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Análisis | Presidenciales argentinas

Argentina premia el proyecto de poder implacable de Cristina Fernández Kirchner

10 millones y medio de votos refrendaron el domingo pasado ocho años de gestión del kirchnerismo, que supo imponer un modelo político y económico audaz cautivando a amplios sectores, aprendiendo del pasado y curando sus heridas. La elección de los enemigos y la construcción de un relato macizo, claves de un triunfo histórico.

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Daniel GALVALIZI Periodista

Hizo historia se mire por donde se mire. Fue la primera presidenta reelecta, la más votada desde el retorno de la democracia (y la segunda en la historia del país), tuvo la mayor diferencia con el resto de candidatos y logró algo que ni Perón: un tercer mandato consecutivo.

No puede separarse el resultado de la economía, aunque la economía no bastaría para explicarlo. Los Kichner, primero Néstor y luego Cristina, fueron hijos de la crisis de 2001. Llegaron al poder gracias al apoyo de -su luego archienemigo- Eduardo Duhalde cuando el paradigma económico ya había cambiado (el colapso del neoliberalismo financiero ante el naciente keynesianismo industrialista) y comprendieron que la palabra «ajuste» ya había sido demasiado utilizada.

Continuaron lo comenzado y procuraron expandir el mercado interno, profundizando la expansión del gasto público, especialmente en aumentos a jubilaciones y a polémicos subsidios a las empresas de servicios públicos, subvirtiendo tres décadas en que los sectores populares eran los que debían hacer el esfuerzo. Para eso contaron con una aliada encomiable: la soja. La materia prima disparó su precio internacional como buena parte de los commodities que exporta Argentina (que produce alimentos para 400 millones de personas) y tuvo su correlato en la recaudación fiscal.

Con los mercados financieros cerrados desde el default, tras el intento fallido de 2008 por la caída de Lehman Brothers de seducir en Wall Street a los bonistas que quedaron fuera del canje de la deuda, Argentina debía sostener el aumento del gasto y no tenía cómo.

La presidenta tuvo la lucidez de hacer el ajuste que no se anuncia: potenció la inflación, o al menos, no tomó una sola medida para moderarla, recaudando más gracias al impuesto inflacionario.

Pero el aumento de precios -de entre 20 y 25% anual desde 2007- también llegó a buena parte de los salarios, empezando por los trabajadores del Estado y de los que pertenecen a los gremios más poderosos, por lo que buena parte de la sociedad no se vio tan castigada por la inflación, a excepción de los grupos no sindicalizados. La intervención al Indec (el instituto de estadísticas) para falsear los números de la inflación y la persecución a los trabajadores de ese organismo que la combatieron tuvo una solidaridad popular que menguó en el tiempo.

La estatización de las administradoras privadas de fondos de pensión (AFJP), decidida a fines de 2008 sobre la marcha para evitar que el déficit corroyera las cuentas, fue una medida trascendental y que, a pesar de los ruidos opositores y mediáticos, resultó exitosa e hizo trepar los fondos públicos, a pesar de las críticas del uso de ese dinero para algunos amigos del poder, que no pudieron tapar el loable hecho de que el dinero dejó de destinarse a especulación financiera sino al mercado interno.

En 2010, con el envión de las Fiestas del Bicentenario, la sociedad empezó a reconsiderar su opinión de la presidenta. Después de un 2009 en el que el kirchnerismo perdió el control de ambas cámaras del Parlamento tras una derrota electoral, Cristina Kirchner demostraba haber capeado la crisis financiera global y la economía «volaba» a más del 9% anual.

En estos años, el kirchnerismo logró hacer una política económica muy parecida al inconsciente colectivo argentino: intervención del Estado y regulación en ciertos nichos de la economía (aunque a veces sobreactuada y con dudosos resultados), potenciando el consumo y permitiendo a la clase media perpetuar algunos gustos extravagantes (como el ahorro en divisa por la apreciación del dólar que lleva a una asfixiante fuga de capitales de 20 mil millones de dólares al año).

Un modelo político calculado y confrontativo En lo político también se encuentra en el kirchnerismo un buen romance con el espíritu popular: una derecha política que concentra poder, rehúye el debate parlamentario y cultiva el liderazgo personalista, con ribetes nacionalistas y antiimperialistas, muy caro a la sociología peronista.

