Mikel INSAUSTI

No niego que “Otra tierra” sea una película original, y que en Sundance fuera recibida con la misma sorpresa que causa el descubrimiento de un nuevo planeta, pero su autor tampoco ha dado con ningunas fórmula revolucionaria. Se trata simplemente de presentar la misma historia de siempre bajo un envoltorio diferente y llamativo, constituyendo una de esas propuestas que nacen y mueren a la vez. El argumento que maneja el debutante Mike Cahill no puede resultar más tópico dentro del cine “indie”, con la joven y brillante protagonista que hipoteca su futuro por culpa de un inoportuno accidente de tráfico, hasta que encuentra la posibilidad de redimirse de su culpabilidad a través del perdón del familiar de las víctimas que ha sobrevivido. La originalidad reside en el hecho de que esa segunda oportunidad encuentra su carga simbólica en la aparición, justo en la noche del trágico suceso, del planeta bautizado como Tierra 2. No es otra cosa que un mundo espejo, donde cada uno de nosotros tiene allí su fiel reflejo.

En cierto modo “Otra tierra” viene a ser una versión en clave de ciencia-ficción romántica del clásico de Kieslowski “La doble vida de Verónica”, con la que coincide en su tratamiento de drama existencial en torno al estudio filosófico de la figura del “otro yo”, entendiendo por tal una copia exacta del propio ser. Las ventajas del romanticismo aplicado a la temática anticipativa son muchas, por cuanto permite una serie de licencias a la hora de desarrollar el guión, sin necesidad de ajustarse a una base científica demostrable. Mike Cahill se saca de la manga, llegado el momento del desenlace, una supuesta ruptura de la sincronía entre los dos mundos en la misma noche del accidente, para así encajar las piezas de su caprichoso relato. Todo con tal de que el protagonista masculino viaje a Tierra 2 y se reúna con los seres queridos que perdió en el siniestro. Sin embargo, la sincronía sí parece mantenerse en el caso de la chica, aunque no debo desvelar nada más.