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Carlos GIL | Analista cultural

Goteras

Escucha la voz del pueblo resuelta para concretar en una sílaba su vocación. Escribir rayo sin llama, pez sin escamas, pájaro sin matiz y bruto sin instinto natural, necesitó Calderón para definir hipogrifo, la primera palabra que se dice en «La vida es sueño». Polonia debió estar llena de hipogrifos, como Setúbal fue cuna de los mejores poemas alejandrinos y los porteros de fútbol salían de la Concha. Toda la historia está llena de goteras. La grandilocuencia es un mal de amores. Descifrar las nubes es tarea de atlantes. Un soplo de inteligencia recompone el orden de todas las variables del tango por alegrías. Escucha esa sílaba oscilante y encontrarás las claves para abrir la oficina que expenda la eterna sonrisa.

Desde la experiencia, la oscuridad o el extravío, las palabras nos tejen hasta el punto de confundirnos con su propia textura que dota de colores y matices su textualidad. Es el punto de cruz, o el doble al revés que forman la alfombra de la que colgamos posteriormente un himno. Mástiles de materiales resilentes que van forjando un imaginario donde los árboles suenan como arpas afinadas por un hongo canónico. Acostumbran las marmotas a chismorrear sobre el mal gusto de los armiños. Huele el tiempo a mortadela de uvas pasas. Será al fondo, a la derecha de tu izquierda, donde encuentres el destino. No esperes más para pronunciar la sílaba. El eco engaña por su gravedad, pero la gárgola cultural hace ver que mira siempre al pasado o al futuro, ajena al presente. Petrificada, ausente, inerte bajo la gotera del presupuesto menguante como meada áurea de hipogrifo enamorado de minotauro bailarín.

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