Desde lo político es donde los Kirchner han tenido los peores cuestionamientos. En un país con una vida política despiadada y cruzada transversalmente por el estigma de la corrupción (sin importar el color partidario), el kirchnerismo potenció durante el mandato de la presidenta su carácter de predador ante el adversario y de confrontación como método de construcción.

Por eso mismo, fue después de su guerra abierta con los productores agropecuarios cuando, en tan sólo cuatro meses, Néstor y Cristina Kirchner bajaron cuarenta puntos de imagen positiva y subieron hasta el 50% la negativa. La sociedad condenó la crispación y reclamó al oficialismo no amplificar los conflictos, sino moderarlos, lo que tardó en entender.

En esa batalla que marcó un antes y después está el cimiento del triunfo del domingo pasado: provocó una tajante división entre la izquierda y la derecha basada en un viejo prejuicio peronista contra la «ruralidad oligarca». Y a pesar de que los números terminaron demostrando que la política agropecuaria del Gobierno concentró más la renta y que la agricultura intensiva de los pooles sojeros ganó a otros cultivos, para buena parte del progresismo filoperonista fue una lucha épica contra las patronales rurales.

Y así, con cada enemigo elegido, el kirchnerismo fue ganando adeptos, especialmente desde la izquierda del electorado. En una estrategia brillante, en la que los opositores se vieron atrapados, el Gobierno tomó algunas banderas de justicia social y las llevó a cabo, aunque los resultados buscados no fueran tan puros.

Es así como Cristina Kirchner ganó su otra gran batalla: contra el grupo de medios Clarín, el mayor de Argentina y el que tiene el diario de mayor tirada en la América hispano parlante. Por más que el resultado final de la ley de Medios sancionada a fines de 2009 fue el surgimiento de medios adeptos al Gobierno al depender de su subsistencia -por un uso discrecional de la publicidad gubernamental-, la pelea contra el poder mediático representó una lucha por la libertad de expresión que le trajo enormes réditos al Gobierno, sumando mucha masa crítica de intelectuales, periodistas y organizaciones civiles.

El liderazgo opositor de ese entonces (un conglomerado de cuatro partidos heterogéneos), con el Congreso como trinchera central, no tuvo un discurso superador ante cada una de esas pujas y tanto con las AFJP, como con la ley de Medios, como con el uso de reservas del Banco Central (y varios etcéteras más), se vio empantanado con los intereses de las corporaciones. Con poca pedagogía para imponer un relato diferente y superador, terminó luciendo a favor de los poderosos, y el Gobierno, a favor de las causas populares.

Es por eso que ese liderazgo se hizo añicos en las elecciones, y el segundo lugar fue para el candidato de la coalición progresista Frente Amplio, el gobernador Hermes Binner. Al estar fuera del escenario de batalla durante los primeros años y con un discurso mucho menos antagonista, cosechó el favor popular de quienes quieren un modelo político sin corrupción y menos crispado, pero con una economía igualitaria.

Finalmente, el gran eje innovador del kirchnerismo en la política local fue el uso de la estética propia, que ayudó a reclutar a la juventud como hace 25 años nadie lo lograba (desde Raúl Alfonsín). El kirchnerismo creó una tribu con lenguaje propio, con rituales que refuerzan el sentimiento de pertenencia, con una épica de transformación sustentada en un discurso fácil, basado en la repetición de consignas e ideas-fuerza que a veces hasta roza lo antiintelectual.

La intelligentsia kirchnerista fue sumamente hábil para cautivar, ante una oposición que no supo leer a tiempo que gran parte de la juventud activa políticamente se abrazaba a los mitos construidos en torno de Cristina y Néstor Kichner. La muerte de él hace un año no hizo más que potenciar esto y catapultar el poder simbólico de la imagen presidencial: una mujer viuda en la adversidad que sigue su agenda de trabajo a pesar de todo.

Tanto sus detractores como sus adherentes pueden coincidir en que la construcción de poder fue inteligente y pertinaz. La resistencia y la audacia, en políticas acertadas o erradas, fue la marca que selló a Cristina Kirchner. Nadie puede decir que le faltaron intentos por avanzar en sus objetivos. Nadie puede decir que no fue un triunfo merecido.

llamamiento

La ONU ha pedido 15,7 millones de dólares de ayuda de emergencia para crear un fondo de asistencia a 300.000 personas damnificadas por las inundaciones en El Salvador.

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