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La mediterránea Sète acuna a Paul Valery y Georges Brassens

El Estado francés recuerda el halo libertario de Georges Brassens, autor irreverente fallecido hace treinta años y que marcó la poesía y la canción francesa del pasado siglo con la ironía crítica de sus versos y la tenue sobriedad de su guitarra. Una excusa perfecta para viajar a la hermosa y marina localidad donde nació y está enterrado, Sète, que también recuerda al escritor Paul Valery, del que ayer se conmemoraba los 140 años de su nacimiento.

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Iñaki URDANIBIA |

En la bella localidad mediterránea yacen dos célebres hombres que allá nacieron. Los restos de uno terminaron en el cementerio marino -título, por cierto, del quizá más celebrado poema de uno de ellos-; los del otro, en la parte vieja del nuevo cementerio, ambos asomados al mar. Me estoy refiriendo al cantante Georges Brassens y al escritor Paul Valéry. Puestos a buscar coincidencias, en este juego carambolesco, se da la circunstancia de que ambos tienen que ver con el mes de octubre y casi con el mismo día de dicho mes: el primero nació el 21 de febrero de 1921, hace 90 años, y falleció el 29 de octubre de 1981, hace por tanto treinta años, mientras que el segundo nació el 30 del mismo mes de 1871 (murió en 1945).

«Hemos pensado en asuntos muy puros, / uno al lado de otro, por los caminos, / nos hemos dado la mano, sin hablar, / entre las flores oscuras.../.../ Y arriba, en la inmensa luz, / volvemos a encontrarnos llorando, / ¡mi querido compañero silencioso!» («Le bois amical», Paul Valery 1892).

Con tal panorama, y como no podía ser de otro modo, este año la luminosa villa mediterránea de la región de Languedoc-Rosellón, cerca de Montpellier, se ha convertido en el centro de múltiples actos conmemorativos para con sus célebres conciudadanos. Destacan, en este orden de cosas, las jornadas celebradas a finales de setiembre en el Musée Paul Valéry -ponencias, lecturas poéticas y actuaciones musicales-. Del mismo modo, en el Espace Brassens, inaugurado precisamente hace veinte años, se ha recordado al irreverente cantante y se han fletado curiosas navegaciones desde otras costas mediterráneas (en consonancia con «Les copains d'abord», letra de una de sus canciones). Filosofía, estética, literatura, arte... la ciudad invadida por el sonido del espíritu, por los cielos del intelecto y de la libertad azul... como el cielo, como el mar.

No a decir amén

Dos hombres a los que no les gustaban los terrenos trillados, ni las cadenas -Ni Dieu, ni Maître!-. Dos libertarios de cuerpo entero, que en su quehacer dejaron plasmado este hondo espíritu de huir del gregarismo, de resistir a las imposiciones. Dejándose llevar en exclusiva por la guía de la libertad, atreviéndose a abrir nueva sendas y a probar la actividad contracorriente contra viento y marea manteniendo firme tal dirección a pesar de la posible «mala reputación» que pudiera ello suponer.

Muestra de estas dificultades fue la destitución, en 1941, por parte del Gobierno de Vichy de las responsabilidades de Paul Valéry en el Centre Universitaire Méditerranéen de Niza; por otra, la incomodidad de las canciones del autor de «Chanson pour l' Auvergnat», quien tampoco tenía el beneplácito de los defensores del statu quo. Baste con señalar cómo todavía este mes de junio pasado varios jóvenes fueron detenidos en las inmediaciones de una comisaría, en Toulouse por entonar canciones del célebre moustachu -sobrenombre que le vino por su bigote-, por no recordar las abundantes dificultades administrativas y boicots ultras a los que hubo de enfrentarse en vida para poder actuar: «Golpea en el aire o bien flor al fusil / A ti te corresponde decidir, elegir / A ti solo decidir si es mejor / Decir `amén' o `mierda a Dios'».

Dos seres que hicieron del lenguaje su patria y un arma contra las «cosas vagas», además de un apoyo para el recuerdo del tiempo pasado: «Las canciones / Son tiernos recuerdos / Que recuerdan, que recuerdan / Los colores que la edad va a enternecer / Los colores de la esperanza tan débil/ Que no se mantendría de ella el recuerdo / Sin una canción fiel / Que nos ayuda a retenerlos / Que nos ayuda a retenerlos...».

