro. La paranoia infinita que imagina la guerra contra el terrorismo como una guerra sin fin, se justifica incesantemente en relación con la infinitud espectral de su enemigo -ETA como enemigo espectral inagotable-, sin considerar si hay o no bases firmes para sospechar de la existencia de militantes de ETA activos o dispuestos a reactivarse.

Oobviamente los marcos de guerra son bilaterales. No en vano, los marcos sistémicos que hemos mencionado han competido con otros marcos de guerra insurgentes -«españolistas/opresores», «policías/txakurras o cipayos», «empresarios/explotadores», etc... -, construidos en su momento para conducir la guerra desde el otro lado. No obstante, los espacios antisistémicos hace tiempo que han abandonado esos marcos discursivos. En efecto,«diálogo, acuerdo, negociación, derechos civiles y políticos, todos los derechos para todos, etc.»..., son términos asumidos desde hace tiempo por la izquierda abertzale. El último paso, el de abandonar la guerra material, es una consecuencia lógica del carácter constitutivo de los marcos discursivos: sin ellos, la guerra es imposible.

Finalmente, los marcos de guerra han servido para definir lo que no podía decirse, lo que no podía aparecer. De la mano de estos marcos discursivos, las políticas del estado han buscado cerrar el espacio público a ciertas forma de debate y circulación mediática, no sólo mediante la autocensura o la prohibición explícita, sino también por la expansión de tipos penales actitudinales que rompían cualquier principio de seguridad jurídica. Es el caso de los delitos de «enaltecimiento o justificación» de la violencia, o el relativo a «la realización de actos que entrañen descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas de los delitos terroristas o de sus familiares»...

Esa es la manera de lograr la insensibilización por el dolor ajeno y la exacerbación del propio, precondiciones necesarias de toda guerra. Esta vertiente silente de los marcos debe desaparecer para que no queden tabúes morales o políticos que cierren en falso el fin de época.

Distinguir «lo que ha ocurrido» de «lo que parece haber ocurrido» según estos modos de leer la realidad no es tarea fácil, pero en este momento es preciso evitar que el final del proceso siga viéndose/leyéndose según los marcos discursivos previos.

Si pretendemos (re)construir una sociedad conflictiva aunque reconciliada es imprescindible la superación de los marcos de guerra dominantes hasta ayer y su sustitución inmediata por los de la pugna democrática. La responsabilidad de los medios de comunicación en esta tarea es absoluta. La irresponsabilidad mostrada por algunos de ellos estos últimos días es muy preocupante.

La situación es especialmente grave en España. Tras un bombardeo masivo e indiscriminado que se ha mantenido durante años, la opinión pública española, conformada según esos marcos de guerra, puede ser difícil de modificar, y no podemos olvidar que la resolución adecuada del ciclo violento y democratizador va a necesitar cierta complicidad de esa misma opinión pública.

Los marcos de guerra dominantes en el espacio público español -«ETA-asesinos; abertzales-cómplices, nacionalismo-caldo de cultivo de la violencia», etc.-, no tienen absolutamente nada que ver con las creencias profundas presentes en la sociedad vasca. Por eso, el españolismo está atrapado en una paradoja difícilmente superable: echarse en brazos de la AVT puede suponer una ganancia a corto plazo, en tanto en cuanto pudiera permitir subir el precio político que deberá pagar el independentismo por la libertad de los presos. No obstante, la no superación de esos marcos de guerra cuarteleros, puede volverse en su contra a medio plazo, ya que puede fracturar definitivamente el espacio público estatal, acentuando la actual separación de la sociedad vasca y la española, para regocijo de esos independentistas a los que se quiere combatir, ahora, dicen, «robándoles» los votos.

En todo caso, más allá de las estrategias partidarias, es preciso recordar que lo que ha podido servir a las partes para la guerra puede ser un grave obstáculo para la paz de todos. Es el momento de la responsabilidad, no el de la tufarrada estomagante que impone un relato unilateral que no es de paz, sino de guerra. Salvo que con su proverbial torpeza el españolismo desee impulsar una vez más las ansias independentistas en Euskal Herria. Del enemigo, el consejo.

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