El cantante, con su gusto por la provocación de los bienpensantes y los detentores de dogmas y ortodoxias, el escritor como el «trapero» benjaminiano, o como el «buscador de perlas» que es como calificaba Hannah Arendt al germano, hurgando en los restos del arte, de la gramática, de las ciencias, de la literatura, la filosofía, la psicología y convirtiéndose con sus derivas en un pensador imprescindible para cerrar el siglo XIX e iniciar con paso firme los siguientes, como de ello dejaron constancia Maurice Blanchot, Julien Gracq, Jacques Derrida, Cioran o André Gide.

Como Teste, el curioso personaje que creó, Valery siempre dudando, avanzando por el espacio de la incertidumbre y trabajando en una labor continua de deconstrucción; manteniéndose como un hombre «siempre de pie sobre el cabo del Pensamiento, abriendo los ojos como platos sobre los límites o de las cosas o de la vista...». El cantautor burlón desgranando verdades incómodas con una parsimonia ejemplar y con un sarcasmo bien afilado. Dos voces contra el engaño, dos hombres que iban a su aire, como solitarios robinsones, como islas en las que pretendían unir todo: «En una isla desierta / quiero llevar todo / pues todo es bueno en ella».

Experiencia humana de una geografía que vio nacer a estos dos seres que allá yacen, a orillas del mare nostrum, del que en su «Cementerio marino» comenzaba diciendo el poeta: «Ese tranquilo techo por donde andan las palomas...», y Fabureau interpretaba, que no fabulaba, ni traicionaba el espíritu del poema: «Estamos a orillas del Mediterráneo, en un mundo pagano, visitado por los dioses de la mitología grecolatina. Del fondo de las aguas se levanta el palacio de Neptuno. Solo percibimos el techo, representado por la superficie de un apacible mar que las mareas no perturban. Las barcas de velas blancas son palomas que vienen a posarse...».

Tres décadas sin el verbo libertario de «moustachu»

Mientras sus incondicionales arrojan flores sobre su tumba o se acercan a la casa donde vivió en la localidad bretona de Lézardrieux, la televisión francesa rinde homenaje al ácrata del bigote poblado que fumaba en pipa y deslizaba humor en las estrofas que convirtió en una tribuna para alinearse junto a los parias de la sociedad y criticar el gregarismo o la religión. «Brassens est en nous» es el documental de Didier Varrod con el que la cadena France 3 rinde homenaje al artista. La grabación recorre la vida del autor de «La marguerite» o de «Les Copains D'abord».

Nacido en una familia obrera, Brassens se trasladó a París tras cursar los estudios primarios, donde aprendió a tocar el piano en casa de su tía y trabajó efímeramente en una factoría del grupo automovilístico Renault, hasta que los nazis bombardearon la planta. Convocado a París bajo el Gobierno de Vichy y enviado a trabajar en una fábrica de BMW en Alemania, aprovechó un permiso para refugiarse en un apartamento parisino de Jeanne Le Bonniec (amiga de la familia que marcó la vida del cantante).

Terminada la Segunda Guerra Mundial, se acercó a los movimientos anarquistas y comenzó a redactar artículos en la revista «Le Libertaire», publicó su primera novela, «La Lune écoute aux portes» y conoció al que será el gran amor de su vida, Joha Heiman, la mujer con quien está enterrado, aunque decidieron no casarse ni compartir techo.

Pero no fue hasta 1952, a la edad de 31 años, cuando publicase su primer disco, «La mauvaise réputation», álbum en el que se incluye la homónima canción que se ha convertido en uno de sus más célebres himnos y en la que reivindica su derecho a seguir un camino distinto al de los demás, pese a las críticas de sus paisanos. Fue también el disco en el que grabó «Hecatombe», delirante musicalización de una pelea en un mercado que culmina con el hermanamiento de los implicados para dar una paliza a los policías que intentan poner orden, o «Le Gorille», donde relata la incontinencia sexual de un simio que logra escaparse del zoológico.

Amante de la vida sencilla, del mar y de los gatos y aquejado por recurrentes cólicos nefríticos, se instaló en Bretaña como una de las referencias intelectuales de la época. La década de los años setenta fue la época en la que ofreció sus últimos recitales, entre ellos un concierto en París en 1972 contra la pena de muerte, mientras se incrementaba su reconocimiento internacional. Poco después de haber cumplido 60, Brassens falleció a causa de un cáncer hepático, dejando un legado de más de trescientas canciones. Entre ellas «Le Testament», donde proclamaba que faltaría al día de su funeral y aseguraba: «Dejo la vida sin rencor, no tendré nunca más dolor de muelas». Ha dado nombre 1.600 calles, colegios, parques o centros culturales por toda la geografía de su país. GARA

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